MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 20.
Se escucharon tres golpes en la puerta, Mariana estaba en su cama llorando de la rabia que tenía. No respondió nada, cuando escuchó la puerta otra vez.
—¿Flaca, podemos hablar? ¿Será que podemos dejar los guantes de boxeo y hablar?
Mariana se limpió las lágrimas y se levantó para quitarle el seguro a la puerta, Lorenzo cruzó el umbral y se recargó en el marco. Mariana se alejó sentándose en el borde de la cama.
—¡No me gusta discutir contigo!
Hizo un gesto de puchero.
»¡Mamá no hace las cosas por mala! O por cansona, tanto ella como yo queremos lo mejor para ti.
Dio tres pasos. Mariana levantó la mirada.
—¡Eres un traidor!
Lorenzo arqueó una ceja, hizo unos movimientos con sus manos, no entendía nada de lo que ella decía.
—¿De qué hablas?
Mariana se levantó y se alejó de él.
—Estuviste a punto de decirle a mi madre lo que pasó con Emanuel. No tienes ningún derecho, nadie tiene porque meterse en mi relación.
—¡Pensé que me daba el derecho por ser tu hermano! —replicó—, querer lo mejor para ti, cuidarte.
—Bien, yo soy muy feliz con Emanuel.
Lorenzo pasó su mano derecha por su rostro y suspiró.
—No lo eres.
Mariana aleteó sus largas pestañas, luego rodó los ojos y sonrió con ironía.
—¿Tú que sabes? ¿Puedes ver lo que tengo dentro?
—Te conozco, con eso me basta. Además de lo que he observado.
—¡Déjame decirte que te equívocas! Yo no soy una niña y eso ustedes deben entenderlo.
—Mi madre solo quiere lo mejor para ambos…
Antes que pudiera continuar Mariana lo interrumpió.
—¡Mi madre solo quiere tenerme aquí encerrada y manejar mi vida a su antojo!
—Hermanita, solo te pido por favor, abre los ojos, mira más allá de la realidad. Mi madre dice que es algo que siente, no cree conveniente ese viaje.
—Al parecer tú piensas igual que ella.
—¿Quieres la verdad o una mentira disfrazada?
—Pues obvio, la verdad.
—Después de lo que vi, el “malentendido” como tú le dices —dibujó las comillas con sus dedos— dejé de confiar en ese tipo, yo tampoco estoy de acuerdo, además de todo lo demás.
Mariana soltó un gruñido de frustración.
—¿De qué hablas?
—¿Quieres que empiece a enumerar cosas? Bien — arrastró un taburete para sentarse—. Empecemos. Desde que empezaste a salir con él, absorbió todo tu tiempo, se fueron a la basura los domingos en familia que eran sagrados solo para los tres y lo sabes, tú no volviste a pasar un domingo en casa por estar con él.
Mariana rodó los ojos y negó con la cabeza.
»Dejaste a tus amigas, no volviste a salir con ellas, cambiaste tu manera de vestir de un momento a otro, literalmente no te deja respirar.
—¡Las cosas no son así! —murmuró Mariana con la mirada en el piso.
—¿Te parece poco? Te recoge y te lleva todos los días a la universidad, está como una sombra encima de ti y cuando estás aquí en la casa te la pasas pegada al celular hablando o respondiéndole mensajes. Dime, ¿esa manera de amar es sana?
Mariana se quedó en silencio.
»No tienes tiempo para nada que no sea él, mejor dicho, él no deja que hagas otras cosas que no sean con él. Esa manera de amar es enfermiza, él quiere absorber todo tu tiempo y eso no es sano. Todos necesitamos nuestro espacio a parte de la pareja.
Lorenzo se levantó y caminó hasta ella.
—La manera que te mira, no es de un hombre enamorado, es como si tú le pertenecieras. Aparte del supuesto malentendido y las marcas que te dejó, no son las únicas marcas que te ha dejado, ¿verdad?
Mariana se levantó y caminó hasta la ventana.
—Solo estás celoso. Celos de hermano. ¡Qué disparate dices!
—Muy en el fondo sabes que es verdad, mi —mencionó su apodo—. Sabes que tú eres lo que más amo en el mundo y si algo te pasa se me va la vida.
Mariana lo miró a los ojos, veía en ellos una preocupación sincera y le dolía, pero ella quería creer que Emanuel había cambiado.
—Tal vez tengas razón en algunas cosas, —pasó saliva — pero él ha cambiado.
Lorenzo respiró profundo.
—El problema es que estás enamorada, por lo mismo estás ciega, no ves lo que otros sí. Ya no sonríes como antes, a veces tu mirada se pierde y te vas a un lugar lejano. Y cuando hay otros hombres cerca de ti, te pones muy nerviosa como si tuvieras miedo.
Mariana pasó por su lado, soltó una risilla nerviosa y molesta.
—Se te pegó lo de mi madre, exageras todo. Estás viendo cosas donde no las hay.
—Exagerado o no, yo sé lo que vi, recuerda que soy hombre y puedo ver cosas que tú no. Emanuel no es el hombre para ti, no dejaré que te lastime, por esa razón no me parece que estés sola con él tantos días y tan lejos de nosotros, lejos de todo.
—¡Otra vez lo mismo! Yo quiero ir, es mi vida.
—Lo siento, no irás a ningún lado, puedes enojarte, pero de aquí no sales. No te daré ni un peso para que te vayas con ese tipo.
—¡El ciego eres tú! No sé de dónde sacaste esas idioteces. Estás paranoico, no te preocupes no pienso pedirte nada, él correrá con mis gastos.
Lorenzo trató de acercarse, pero Mariana levantó las manos a la defensiva impidiéndolo.
—Sabes que te adoro, en todo te apoyo, incluso te ayudé en cosas que tenían que ver con él, pero esta vez no, no irás a ningún lado.
—¡Sal de mi habitación! —exclamó furiosa.
Lorenzo respiró profundo, sentía tristeza por estar en esa situación.
—No puedo creer que estemos discutiendo por culpa de ese tipo.
—La culpa no es de él, es tuya por esas tontas ideas que se te metieron en la cabeza. Y si de verdad me quieres tanto deberías apoyarme, es mi novio y lo amo, es mi felicidad, deberías entenderlo.
Mariana estaba ciega, no quería ver las cosas. Lorenzo se sentía frustrado, sentía impotencia.
—Precisamente porque te quiero, yo sí veo lo que tú no ves por esa venda que traes en los ojos.
Editado: 04.04.2023