… MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 28.
La miré unos segundos, luego me lancé al agua y nadé unos minutos. Ella se volvió a sumergir y por obvias razones yo desviaba la mirada. Nadé hasta la orilla y me senté en una piedra, ella hizo lo mismo, yo bajé la mirada. Se sentó en una piedra que estaba delante de mí, me estaba dando la espalda y su cabello caía a los lados de su pecho. Levantó las rodillas llevándolas hasta su pecho, su cabello brillaba con los rayos del sol, las gotas de agua recorrían su espalda, volví a desviar la mirada, ella giró la cabeza porque sentí su mirada sobre mí.
—¡Matías! —habló captando mi atención.
Levanté la mirada, encontrándome con sus ojos.
»¿Puedo preguntarte algo?
—Dime.
—¿Cómo murió tu hermana? —preguntó con curiosidad.
Todo pensé menos que iba a preguntarme eso. Sentí un nudo en el estómago, ella me seguía mirando atenta, esperando mi respuesta.
—Perdón si te incomode con la pregunta —se disculpó.
Pasé saliva, respiré hondo y solté;
—La asesinaron.
Aleteó sus largas pestañas y me miró sorprendida. Se levantó y yo desvíe la mirada, se sentó junto a mí, podía sentirlo porque seguía sin mirarla.
—Lo siento mucho, no sabía, discúlpame —se disculpó otra vez.
—No es tu culpa —Murmuré sin mirarla—, no te preocupes.
—Me imagino lo difícil que fue para ti —susurró.
Giré la cabeza para mirarla, estaba sentada de manera que no se le veía nada y el cabello le cubría los pechos. Lo dicho, parecía una diosa, aunque como estábamos en el agua parecía más bien una hermosa sirena.
—Lo fue, lo es, todos los días al abrir los ojos y ver que ella no está. Incluso a veces me siento culpable, debí hacer más por ella, estar más pendiente.
Una lágrima rodó por mi mejilla. A veces sus ojos se perdían en los míos de una manera que me ponía nervioso.
—¿Esa es la razón de tu tristeza, verdad? No puedes culparte por algo que tú no hiciste —sus ojos se humedecieron.
Sentí un nudo en la garganta que no me dejaba pasar palabras, solo asentí. Los recuerdos a veces dolían demasiado, mucho más cuando se trataba de un tema que no se había superado.
»¿La querías mucho? —inquirió sin dejar de mirarme.
Me removí y fijé la mirada al lago.
—Esa niña era mi vida —mis lágrimas se hicieron presentes—, más que hermanos éramos mejores amigos, cómplices, confidentes, todo, teníamos una relación hermosa.
La miré de reojo y tenía los ojos cristalizados.
—Te entiendo —dijo sin aliento—,Una relación así es la que tenía con mi hermano.
La interrumpí.
—¿Por qué dices que “tenías” Por qué hablas en pasado? —pregunté con curiosidad.
Nuestras miradas se encontraron, cerró los ojos por un instante y contuvo la respiración, sus lágrimas empezaron a salir.
—Porque yo dañé todo lo que teníamos, yo lo defraudé, yo le fallé, yo rompí la confianza por quedarme callada. Yo rompí su corazón, yo decepcioné a mi hermano, yo rompí todo, por pendeja por ser la más estúpida de todas…
Todo su gesto se descompuso, podía sentir el dolor con el que hablaba. Así como los cristales se rompen, así se rompió ella en llanto, sin pensarlo tomé su mano.
—¡No digas eso! —respiré profundo.
—Es verdad —apretó mi mano—, yo no quise escuchar a mi hermano, por eso me pasó todo lo que pasó, es mi culpa.
Elevé una ceja y sin querer otra lágrima se me escapó. Tomé su barbilla obligándola a levantar la cabeza para que me mirara, sentí un nudo en la garganta.
—No Mariana, no digas eso, tú no merecías nada de lo que sea que te pasó, tú no tienes la culpa, nada justifica eso.
Señalé las marcas de su cuello y sus manos con la mirada.
»A una mujer no se le toca ni con el pensamiento, porque incluso con un mal pensamiento ya le estás faltando el respeto.
Me miró y yo me perdí en sus ojos tan profundos. Me pasó la mano por la cara con su dedo pulgar me limpió las lágrimas.
—¡Ojalá todos pensaran igual que tú!
Siguió acariciando mi rostro sin apartar los ojos de los míos.
»Incluso de la manera en la que estoy frente a ti, tu mirada no ha cambiado, en tus ojos solo se refleja lo que tú eres, un hombre en toda la extensión de la palabra. En tus ojos no hay lujuria ni perversión, solo una transparencia tan grande como el agua de un manantial.
Me estremecí, alejó su mano y fijó la mirada en el lago.
—Lorenzo me advirtió muchas veces que él no era un hombre para mí y yo en el fondo sabía que él tenía la razón, pero no quería dársela porque quería creer que él cambiaría. Además estaba cegada por el amor que sentía por él, un amor que solo me trajo dolor y oscuridad, porque en eso se convirtió mi mundo, en dolor y más dolor. Todos esos colores del arcoíris para mí desaparecieron, él acabó con todo y yo lo permití. La culpa es mía.
Escucharla hablar con tanto dolor de alguna manera me dolía. Negué.
—Ninguna mujer merece ser maltratada, ninguna mujer merece ser lastimada. No es tu culpa, es culpa de ese animal que no se sabe comportar.
Soltó un suspiro acompañado de unas lágrimas.
—No Matías, también es mi culpa, yo le permití llegar hasta donde llegó por callar.
—Aún así nada lo justifica. ¿Qué fue lo que pasó? —Indagué sin dejar de mirarla.
Ella deslizó las manos alrededor de su cuerpo, me dedicó una tímida sonrisa.
—¿Me preguntas que me hizo? O mejor dicho, ¿qué no me hizo?
Metió la cabeza en medio de sus rodillas, solo podía sentir como se cortaba su respiración por las lágrimas, no quería ponerla mal. Le pasé la mano por el pelo lentamente.
—Si no quieres hablar no tienes que hacerlo, hay cosas demasiado dolorosas para recordarlas. Tranquila.
Me levanté.
»Mejor sigamos nuestro camino, no creo que estar aquí te haga bien.
Me miró con el rostro lleno de lágrimas, extendió su mano para que la ayudara a levantar. Al momento que lo hizo cerré los ojos, escuché una risita. Me puse la ropa y recogí la mochila, ella se me acercó y me pidió que le ayudara con el cierre del vestido. Con mis dedos rocé su piel y era tan… suave.
Editado: 04.04.2023