MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 11.
Después de media hora de solo lágrimas, caminó hasta el tocador con la mirada perdida, solo pequeños espasmos le quedaron en el cuerpo de tanto llorar. Se miró al espejo y con la yema de los dedos acarició su mejilla, aún la tenía roja con algunos bultos y marcas de los dedos.
Buscó entre sus cosas algo para limpiarse el maquillaje que traía regado en todo el rostro. Soltó su cabello y se quitó el vestido que traía, buscó un pijama de ositos y se lo puso. Recogió las sábanas de la cama y se dejó caer en ella, se tapó el rostro con la almohada ahogando los gritos que desgarraban su alma.
Su celular no dejaba de sonar, mensajes y llamadas. Era él, el causante de sus lágrimas, apagó el celular, se cubrió la cabeza con las sábanas y lloró. Lloró tanto que ni cuenta se dio cuando se quedó dormida.
Solo sintió tres pequeños golpes en la puerta, parpadeó varias veces hasta abrir sus ojos y ver con claridad la luz que entraba por la ventana. Le dolía la cabeza y sentía sus párpados pesados, se acurrucó en su cama de modo que la mejilla que le amaneció con un pequeño moretón quedó sobre la almohada. Cerró los ojos y se cubrió el rostro con las sábanas. Escuchó cuando la puerta se abrió, sintió unos pasos que se detuvieron en la otra orilla de la cama.
—Flaquita, ¿aún estás dormida?
Era su hermano Lorenzo, ella susurró aún con el rostro cubierto.
—Un poquito.
Lorenzo soltó una risita.
—¿Mucho trasnocho? ¿Quiere decir que estuvo buena la fiesta?
Mariana apretó los ojos con fuerzas al recordar todo lo que pasó en la dichosa fiesta. Pasó saliva para cortar el nudo que se empezaba a formar en su garganta.
—¡Ni que estuviera tan tarde! —Murmuró.
—¡Flaquita, son las 11 de la mañana!
—No importa, quiero dormir todo el día.
Lorenzo rodeó la cama hasta quedar frente a ella, se hincó para quedar de rodillas, Mariana se descubrió una parte del rostro y al instante la sonrisa de Lorenzo desapareció al ver sus ojos rojos e hinchados. Más de lo normal.
—¿Qué te pasó? —preguntó preocupado.
—¿De qué hablas? —le regaló una sonrisa de boca cerrada tratando de restarle importancia.
—¿Por qué tienes los ojos tan hinchados? Como si hubieras llorado mucho.
Mariana deslizó una mano y acarició la de Lorenzo.
—Es solo el trasnocho y… pasé una mala noche.
Volvió a sonreír, el gesto de Lorenzo fue mejorando, acarició su cabello con ternura.
—Perdón por despertarte, pero tu novio está allá abajo preguntando por ti.
El gesto de Mariana cambió, aunque trató de disimularlo. Ella no quería verlo, ni hablar con él, pero tampoco quería que se enteraran de lo ocurrido. Se quedó en silencio unos segundos hasta que Lorenzo le habló sacándola de sus pensamientos.
—¿Le digo que suba?
—No.
Sin dudarlo respondió, Lorenzo elevó una ceja y ella añadió;
» No quiero que me vea así, además tengo muchos cólicos, tú sabes, lo de cada mes, creo que me hizo daño el frío.
—Lo más seguro, te hizo daño el trasnocho, ¿estás bien?
—Me duele la cabeza y estos cólicos me están matando. ¡Ayúdame! No quiero que Emanuel me vea así.
Curvó su labio inferior en señal de puchero, obviamente todo eran mentiras, Mariana quería evitar a toda costa hablar con él.
—Está bien, le diré que estás enferma.
—Eres el mejor, gracias.
Lorenzo sonrió haciéndole una reverencia.
—¿Qué más quiere la niña? ¿Qué va a pedir la princesa?
Giró sobre su eje para cruzar la puerta.
—Quiero un hermano que me consienta, una ensalada de fruta con dos bolas grandes de helado y mucho queso.
Hizo un gesto de puchero, Lorenzo sonrió.
—¿No se te ofrece algo más?
—Ahora que lo mencionas, mucho chocolate con maní.
—Ahora regreso.
Le regaló una sonrisa, salió de la habitación cerrando la puerta. Mariana soltó todo el aire que contenía, se levantó de la cama y caminó hasta el espejo, revisó su rostro y como lo imaginaba tenía un moretón. Buscó algo de base para taparlo, o al menos que no fuera tan notorio. Maquilló su mejilla logrando tapar el golpe. Regresó a la cama y se arropó nuevamente con su cobija.
Pasaron algunos minutos cuando tocaron su puerta nuevamente, murmuró.
—Adelante.
La puerta se abrió, era su hermano. En una mano traía la ensalada de frutas como ella se la pidió, Mariana no pudo evitarlo y una sonrisa se escapó de sus labios. En la otra mano traía unas rosas rojas.
—Aquí tiene lo que pidió —le entregó la ensalada—; estas rosas te las dejó tu novio.
Mariana elevó una ceja y pensó; unas rosas no revertirán lo que pasó, si eso creía estaba muy equivocado.
—¿Te las pongo en agua? —Inquirió Lorenzo sacándola de sus pensamientos.
—Déjalas ahí en la mesa —Habló ella con la boca llena—, luego las ponemos.
Lorenzo dejó las rosas en una pequeña mesa.
—Dice tu novio que desea que te mejores, que luego te busca.
Mariana siguió comiendo su helado y solo asintió. Le hizo señas a su hermano para que se acostara junto a ella, él con una sonrisa no lo dudó y se acomodó a su lado. Mariana se acurrucó en sus brazos como solía hacerlo cuando era niña y estaba triste.
—¿Me haces piojito?
Hizo un gesto de puchero, Lorenzo dejó un beso en su frente y sonrió.
—Claro que sí. Olvidé que tengo algo para ti.
Buscó en los bolsillos de su abrigo y le entregó una caja de chocolates, Mariana sonriendo sonó un beso en su mejilla.
—Eres el mejor hermano del mundo.
Lorenzo sonrió.
—Eso lo sé y tú eres una mimada.
Ambos sonrieron, Mariana empezó a comer chocolates y a compartirlos con su hermano. Se acurrucó en sus brazos mientras Lorenzo acarició los mechones de su cabello.
Un celular empezó a sonar, era el de Lorenzo, su novia Paulina lo estaba llamando. Él respondió, ella quería que se vieran, pero él le dijo que tenía cosas que hacer, que luego salían. Colgó la llamada y siguió acariciando el cabello de su hermana, ella lo miró con curiosidad.
—¿No irás con Paulina?
Lorenzo ladeó la cabeza para mirarla.
—No. Le dije que estaba muy ocupado.
—¿Ella lo entendió? —Mariana volvió a preguntar.
—Claro que sí, ella sabe que ambos tenemos nuestras cosas aparte de nuestra relación, familia, amigos, tenemos un tiempo para todo. Además, fue primero el uno que el dos.
Mariana elevó una ceja.
»Primero está mi hermana, primero te conocí a ti. El hecho de que seamos novios no quiere decir que dejaremos de lado la vida que teníamos antes.
—Tu novia es muy afortunada de tenerte, no solo por lo guapote que eres, sino porque eres un gran hombre.
Dejó un beso en la mejilla de Lorenzo y es que en verdad su hermano era muy churro; guapo. Era alto, tenía la piel blanca, aunque no tanto como la de ella, sus ojos eran azules, su cabello rubio y casi siempre lo traía desordenado. Una pequeña barba que cubría una parte de su rostro y una sonrisa encantadora y dulce. Por eso el apodo que ella le puso desde que eran niños, su código secreto.
Mariana se quedó pensando tantas cosas, ¿es que el amor nos hacía pendejos o éramos nosotros los pendejos? Se comió los chocolates y se quedó con su hermano toda la tarde, viendo películas, platicando y riendo como cuándo eran niños. Olvidándose de la tristeza que cobijaba todo su ser, Lorenzo como buen hermano se quedó consintiendo a su hermanita, su consentida.
Editado: 04.04.2023