MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 36.
Pegué la cabeza al volante y respiré profundo varias veces, ni modo, ya la había embarrado. Escuché la puerta de atrás, me quedaba muy claro todo. La miré por el retrovisor tenía los ojos cerrados, encendí el auto y seguimos nuestro camino. El silencio era tan grande que de verdad parecía que yo iba solo, no quise decir nada, para que seguirla cagando.
De vez en cuando la miraba a través del espejo, estaba dormida y no me cansaba de decir que esa mujer era hermosa. Se me aceleró el corazón de una manera que no me gustaba. Aquí iba otra vez dispuesto a meter las patas bien metidas. Avemaría por Dios, ya tengo doctorado para meterme donde no debo.
Le hablé a mi padre para avisarle que ya iba de regreso y para preguntarle por mi madre. Todo seguía igual, al parecer ella no pensaba volver de ese lugar. La verdad eso me ponía muy triste, me iba a doler mucho verla ahí en ese lugar aunque sabía que ella estaba bien.
Sentí el peso de su mirada, la miré por el espejó y ella volteó hacia la ventana, pensé que iba a seguir así el resto del viaje.
Una hora después…
El silencio seguía presente hasta que escuché;
—Entre querer y poder hay una gran diferencia —sentí su mirada tan sutil—. Yo quiero estar contigo pero… no puedo.
Sentí escalofríos por todo el cuerpo, una leve sonrisa se dibujó en mis labios. Era como ver una pequeña luz en medio de tanta oscuridad. Se cruzó de brazos y siguió mirando por la ventana.
—¿Por qué? —Indagué.
Ella volvió a clavar esos ojazos azules en mí.
—Porque todo es demasiado complicado —respondió..
—Eso lo entiendo…
Me interrumpió.
—No, no entiendes nada.
—Entonces explícame —repliqué.
Se cruzó de brazos y volvió a mirar por la ventana, una pequeña sonrisa se dibujó en mi labios. Todo lo que tenía que ver con ella me tenía idiotizado, me intrigaba.
Dos horas después…
Llegamos hasta una gasolinera, llené el auto y me bajé a comprar algunas cosas; agua, jugos, algo para comer. Entré al auto nuevamente, destapé la botella de agua y le di un sorbo, le ofrecí de lo que compré, pero ella solo negó. Respiré profundo, encendí el auto y seguí. Unos minutos después, sentí el peso de su mirada, se acercó apoyando los brazos en los puestos de adelante.
—¿Puedes detener el auto? —pidió.
Asentí.
Busqué donde orillarme y lo hice, justo enfrente de un prado verde muy bonito, se bajó y se alejó un poco. Yo la seguí con la mirada, no sabía si quedarme ahí o seguirla, aunque no quería incomodarla. Me removí en el asiento y cerré los ojos.
Luego de unos minutos, la busqué con la mirada y la vi sentada en un tronco, no me pude aguantar y me bajé del auto. Caminé hasta ella, me senté junto a ella, tenía la mirada fija en un punto específico, soltó un suspiro.
—Todo es tan complicado.
Me miró fijamente.
—No entiendo nada —comenté.
—Es mejor no tratar de entender.
Arqueé una ceja, seguía sin entender nada.
—Matias, hemos llegado muy tarde a la vida del otro.
—¿Lo dices por todo lo que estás pasando en este momento? —la miré fijamente— Créeme que entiendo lo que estás pasando. Yo no pretendo hablarte de sentimientos y relaciones en este momento, lo único que quiero es que me permitas estar a tu lado.
Inhaló fuertemente, me miró con sus ojos llenos de lágrimas.
—¿Cuánto tiempo? —inquirió.
—El que sea necesario —repliqué.
Una lágrima rodó por su mejilla y yo la limpié con las yemas de mis dedos.
—Ese es el problema, el tiempo. No serán días, ni semanas, si te digo que pueden ser meses o —bajó la mirada—:años.
Pasó saliva tratando de contener eso que traía atorado en medio del pecho y la espalda.
—Yo puedo esperarte el tiempo que sea necesario.
Trató de levantarse, pero lo impedí tomándola de la mano, ahí estaba otra vez ese hormigueo que me recorría de la cabeza a los pies.
—¿Vos escuchaste? —su voz empezó a romperse— Te dije que incluso pueden ser años, ¿me esperarías todo ese tiempo?
—La vida entera de ser necesario.
Frunció los labios y empezó a llorar, no entendía que pasaba. La tomé de las manos y ella trató de alejarse, pero esa vez no la dejé y la sujeté con fuerza sin lastimarla. Le sujeté la cara entre las manos y vi sus lágrimas correr por sus mejillas.
—¿La vida entera? —sollozó— Eso es demasiado tiempo y lo sabes. Vos decís que puedes esperarme, pero al pasar los meses o los años otras pueden llegar y cambiar eso que te confunde de mí. Porque no sabes ni lo que sientes.
Le hablé sin apartar los ojos de los suyos.
—Con otras nunca sentí lo que tú provocas en mí, ni tan siquiera con ella. Entonces no creo que sea algo pasajero, ya te dije que te esperaría meses, años si así lo quieres, o una vida entera. Todo con tal de ver esos ojos tan hermosos.
—Eso lo dices vos ahora, pero te apuesto que con el tiempo esas palabras y eso que yo te hago sentir desaparecerá. Porque al final la gente se cansa de esperar.
—Déjame demostrarlo entonces —musité—, con hechos. Déjame acompañarte, déjame ayudarte a sanar esas heridas que te dejaron.
Cuando se quedaba mirándome de esa manera me paralizaba. Me dejaba ver una dulzura que empalagaba a cualquiera, pero ese brillo desaparecía cuando la tristeza se volvía más intensa.
—De cierto modo ya me has ayudado mucho.
Dejó ir su cabeza hacia atrás y respiró profundo.
—:Vos no entiendes —apenas movió sus labios, pero pude leerlos.
Trató de girar su rostro y yo no la dejé, le sujeté la barbilla levantando su rostro obligándola a mirarme
—¿Qué es eso que no entiendo? —pregunté— Explícamelo entonces, sin rodeos, sin tantos misterios.
—A mí también me gusta mucho todo lo que he conocido de vos. Tu forma de ser, esa sonrisa que puede derretir un glaciar entero —dijo cerca de mí —,todo lo que eres vos, nunca antes conocí alguien como tú.
Editado: 04.04.2023