Mariana De La Noche

Capítulo 15

MARIANA DE LA NOCHE.

Capítulo 15.

Al escuchar los gritos de mi madre las empleadas se hicieron presentes, quienes empezaron a gritar al observar la escena. Bárbara se alteró mucho más y empezó a retroceder obligándome a retroceder con ella. Levanté las manos tratando que las empleadas conservaran la calma, solo pude susurrar.

—¡Mi madre!

Ella estaba de rodillas llorando, repitiendo mi nombre.

—¡No se acerquen! —gritó Bárbara.

Una de ellas se acercó hasta mi madre, ella no reaccionaba, seguía moviendo sus manos de una manera extraña.

—Tú y yo, nos iremos lejos, seremos muy felices —susurró Bárbara con la voz temblorosa.

—¡Yo contigo no iré a ningún lado! —mascullé.

—¿Te quieres morir? —me gritó—; ¡Dime, de una maldita vez! ¿prefieres eso a estar conmigo?

Empezó a llorar, no tenía dudas que Bárbara estaba totalmente perdida, con la voz entrecortada empezó a decir;

—¡Te amo y lo sabes!  ¿Verdad, mi amor? Pero prefiero verte muerto que con otra —soltó una risita—, al menos muerto sabré donde estás. No estaré con la maldita incertidumbre, sin saber que estás haciendo.

No sabía que era más aterrador, la manera en la que se estaba comportando o su forma de hablar.

—¡HAZLO! —levanté la voz—.¡Acaba con esto ya!

—¡No! ¡Aaaaah! ¡Mis hijos no!

Mi madre empezó a llorar, se arrodilló delante de Bárbara suplicando por mi vida. No saben lo que sentí en ese momento, mi corazón se hacía pedazos al ver a mi madre llorar como lo hacía.

»¡Mátame a mí! Pero deja a mi hijo, ¡Mi niño no! Otro no. Compadécete de esta pobre  madre atormentada.

Mi madre empezó a gritar y a llorar con tanta fuerza que parecía que su garganta se desgarraría y de un momento a otro su cuerpo cayó al piso. Sentí terror, no se movía, estaba ahí tirada, Bárbara empezó a negar entrando en una crisis peor. Alejó el cuchillo de mi cuello, se frotaba el cabello como si quisiera arrancárselo. Corrí hasta donde estaba mi madre, estaba muy fría, la movía y no me respondía, las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas.

—¡Madre! —Acaricié su rostro—.¿Me escuchas?

Empecé a gritar como un loco que llamaran una maldita ambulancia ya que las empleadas seguían en shock. No se movieron hasta que mis gritos las hicieron regresar a la realidad. Le pedí a una de ellas que sostuviera la cabeza de mi madre. Me levanté buscando con la mirada a Bárbara, esa maldita loca, en ese momento la ira corría por mis venas. Estaba sentada en un rincón del jardín llorando y muy desorientada, al verme trató de clavarse el cuchillo ella misma, pero fui más rápido y sin pensar en nada lo tomé por el filo causándome una herida. La sangre empezó a caer al suelo, Bárbara me miró aterrada.

—¿Esto era lo que querías, verdad? ¿Querías sangre?  

Empuñe con fuerza mi mano para que las gotas de sangre destilaran hasta el piso. En ese momento no me dolía, no sentía nada, solo un profundo enojo. La tomé de la mano con fuerza obligándola a levantarse, ella estaba temblando y llorando.

—¡Ma-Matías! —susurró entre  sollozos—, ¡Estás herido!

—¿Esto no era lo que querías? —exclamé subiendo el tono de mi voz—,¿Dime, no era esto lo que tú querías…?

Empezó a negar y a llorar desesperadamente. A pesar de la rabia que sentía en ese momento con ella, yo sabía que ella no estaba nada bien, la solté de nuevo y al hacerlo perdió el equilibrio, terminó en el suelo.

Le hablé a Ricardo, le dije que Bárbara estaba aquí. Me acerqué nuevamente a mi madre quien seguía inconsciente, no reaccionaba y eso me estaba matando.

Luego de unos minutos llegó la ambulancia, los paramédicos revisaron sus signos vitales, por sus caras sabía que nada estaba  bien. Me preguntaron si yo estaba bien, imagino lo decían por la sangre que tenía en mi mano. Les dije que yo no importaba, lo primero era mi madre. La pusieron en la camilla y se la llevaron, no podía irme en la ambulancia porque tenía que esperar a Ricardo.

¿En qué momento la vida se me jodió tanto?

¿Ahora cómo le decía a mi padre?

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EN ALGÚN LUGAR DE MEDELLÍN.

NARRADOR OMNISCIENTE.

Mariana estaba parada mirando por la ventana de la habitación mientras esperaba que Emanuel subiera  el desayuno. Tenía la mirada perdida y  una cantidad de cosas en su interior que la atormentaban.

Escuchó la puerta abrirse, pero no se movió del lugar donde estaba. Emanuel descargó las bolsas que traía en sus manos sobre una pequeña mesa que había en la habitación. Se acercó a Mariana para darle un beso en los labios, un beso que ella esquivó.

—¿Sigues molesta?

Se dio la vuelta para servir el desayuno. Mariana giró la cabeza para mirarlo.

—¡Cómo no quieres que esté molesta! Me azotaste durísimo, tengo las palmas de tu manos marcadas en mi trasero —se descubrió el cuello y el pecho,  le señaló—; aparte de estas marcas que me dejaste.

Tenía chupetones morados en su cuello y pecho. Emanuel empezó a comer, se encogió de hombros.

—¡Te enojas por unas bobadas! O sea, solo hicimos el amor. Además tú eres mi mujer, puedo dejarte las marcas que yo quiera, ¿Quién te las va a ver,  o es que vas a andar desnuda?

—¡Claro que no, pero no tienes por qué dejar esas marcas!

—¡Ay, Mariana! Por todo te escandalizas, somos una pareja que tiene  intimidad, ¿lo recuerdas? Pero tú pareces monja, todo te molesta, nada te gusta. Pareces una niña.

—Las cosas no son así.

Caminó hasta la mesa y se sentó junto a él.

»Hay cosas que me incomodan un poco.

—Debes saber complacer a tu hombre.

Emanuel apretó su mentón, ella solo bajó la mirada y empezó a comer lo que había en la mesa. Algunas empanadas, pan, jugo de naranja y frutas picadas.

—Cambiando el tema —habló Emanuel con la boca llena—, estaré fuera cuatro  días, creo que viajaré mañana.

—¿Y eso, a dónde? —inquirió Mariana mientras tomaba su jugo.

—¿Recuerdas al hermano de mi madre que vive en Turbo?



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En el texto hay: dolor, desepcion, tristesa

Editado: 04.04.2023

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