MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 32.
Estaba de espaldas desnuda. No lo había notado antes, pero las marcas que tenía cada vez eran más visibles. Tenía un morado impresionante al lado derecho de sus costillas, las marcas del cuello se le veían más. Giró la cabeza y se dio cuenta que la estaba mirando, bueno no precisamente a ella sino el golpe que tenía en las costillas.
—Cada día se te notan más las marcas, ¿Te duele?
Di dos pasos. Se cubrió con la toalla y me miró.
—Suele pasarme, con el paso de los días las marcas se vuelven más oscuras por mi tipo de piel.
—Ahora te traeré una crema para disminuir la inflamación y el dolor.
Asintió. Me despedí otra vez y salí de la habitación. Me reuní con las personas a las que debía entregarle los informes y algunos documentos, además de explicar la ausencia de mis compañeros. Hablamos como dos horas resolviendo sus dudas y al fin mi trabajo en ese lugar había culminado.
Me habían invitado a almorzar en agradecimiento por mi trabajo, les agradecí por la invitación, pero no quería dejar mucho tiempo sola a Mariana. Eran las dos de la tarde, pensaba invitarla a almorzar. Antes de regresar al hotel entré a la farmacia por una pomada, luego regresé al hotel.
Abrí la puerta, al levantar la vista la vi, estaba acostada parecía que estaba dormida, me imaginé lo agotador que habían sido todos esos días para ella. Cerré la puerta y dejé mis cosas tratando de no hacer ningún ruido, di tres pasos más quedando a un lado de la cama, se veía tan bonita así. No entendía qué me pasaba con ella, yo había dicho que no quería saber nada de las mujeres y llegó ella y me hizo sentir cosas tan extrañas que nunca había sentido.
¿Ustedes creen en el amor a primera vista?
Porque yo no creía en esas cosas y esperaba seguir así. Me quedé mirándola, traté de entender ese hormigueo que sentía en todo el cuerpo. Abrió sus ojos de repente provocando un sobresalto en mí. Que manía la suya de asustarme. Me llevé las manos al pecho y ella sonrió.
—¡Qué manera la tuya de despertar y de asustarme! —respiré por la boca—,¿Siempre despiertas así, tan repentinamente?
Se sentó, ladeó la cabeza y se quedó mirándome, tenía el cabello suelto y uno de los vestidos que yo le regalé. Le quedó perfecto, ajustado en su cintura suelto en sus caderas hasta la altura de las rodillas. No traía ni una pizca de maquillaje en el rostro, no era necesario, ella se veía hermosa.
—¿Qué es eso que te tiene tan preocupado? —soltó la pregunta tomándome por sorpresa.
Retrocedí tres pasos acercándome a la ventana.
—¿De qué hablas?
Respondí con otra pregunta sin mirarla. Sentí el ruido del colchón como cuando alguien se movía, luego sentí unos pasos. Se detuvo junto a mí y levantó la mirada al mismo lugar donde la tenía yo, la playa.
—Llevabas varios segundos mirándome.
Abrí mis ojos y la miré.
—¿Cómo sabes que te estaba mirando? ¿no estabas dormida? —pregunté.
Me quedé mirándola fijamente tratando de entender tantas cosas.
—Sí, estaba dormida —se encogió de hombros—;pero pude sentir tu mirada sobre mí, algo te agobia y yo quiero saber ¿Qué es?
De verdad que esa mujer me confundía. Me alejé y me senté en el mueble, empecé a desatarme los cordones de mis zapatos para luego quitármelos.
Saqué la pomada y se la entregué.
—Aquí tienes, esto te ayudará aliviar el dolor.
Dio dos pasos y me siguió mirando.
—¿Tú nunca me dirías mentiras verdad?
Ladeó la cabeza, yo sentí que el mundo se movió bajo mis pies.
—¿Por qué habría de hacerlo? No pasa nada, imagino que es cansancio.
Le regalé una pequeña sonrisa. Ella se acercó quedando a centímetros de mí.
—Matías, vos no sabes mentir, una cosa es lo que sale de tu boca, otra lo que dicen tus ojos.
Su mirada tan intensa se encontró con la mía, me levanté quedando más cerca aún.
—Verdad, se me olvidaba que vos puedes leer los ojos. Entonces dime, ¿qué es lo que ves?
Me quedé mirándola fijamente. Ella respondió sin apartar sus ojos de los míos.
—¿De verdad quieres saber qué es lo que yo veo? —me devolvió la pregunta.
Asentí, con seguridad.
—Tienes un montón de dudas en tu cabeza que ni tú mismo entiendes. Tú crees unas cosas, pero otras son las que sientes.
Me quedé en silencio y desvié la mirada, pasé por su lado llegando otra vez hasta la ventana.
—¿Me equivoqué? —indagó a la espera de mi respuesta.
—Eres muy buena analizando miradas.
Sonreí tratando de restarle importancia.
—Me daré otro baño, el calor está fuerte hoy, después te invito a almorzar, ¿qué dices?
Me regaló una cálida sonrisa.
—¿Sería mucho inconveniente si almorzamos aquí?
—Está bien, pedimos que nos suban algo.
Entré al baño, recosté mi cuerpo en la puerta, solté todo el aire acumulado. Dejé caer mi ropa, entré a la ducha, abrí el grifo y dejé que el agua fría me refrescara de pies a cabezas. Cerré los ojos y no quise pensar en nada, me quedé ahí unos minutos, luego tomé una toalla, la pasé por mi rostro y mi cabeza, tomé otra toalla envolviéndola en torno a mi cintura.
Salí del baño, cruzamos miradas unos segundos, luego empecé a buscar en mis cosas algo para ponerme.
—¡Matías! —habló.
Levanté la mirada, tenía la pomada en sus manos.
»¿Me ayudas?
Agitó la crema en el aire. Pasé saliva y asentí varias veces. Me acerqué y ella me dio la espalda. Una vez más sin esperarlo dejó caer su vestido hasta la cintura dejando toda su espalda al descubierto, levantó la mano izquierda cubriendo sus pechos, me señaló la parte donde tenía el golpe.
¡Ay, Dios!
Respiré…
Respiré…
Y respiré…
Pasé saliva, mis manos por alguna razón empezaron a temblar, cosa que nunca antes me había pasado. Dejé caer la tapa al suelo, ella ladeó la cabeza y me regaló una tímida sonrisa.
Esparcí la crema en la yema de mis dedos, sentía los latidos de mi corazón, como si quisiera salirse de mi pecho. Con mucho cuidado empecé a esparcir la crema en la parte afectada. Su piel era tan suave y delicada, así se debía sentir al tocar una nube. La miré y tenía los ojos cerrados y yo sentí algo tan grande dentro de mí que me hacía temblar, era como si todo mi mundo se sacudiera bajo mis pies.
Editado: 04.04.2023