Mariana De La Noche

Capítulo 26.

MARIANA DE LA NOCHE.

Capítulo 26.

Parecía asustada retrocedió dos pasos, yo levanté mis manos para no asustarla más.

—¡Tranquila, no quise asustarte! —susurré.

Ella me miró con desconfianza, yo traté de acercarme y ella se tensó. Podía ver miedo en sus ojos. Me acerqué un poco más, ella siguió mirándome. Estaba descalza, tenía un vestido blanco desflecado más bien rasgado en la parte de abajo, aparte de unas manchas de sangre.

Su piel era blanca, al igual que su cabello que lo traía desordenado, parecían copos de nieve y esos ojazos azules. Me seguí acercando y ella siguió a la defensiva, tenía algunas marcas en las manos, era lo que podía ver bajo el reflejo de la luna. Aparte de los espasmos que producía su cuerpo por el frío y las lágrimas.

—¡No quiero lastimarte, tranquila! —hablé en un tono de voz cantarina.

Me miró, me miró y entre sollozos soltó.

—¡Tengo miedo, mucho miedo!

Pasé saliva. Sentí la necesidad de ayudarla, protegerla. No entendía qué hacía en ese lugar, temía lo peor, tal vez alguien la había lastimado.

—¡Tranquila, yo puedo ayudarte! ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —Susurré calmadamente.

Bajé la mirada a su vestido, ella entendió que lo preguntaba por las manchas de sangre que traía. Asintió, empezó a mirar a todos lados, como si temiera algo.

—¡Ayúdame, estoy perdida! —susurró—,¡Ayúdame a llegar a mi casa! ¡Ayúdame por favor, ayúdame! Quiero irme a casa. Quiero salir de este lugar, no sé dónde estoy.

Suplicó. Sus lágrimas corrían por sus mejillas, lo que podía percibir en sus ojos era miedo acompañado de una tristeza tan grande. Me acerqué, me quité el abrigo y se lo puse encima, estaba helada, era normal en ese lugar hacía mucho frío. Me hinqué de rodillas para quedar a su misma altura, traté de tomar sus manos, murmuré para no asustarla.

—¡Tranquila, todo estará bien! Voy a ayudarte.

Entonces ella tomó mis manos provocando una extraña corriente en mi cuerpo, mi piel se enchinó. Me miró con los ojos cristalizados, como suplicándome.

—Sácame de aquí —habló en un pequeño hilo de voz—, ¡Estoy perdida, no sé dónde estoy!

—¡Calma, yo te ayudaré!

Se incorporó, yo hice lo mismo, miró a todos lados nerviosa, yo hice lo mismo, pero no veía nada.

—Gracias —Musitó.

Se frotó los brazos, respiró profundo como tratando de calmarse. Con sus dedos limpió sus lágrimas, pero parecían con vida propia porque seguían saliendo de sus ojos recorriendo sus mejillas hasta morir en sus labios.

—¡Quiero abrazar a mi hermano! —susurró con la voz entrecortada.

Sentí un nudo en la garganta, pasé saliva para cortarlo, es que… recordé tantas cosas. Le hablé con dulzura tratando de calmarla, le dije que pronto pasaría todo eso, que yo la iba  a ayudar a regresar a su casa para que pudiera abrazar a su hermano como ella lo deseaba.  No entendía porque, pero empezó a llorar otra vez. Se cubrió el rostro con las manos y empezó a sollozar.

—¡Shhh, tranquila! —no la toqué porque no quería asustarla—, Sé que alguien te lastimó mucho, pero ahora todo estará bien, yo haré todo lo posible para ayudarte.

Retiró las manos de su rostro y me miró, la tristeza que reflejan sus ojos era tan grande que hasta se podía contagiar. Le regalé una sonrisa de boca cerrada. Extendí mi mano, ella me miró.

—Me llamo Matías, mucho gusto —me presenté para tratar de ganarme su confianza.

Bajó la mirada hasta mi mano, pero no la estrechó.

—Mariana, me llamo Mariana —murmuró sin mirarme.

Algo muy malo tuvo que pasarle, podía ver la desconfianza que tenía, me quedé con la mano extendida, sonreí y añadí.

—De la noche.

Ella ladeó la cabeza y me miró confundida.

—Olvídalo, solo quería romper el hielo —me disculpé.

Vi que relajó sus hombros, aunque seguía mirando a todos lados nerviosa, como buscando algo.

»¿De dónde eres? ¿Cómo llegaste aquí? —inquirí con curiosidad.

Ella volvió a sentarse en la misma piedra, abrazó sus rodillas y luego apoyó su cabeza en ellas. Me hinqué de rodillas, sentí una extraña sensación, algo que no podía explicar.

—¿De casualidad no viste a cuatro chicos pasar por aquí? —le pregunté.

Asintió y me regaló una sonrisa de boca cerrada. ¡Por fin empezó a bajar la guardia! De verdad que no quería lastimarla, solo quería ayudarla. Me removió muchas cosas, tenía una sensación aquí dentro como algo atravesado que dolía cuando respiraba.

—Hace unos minutos pasaron por aquí —Murmuró.

—¿No te ayudaron? —pregunté con curiosidad.

Ella sonrió otra vez.

—No. Al verme salieron corriendo.

Solté una risita.

—¡No entiendo! ¿Por qué hicieron algo así? —me pellizqué el puente de la nariz.

Ella se levantó y yo me incorporé, clavó sus ojos en los míos.

—Porque no son como tú.

—No entiendo —elevé una ceja.

Levantó la mirada observando la luna.

—En sus ojos solo había lujuria y perversión, es evidente que para ellos las mujeres son objetos, cosas.

Respiró por la nariz y luego soltó el aire que contenía por la boca.

»Al principio cuando me vieron se detuvieron y se preguntaron qué hacía una chica tan hermosa sola, en este lugar, los típicos pensamientos de todos los hombres.

Podía sentir el resentimiento en sus palabras hacia el género masculino.

—¿Y qué pasó? —pregunté.

—Dos de ellos trataron de acercarse con su ego de coquetería. Yo solo los miré y los otros dos salieron corriendo, tal vez porque estaba llorando. Al ver mi vestido roto, la sangre, las fachas que traigo, parezco todo menos una persona. Empezaron a gritar cosas, luego los otros dos los siguieron.

Solté una risita.

—Son unos tontos, lo que pasa es que ellos creen en fantasmas y esas cosas, me imagino que al verte se imaginaron lo peor, son bien gallinas.

Me miró fijamente, ahora fue ella la que se acercó un poco.

—¿Y tú, también crees en esas cosas? —preguntó sin dejar de mirarme.



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En el texto hay: dolor, desepcion, tristesa

Editado: 04.04.2023

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