Mas allá del plato

Capítulo 3

Desde aquella noche en que Alessia y Matteo compartieron sus heridas, algo invisible quedó tejido entre ellos.

No fueron palabras ni gestos grandilocuentes.

Fue la sutileza de la constancia.

Cada sábado, Matteo volvía.

Ya no era solo el crítico gastronómico que venía a probar un plato nuevo.

Era Matteo, el hombre que se sentaba en su mesa habitual, junto a la ventana, donde el reflejo de las luces doradas hacía que sus ojos parecieran aún más profundos.

Seguía pidiendo un plato diferente cada vez. Pero jamás faltaba el postre de chocolate y fresas.

Siempre, siempre al final, como un ritual sagrado.

Y Alessia, aunque pretendía seguir su ritmo habitual, no podía evitar estar pendiente de él.

Desde la cocina, se asomaba disimuladamente para ver su expresión al probar los platos.

Cada sonrisa suya era como un pequeño bálsamo para su alma todavía en duelo.

Febrero trajo consigo tardes más frescas, el aroma de la albahaca y del tomate maduro.

Marzo fue una sinfonía de flores nuevas, de platos ligeros y cremosos.

Y con cada estación que cambiaba, también cambiaba la distancia entre ellos.

Una distancia que se fue acortando imperceptiblemente.

Primero fueron miradas.

Después, breves charlas en las noches tranquilas, cuando el restaurante ya estaba cerrando y Alessia salía a despedir a los últimos clientes.

Una vez, Matteo le ofreció acompañarla hasta su auto.

Otra noche, Alessia le regaló una caja pequeña de trufas de chocolate hechas por ella misma, "por ser un comensal tan constante".

Matteo la aceptó con una sonrisa que derretía más que cualquier chocolate caliente.

Nunca hablaban demasiado.

Pero tampoco hacía falta.

Entre ellos, los silencios eran cómodos, cálidos, como la espera paciente de un plato en el horno.

⋆ ❈ ⋆

Una noche de abril, cuando la primavera comenzaba a perfumar el aire, Matteo llegó más tarde de lo habitual.

Se notaba cansado, su traje algo arrugado, la barba ligeramente crecida.

Alessia, viéndolo entrar, sintió un vuelco en el pecho.

Como si un hilo invisible la jalara hacia él.

Esa noche, sin saber por qué, decidió preparar ella misma su plato principal.

Lo cocinó con manos temblorosas, agregando hierbas frescas que sabía le gustaban, cocinando lentamente, probando una y otra vez el punto exacto de sal.

Cuando Matteo recibió el plato, no dijo nada.

Solo cerró los ojos al primer bocado y dejó escapar un suspiro, tan leve que Alessia, desde su rincón, apenas lo percibió... pero lo sintió como si lo hubiera pronunciado en su oído.

Después de cenar, Matteo pidió el postre habitual.

Y cuando terminó, no se levantó enseguida.

Se quedó sentado, con la cucharita aún en la mano, mirando el plato vacío como si fuera una carta sin escribir.

Finalmente, levantó la vista hacia donde Alessia conversaba con un camarero, riendo levemente.

Y por primera vez, Matteo no vio a la chef.

Vio a la mujer.

A la mujer que con sus manos, su dolor, su pasión, era capaz de cambiar los sabores, de acariciar el alma a través de un bocado.

La mujer que, sin quererlo, había encontrado el camino de regreso a sus propias emociones, aquellas que él había creído enterradas bajo el peso de los años y de las críticas imparciales.

Aquella noche, cuando se despidió, no fue un simple "buenas noches" como en ocasiones anteriores.

Fue algo más.

Una mirada prolongada.

Un roce leve de sus dedos cuando ella le entregó la chaqueta que había dejado colgada en la silla.

Un "nos vemos pronto" pronunciado con una promesa secreta en cada sílaba.

⋆ ❈ ⋆

Era una noche de mayo, la brisa traía consigo la fragancia del mar, y las primeras lluvias de la temporada comenzaban a hacer su aparición. El restaurante, como siempre, estaba lleno de vida, pero esta vez Alessia sentía una extraña calma en su interior.

Todo seguía su curso habitual: los camareros corrían de un lado a otro, los platos sonaban al caer sobre las mesas, las risas se mezclaban con los aromas a hierbas frescas y pan recién horneado.

En una mesa al fondo, Matteo ya estaba sentado, como cada sábado, con su mirada pensativa, como si estuviera esperando algo más que una cena exquisita.

Alessia, por otro lado, estaba en la cocina, concentrada en los últimos detalles de un plato especial para un cliente habitual.

De repente, la voz suave de Matteo la alcanzó desde la puerta del comedor.

No era la típica llamada cortés, ni un saludo distante.

“Alessia, ¿puedo hablar contigo un momento?”

Alessia se giró, sorprendida por la cercanía de su nombre en su boca, pero no dudó ni un segundo. Se acercó, dejando la cuchara con la que removía la salsa en el fuego, y cruzó el umbral que separaba la cocina del comedor.

—Claro, Matteo. ¿Todo bien?— Su tono era suave, casi como si quisiera confirmar que no pasaba nada fuera de lo común.

Matteo la miró con sus ojos oscuros, esos que siempre parecían guardar secretos a medio contar.

Su voz, normalmente firme, tenía ahora una suavidad que solo Alessia lograba escuchar.

—Te confieso algo…—, comenzó. —Este es mi último sábado aquí por un tiempo. Viajaré por trabajo, y no sé cuándo regresaré. Pero hay algo que no quiero que se me escape. Algo que me atormenta…

Alessia arqueó una ceja, sintiendo una mezcla de intriga y curiosidad.

—¿Y qué es eso que te atormenta, Matteo?

Matteo sonrió ligeramente, mirando el plato vacío en la mesa, como si las palabras que le costaban salir estuvieran allí, esperando el momento justo para emerger.

—Tu postre de chocolate y fresas. Cada vez que lo como, siento que no es solo comida, es algo más. Y me doy cuenta de que no puedo irme sin saber cómo lo preparas, sin entender qué lo hace tan especial.

Alessia, aunque un poco sorprendida, no pudo evitar sentir una chispa de orgullo. Matteo nunca había mostrado tanta vulnerabilidad frente a ella.




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