Mas allá del plato

Capítulo 10

Era una de esas tardes doradas en Ravello. En la que el sol caía perezoso entre los árboles de limón, bañando el pueblo en un resplandor suave y tibio. Matteo había terminado de ayudar a Alessia en el restaurante y ahora estaba en el patio trasero de la casa de su familia, sentado en una silla de madera, con un vaso de limonada fría en la mano.

Marco, el padre de Alessia, salió al patio, limpiándose las manos en un paño. Se acercó con esa calma natural que tienen los hombres sabios, y se sentó frente a Matteo, bajo el limonero más antiguo del jardín.

Por un momento, solo se escucharon los grillos y el crujir de la madera.

—Así que... —empezó Marco, con una sonrisa ladeada—, ¿qué planes tiene el crítico de cocina en Ravello? Porque no creo que hayas venido solo por nuestros limones.

Matteo soltó una risa baja, frotándose la nuca.

—No, señor. No vine solo por los limones.

Marco apoyó los codos en la mesa, entrelazando los dedos, con una expresión serena pero firme.

—¿Entonces? —preguntó, mirándolo con ojos claros y directos—. ¿Qué significa Alessia para ti?

Matteo dejó el vaso a un lado, pensativo. No era un hombre de palabras fáciles, pero cuando pensaba en Alessia, todo le salía más sencillo.

—Ella... —empezó, buscando el tono correcto—. Alessia es... como volver a casa después de mucho tiempo perdido. No sabía que me faltaba algo hasta que la conocí.

Marco asintió en silencio, invitándolo a continuar.

—Cada vez que tenemos una cita, no importa si es caminar por el pueblo, preparar un plato juntos o simplemente quedarnos callados viendo la plaza... —Matteo hizo una pausa, sonriendo con nostalgia—. Cada vez, siento que el mundo deja de ser complicado. Es como si todo encajara. Como una receta que finalmente encuentras después de pasar años buscándola.

Marco soltó una carcajada ronca.

—Eso suena bastante serio, Matteo.

Matteo lo miró con honestidad, sin esquivarle la mirada.

—Lo es. Alessia me cambió, sin proponérselo. Me enseñó a disfrutar de lo simple, de lo pequeño. Antes mi vida era una carrera constante... ahora, no me importa frenar si ella está al final del camino.

El viento acarició las hojas del limonero, como subrayando la sinceridad de sus palabras.

Marco se recostó en su silla, evaluándolo en silencio. Luego, sonrió, esa sonrisa franca y paternal que sólo un hombre que ha amado de verdad puede dar.

—Entonces, te daré un consejo de padre —dijo con calma—. Si una mujer logra hacerte sentir que estás en casa incluso en medio del mundo, no la sueltes jamás. Porque esas, Matteo... esas mujeres son raras como una buena añada de vino. Y más preciosas que todo el oro de este mundo.

Matteo tragó saliva, emocionado más de lo que pensó que estaría.

—No la soltaré, señor —prometió en voz baja.

Marco se levantó, dándole una palmada en el hombro antes de marcharse hacia la casa.

Matteo se quedó bajo el limonero, mirando el cielo teñirse de tonos rosados, pensando en Alessia, en su risa, en sus ojos, en sus manos manchadas de harina.

Y supo, en lo más profundo de su corazón, que Ravello ya no era solo un lugar en el mapa.

Era su destino.

Porque ella estaba allí.

⋆ ❈ ⋆

El restaurante de Alessia bullía de vida esa tarde. Matteo había llegado más temprano para ayudar a organizar una pequeña cena especial: una noche de música en vivo para los visitantes del pueblo.

Había sido idea suya, una forma de atraer más personas, de hacer que el restaurante brillara como se merecía. Todo parecía ir perfecto.

Sin embargo, en medio de la prisa, del sonido de las copas y el aroma del pan recién horneado, una pequeña conversación inocente plantó una semilla inesperada en el corazón de Alessia.

Mientras decoraba una de las mesas con ramitas de romero fresco, escuchó sin querer a dos turistas hablar en la entrada:

—¿Viste al chef nuevo? —decía una chica, riendo entre dientes—. Dicen que es un crítico de cocina famoso que solo está aquí por un proyecto.

—Claro, seguro que se irá apenas encuentre algo mejor —respondió su amiga con un tono indiferente—. Esta es solo una etapa para gente como él.

Alessia sintió cómo se le helaba el pecho.

¿Una etapa?

¿Era eso Ravello para Matteo?

¿Era ella solo parte de ese "proyecto"?

Trató de sacudirse el pensamiento, de concentrarse en las mesas, en los invitados, en la música suave que empezaba a sonar... Pero la duda se había instalado como una espina silenciosa.

Cuando Matteo se acercó, sonriente, con una bandeja de antipastos en las manos, Alessia apenas pudo sonreírle de vuelta.

Él lo notó de inmediato.

—¿Todo bien? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.

—Sí... solo estoy un poco cansada —mintió Alessia, bajando la mirada mientras ajustaba un mantel.

Matteo la observó, sintiendo que algo había cambiado, aunque no sabía exactamente qué.

Durante toda la noche, las miradas, las risas y los roces de manos que se habían vuelto su rutina, parecieron tensarse, volverse más formales, más frías. Como si un muro invisible hubiera crecido entre ellos.

Y aunque ambos intentaron disimularlo, al cerrar el restaurante y apagar las luces, el silencio entre los dos pesaba más que cualquier palabra.

Matteo, desconcertado y herido sin saber por qué, se despidió con un simple "hasta mañana", cuando normalmente se habrían quedado hablando hasta que las estrellas taparan el cielo por completo.

Alessia en cambio con el corazón apretado, se quedó sentada sola en una de las mesas, sintiendo que algo muy valioso estaba resbalándose entre sus dedos... sin saber cómo detenerlo.

Esa noche, Matteo no pudo dormir.

Se quedó dando vueltas en la pequeña habitación que alquilaba en una casa cerca de la plaza principal, escuchando cómo el viento jugaba entre los limoneros del patio.

En su mente no dejaba de repetirse la imagen de Alessia esquivando su mirada, de sus respuestas cortas, de su sonrisa apagada.




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