Mas allá del plato

Capítulo 5

La noticia llegó por un mensaje directo del dueño del restaurante, Giuseppe. La calma que Alessia había encontrado en esos meses de trabajo, rodeada por el bullicio de la cocina, se vio abruptamente interrumpida. La voz del empresario en el mensaje era clara y directa, pero difícil de asimilar. Giuseppe le informaba que había tomado la decisión de vender el restaurante y dejar el país debido a razones personales. Como parte de su plan de cierre, el restaurante cerraría sus puertas de forma definitiva, y ella debería recoger sus pertenencias y dejar el lugar.

Alessia no podía creer lo que leía. Había sido su hogar durante tanto tiempo, el lugar donde había dado forma a sus sueños culinarios, donde había compartido risas y lágrimas con su equipo. No había más palabras, solo la invitación para despedirse y tomar sus cosas. Sin detalles sobre su futuro, ella se quedó mirando el teléfono sin poder procesarlo, sintiendo cómo la tristeza comenzaba a apoderarse de ella.

Con el corazón pesado, Alessia decidió regresar a su ciudad natal a Ravello, donde podría encontrar algo de paz después de la tempestad. En el tren, mirando por la ventana, se dio cuenta de que la distancia le daría tiempo para pensar, pero también le traería recuerdos: Matteo, los sábados en la noche, el postre de chocolate y fresas, las pequeñas sonrisas que compartieron entre plato y plato. ¿Sería posible que él nunca hubiera sabido de su partida? ¿Y qué pasaría si él regresaba al restaurante, solo para encontrarlo cerrado?

El viaje se sintió largo, pero finalmente llegó a su ciudad, un lugar lleno de nostalgia y de recuerdos de su infancia. No sabía cuánto tiempo pasaría allí ni qué le depararía el futuro, pero sentía que necesitaba este respiro para pensar y replantearse lo que había sucedido, lo que no había podido decir, y lo que quizás nunca tendría la oportunidad de decir.

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Cuando Matteo regresó finalmente de su largo viaje, agotado por las horas de vuelo y la soledad que lo había acompañado durante ese tiempo, no podía esperar para volver al restaurante. Había planeado el reencuentro con Alessia, pensaba que el sábado sería el día perfecto para llegar, pedir el mismo postre de chocolate y fresas que había aprendido a amar, y tal vez... finalmente decirle lo que había estado guardando dentro de sí desde aquel primer encuentro.

Sin embargo, cuando llegó a la calle donde estaba el restaurante, un frío golpe lo hizo detenerse en seco. La puerta estaba cerrada, las luces apagadas, y el cartel de "Cerrado" colgaba de la entrada con una fuerza que parecía simbolizar todo lo que había cambiado en su ausencia. Se acercó, pensando que tal vez se trataba de un día de descanso, pero algo dentro de él le decía que no era así.

El pequeño rincón que había sido testigo de su conexión con Alessia ahora se veía vacío, abandonado, como si el tiempo hubiera detenido todo en su lugar. Miró por la ventana, pero no había señales de la cocina en movimiento, ni de Alessia entre las mesas.

Confuso y con el corazón acelerado, sacó su celular en busca de alguna noticia sobre el restaurante, pero, al no tener respuesta, algo en su interior se quebró. ¿Cómo era posible que después de todo, de todos esos encuentros, de los momentos que compartieron, ella simplemente hubiera desaparecido de su vida sin una palabra, sin una despedida?

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Por otro lado Alessia llegaba a la casa de sus padres, donde el olor familiar de la cocina la envolvió en cuanto cruzó la puerta. La casa era cálida y acogedora, un refugio que la esperaba después de tanto tiempo fuera. Sus padres, sorprendidos por su llegada, la recibieron con los brazos abiertos, y aunque sabían que algo no estaba bien, no preguntaron demasiado. De alguna manera, entendieron que ella necesitaba tiempo para procesar las cosas por sí misma.

La casa, aunque pequeña, tenía esa magia que solo los recuerdos pueden crear. Alessia subió las escaleras y se dirigió a su habitación, un espacio que había sido suyo durante años, lleno de viejos recuerdos y objetos que la hacían sonreír. El papel tapiz rosa que había elegido cuando era niña aún cubría las paredes, y en el estante de la ventana descansaban las pequeñas muñecas que había coleccionado. El sillón de lectura donde solía sentarse con su madre para escuchar historias de cocina seguía allí, intacto, como si el tiempo no hubiera pasado.

Mientras se acomodaba en la cama, sus pensamientos se dirigieron nuevamente a esos días de su infancia, cuando la cocina no era solo un lugar para preparar comida, sino el centro de su vida. Recordó a su nonna, que le enseñó a hacer los primeros postres con sus propias manos, a sentir el calor del horno y el aroma de la vainilla que se esparcía por toda la casa. Su abuela siempre le decía que la comida era una forma de amor, una forma de mostrarle al mundo lo que uno sentía sin necesidad de palabras.

Recordando cómo desde pequeña, había pasado horas observando a su abuela en la cocina, aprendiendo los secretos de cada receta, entendiendo cómo la pasión por los ingredientes podía transformar lo ordinario en algo extraordinario. "La cocina es un lugar donde los sueños se hacen realidad", le decía. Y Alessia creció creyendo firmemente en eso, en la magia de la cocina, en cómo un plato podía contar historias, expresar sentimientos, y acercar a las personas.

La nostalgia la invadió mientras miraba por la ventana, viendo el paisaje de Ravello. Todo parecía tan diferente ahora. El bullicio de la ciudad, el ritmo acelerado de su vida en el restaurante, ya no estaba presente. Y sin embargo, había algo en la calma de su hogar que la hacía sentirse más conectada consigo misma. Era como si el tiempo hubiera retrocedido, y su alma pudiera respirar de nuevo.

Los días comenzaron a teñirse de pequeños momentos felices. Alessia se dedicó a caminar por las calles que la vieron crecer, a reencontrarse con viejos amigos, a compartir tardes enteras con su madre en la cocina y a reírse junto a su padre en las noches frescas del porche. Redescubrió los rincones favoritos de su infancia: la librería de la esquina, la cafetería de mesas de madera envejecida, el parque donde había soñado por primera vez con tener su propio restaurante.




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