Era un sábado por la mañana, Ryoko se había levantado más temprano de lo normal—estaba demasiado nerviosa como para dormir más tiempo.
Comenzó a elegir entre varios vestidos: uno morado lila con unos lindos patoles, uno azul muy claro, uno blanco con unos patoles algo apagados, hasta que finalmente lo decidió.
Terminó de prepararse justo a tiempo. Aku llegó a las 3 en punto. Ella salió con los nervios por los aires, pero su emoción era más grande que esos nervios...
Aku la miró de abajo hacia arriba con una calma inquietante...
Pues había elegido un conjunto bastante sencillo, pero con ese toque que hacía que todos se giraran a mirarla.
Una chaqueta de mezclilla corta abrazaba sus hombros, con las mangas dobladas por encima de los codos, dándole un aspecto casual.
Debajo, una blusa negra caía suave, haciendo gran juego con la falda del mismo tono: corta, ligera.
Su cabello era lo que más destacaba—llevaba el cabello suelto, en ondas amplias, que caían por su espalda como una cascada.
La parte de arriba estaba recogida hacia atrás, dejando libres algunos mechones sueltos que enmarcaban su rostro de manera delicada.
El detalle que lo hacía especial era el listón negro atado justo donde comenzaba el recogido. El listón, ancho y de tela satinada, formaba un moño perfecto que combinaba con toda su ropa.
———
Ambos llegaron a un pequeño restaurante, bastante lindo y elegante. Aku le cedió el asiento a Ryoko con gran caballerosidad; ella sonrió alegre, aún sin entender por qué su corazón latía tan fuerte.
Aku tomó asiento delante de ella y recargó sus codos en la mesa.
—Te ves bastante hermosa hoy —dijo con un tono muy relajado mientras la observaba con gran atención; su mirada era bastante profunda, como si quisiera memorizar cada detalle.
—Todo lo que te pones se te ve hermoso, ¿sabes? Me fascina —menciono mirándola a los ojos mientras una sonrisa se pintaba en sus labios.
—¿De verdad me veo bien? Es que me puse lo que encontré… —dijo Ryoko mientras bajaba la mirada para ver sus manos. Estaba muy nerviosa y avergonzada; nunca le habían dicho tales cumplidos.
—¿Qué pasa? ¿Todo bien? —preguntó Aku con una mirada penetrante acompañada de una sonrisa bastante dudable.
El mesero llegó y tomó sus órdenes. Mientras llegaba lo que habían ordenado, su conversación se volvió más fluida. Ryoko platicaba aún nerviosa y tímida. Aku la observaba con bastante atención… quizás demasiada atención.
Una vez que terminaron de comer, salieron del lugar y se dirigieron a un parque no muy lejano.
Se acercó a su oído y le dijo:
—Ahora vuelvo, no te muevas de aquí.
Después salió apresurado hacia una tienda y duró un buen rato dentro.
Regresó después de unos minutos con un peluche en una de sus manos, mientras que en la otra cargaba un lindo ramo de flores.
—Ten… son para ti, Ryoko. Me recuerdan a ti...
Ella tomó el peluche y lo abrazó; finalmente entendió esa extraña sensación en su pecho.
Cuando finalmente llegó la hora de irse, ambos caminaron hasta llegar a la casa de Ryoko. En todo el camino nunca soltó el peluche; intentaba estar lo más cerca posible de Aku, mientras este la observaba con gran seriedad… esa seriedad que da escalofríos.
Llegaron a la casa de Ryoko. Ella se quedó delante de él, sin levantar la mirada, como si no quisiera que el momento terminara.
—Anda, entra a casa, Ryoko —Aku mencionó con gran tranquilidad, mientras su mirada recorría sus manos, labios e incluso los oídos de Ryoko con gran intensidad—. Hace frío.
Ella aceptó y entró a casa. No pasó ni un segundo dentro cuando comenzó a patalear y a reír como loca, mostrando su gran emoción y alegría por lo ocurrido.
Aku, aún enfrente de la puerta, mantenía su mirada hacia la puerta.
—Estoy tan cerca… tan cerca, que no puedo esperar —rió de una manera bastante enfermiza mientras se daba la vuelta y se iba a casa.
Pronto…
———
Al día siguiente, ella no dejaba de pensar en Aku; su mente era solo Aku, Aku una y otra vez.
Mientras ella no se sacaba de la mente a Aku, él pintaba un nuevo cuadro con gran inspiración.
¿Quién habrá sido el nuevo lienzo?
———
Llegado el lunes, lo primero que Ryoko hizo al pisar el campus fue buscar a Aku, el cual se encontraba sentado apuntando en su libreta.
Ambos conversaron por unos minutos, hasta que la campana los interrumpió.
Mientras él se alejaba, le gritó a Ryoko:
—Vayamos por un café a la salida.
Una vez alejado lo suficiente, sonrió con satisfacción.
Al terminar sus clases, ambos salieron a beber un café...
Y así pasaron los días: una salida tras otra, un café tras otro.
Hasta que se formó la confianza suficiente entre ellos, terminando en tardes de película o tareas en casa de Ryoko.
Finalmente, tuvo lo que tanto quiso...
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Editado: 08.12.2025