La cocina estaba tranquila en ese momento, casi como si todo el bullicio se hubiera calmado para permitirles a los dos estar presentes el uno para el otro, sumidos en una burbuja creada por el calor de los hornos, el aroma a chocolate y la suavidad de la crema.
La preparación del postre comenzó con un suave murmullo, casi como una danza:
Alessia le indicó a Matteo que tomara la barra de chocolate negro de alta calidad, la que siempre usaba para la base del postre. Con las manos firmes, la quebró en trozos pequeños, revelando su color profundo y su fragancia intensa.
—Este es el primer paso—, le dijo, —el chocolate tiene que ser de la mejor calidad. No podemos escatimar aquí.
Matteo observó cómo Alessia sumergía los trozos de chocolate en un tazón resistente al calor y lo llevaba al fuego, donde lo derretía a fuego lento. Las burbujas se formaban lentamente en el borde del tazón, y el aroma a cacao inundaba el aire.
—¿Lo sientes?—, preguntó Alessia, mientras pasaba una espátula sobre el chocolate derretido. —El chocolate tiene que tener la textura perfecta. No puede estar ni demasiado caliente ni frío. La temperatura precisa es clave.
Matteo asintió, sin dejar de mirarla, como si cada palabra de Alessia fuera una lección que deseaba aprender de memoria.
Una vez que el chocolate estaba perfectamente derretido y suave, Alessia le pidió que agregara la nata líquida. El suave brillo de la nata cuando se unió al chocolate creaba una mezcla cremosa, casi mágica. Se podía ver cómo la crema se absorbía suavemente, transformando el líquido espeso en una mezcla de tonos marrón oscuros con reflejos dorados.
—Ahora viene lo más importante,— dijo Alessia mientras mezclaba con paciencia. — La mezcla tiene que ser suave y perfectamente unificada. No debe quedar ningún grumo.
Matteo tomó la espátula con cuidado, moviendo la mezcla con movimientos lentos, casi reverentes.
—Esto... esto es más que cocina, es un arte— murmuró mientras observaba el líquido transformarse.
Mientras tanto, Alessia cortaba fresas frescas, tan rojas como el atardecer. Las frotó suavemente con un paño para eliminar cualquier humedad y luego las cortó en rodajas finas, casi perfectas.
—Las fresas deben ser dulces, pero no demasiado. Tienen que resaltar la suavidad del chocolate—explicó.
Ambos continuaron trabajando en la creación de la base del postre, con Alessia guiando a Matteo en cada paso, asegurándose de que él entendiera la importancia de cada detalle.
El toque final llegó cuando el postre estuvo listo para servir.
Alessia tomó el bizcochuelo de chocolate, ya listo y esponjoso, y fue armando de manera precisa con las fresas, el chocolate espeso lo vertió suavemente sobre las fresas y el bizcocho, cubriéndolos con la mezcla que brillaba suavemente bajo la luz tenue de la cocina. Un poco de crema batida fresca adornó la cima del postre, más toque de canela, la cual exaltaba la combinación de sabores.
—Este es el secreto del postre,— dijo Alessia mientras miraba a Matteo, quien estaba paralizado por la vista del plato. — El chocolate, el bizcocho, y las fresas se complementan, pero el toque de canela... eso lo transforma en algo único.
Matteo probó el primer bocado lentamente, permitiendo que el chocolate, el bizcocho, las fresas y la canela se deshicieran en su boca. Sus ojos se cerraron, disfrutando cada segundo. La textura era suave, pero al mismo tiempo, cada capa del postre le daba una sensación diferente.
—Es perfecto— susurró, casi sin palabras, completamente cautivado por la mezcla de sabores.
Alessia sonrió, viendo cómo él se entregaba al momento.
—Ya lo sabía— dijo en tono suave, su voz llena de satisfacción.
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Matteo había partido con la promesa de regresar, pero los días se deslizaban en su mente como los ingredientes en una receta perfectamente medida, sin prisa, sin espacio para el error.
En su equipaje no solo llevaba la ropa necesaria para sus compromisos, sino también el recuerdo fresco de los sábados por la noche, cuando Alessia le había permitido ver el arte de sus manos, el secreto de su postre. Aunque su cuerpo viajaba por ciudades desconocidas, su mente se aferraba a ese instante en la cocina, rodeado por el aroma del chocolate, el bizcocho, las fresas y la canela.
Esa noche, en una habitación de hotel sencilla, Matteo se encontraba frente a un pequeño recipiente de chocolate amargo, algo que había comprado en una tienda local. La nostalgia se apoderó de él al recordar la suavidad del chocolate que Alessia usaba en su cocina. Sin pensarlo dos veces, derritió el chocolate, cuidando la temperatura, como si Alessia estuviera allí para guiarlo.
Con cada movimiento, sentía que le faltaba algo. No estaba preparado, no tenía su guía. Pero su mente seguía evocando su figura, la sonrisa que había compartido con él mientras preparaban juntos el postre. Sabía que algo faltaba, algo que solo Alessia podía darle.
—No es lo mismo…—, pensó mientras miraba la mezcla de chocolate. Aquel sabor no era el que recordaba, la textura era densa, pero carecía de la suavidad que sentía en su boca cuando estaba en el restaurante.
Aún así, preparó el plato como mejor pudo. Siguió el proceso, colocando las fresas en rodajas finas sobre el bizcocho, luego el chocolate derretido y terminando con la crema batida que había aprendido a preparar con precisión, aunque no con la misma destreza que Alessia.
El bocado fue un recordatorio de lo que había dejado atrás, una mezcla de frustración y deseo de volver a estar cerca de ella. Sabía que no era solo el sabor lo que lo había cautivado, sino el proceso. La cercanía de ella, la manera en que le había mostrado el arte de cocinar con el alma, con paciencia.
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En el restaurante, los sábados seguían siendo un torbellino para Alessia. Las luces cálidas iluminaban la cocina, y los olores a pan fresco y hierbas italianas llenaban el aire. Sin embargo, había un vacío. Matteo ya no estaba allí.