Más allá del tiempo

Capítulo 3

Evangeline paseaba por el vestidor, buscando algo que hacer mientras el peso de las palabras de su padre rondaban su mente. Fue entonces cuando vio, casi por accidente, una caja antigua que descansaba sobre una repisa olvidada. Al abrirla, lo encontró: un reloj de bolsillo.

Era un objeto pequeño, pero con una presencia imponente. El metal, aunque envejecido y cubierto de una fina capa de polvo, parecía tener una historia que le era ajena. La pequeña tapa de cristal estaba rota, pero lo que más le llamó la atención fue la inscripción grabada en su superficie: A. S.. Las iniciales de Ambrose Sinclair, el hombre que su padre odiaba, por alguna extraña razón.

Evangeline lo observó en silencio. ¿Cómo había llegado hasta allí? Su padre nunca había hablado de este reloj, pero el hecho de que las iniciales estuvieran grabadas en él le dio una sensación extraña, como si fuera un objeto que no pertenecía a su familia.

Lo tomó en sus manos con delicadeza. Era como si el reloj la estuviera llamando, y un impulso irrefrenable la llevó a repararlo. Había algo en el mecanismo que la intrigaba profundamente, y su habilidad con los objetos antiguos la empujó a intentarlo. Se sentó frente al escritorio, con un pequeño destornillador que había encontrado en una de las cajas de herramientas de su padre, e intentó abrirlo.

Con un suave clic, los engranajes comenzaron a moverse luego de varios minutos. La tapa del reloj se abrió, revelando un mecanismo delicado, pero intacto. Su corazón latía un poco más rápido con felicidad. Cada pequeño ajuste que hacía parecía llevarla más cerca de algo que no entendía, pero que, de alguna manera, la atraía.

Finalmente, con un último giro, el reloj cobró vida. El cristal comenzó a brillar débilmente, pero algo más ocurrió. Un leve temblor recorrió el aire, casi imperceptible y un zumbido bajo llenó la habitación.

Evangeline levantó la vista, perpleja, y fue entonces cuando las paredes de la habitación comenzaron a desvanecerse, como si la realidad misma se estuviera disolviendo ante sus ojos. Los contornos de la habitación se difuminaron y, antes de que pudiera comprender lo que estaba sucediendo, ya no estaba allí.

**

Evangeline parpadeó, intentando comprender lo que sucedía. El resplandor del reloj había iluminado la habitación, pero ahora la luz se había desvanecido, y en su lugar, un aire denso la rodeaba. El sonido de sus propios latidos parecía resonar en el vacío.

Cuando finalmente logró abrir los ojos, lo primero que notó fue el olor. No era el fresco aroma de su hogar, ni el ligero toque de perfume de la tienda de antigüedades de su padre. No. Este aire era diferente: el de la tierra mojada, el de la madera envejecida. Y un eco sutil, casi imperceptible, de la historia misma.

Evangeline se levantó con dificultad. El suelo bajo sus pies no era el mismo. La superficie fría y dura del parquet que conocía había sido reemplazada por losas de piedra rugosa. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que las paredes de la habitación no eran las mismas; el estilo era antiguo, con tapices en tonos apagados, y muebles de madera tallada, que evocaban una época distante.

Respiró hondo, su mente tratando de procesar lo que acababa de suceder. De alguna forma, el reloj... el reloj de bolsillo... había hecho algo más que repararse.

De repente, la puerta de la habitación se abrió con un crujido, y una figura apareció en el umbral. Era una mujer, vestida con ropas de época, un corsé ajustado y una falda larga que caía hasta sus zapatos de tacón bajo. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos se agrandaron al ver a Evangeline, y un atisbo de sorpresa cruzó su expresión.

—¿Quién eres? —preguntó la mujer, desconcertada. Su mirada se centró en Evangeline con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Evangeline la observó, sin comprender del todo la situación, y por un momento, se sintió como una extraña en un sueño. Sin embargo, respondió, con voz firme, a pesar del asombro que sentía.

—Mi nombre es Evangeline Blackwood —dijo, mirando a la mujer con detenimiento—.

Las palabras de Evangeline flotaron en el aire por un momento, y la mujer la miró fijamente. La sorpresa en sus ojos aumentó.

—¿Blackwood? —preguntó, casi en un susurro, como si el nombre la hubiera golpeado de manera inesperada. —¿Conoces a Nathaniel Blackwood? —sus ojos se agrandaron aún más mientras su voz temblaba ligeramente.

Evangeline asintió, aún sin entender bien qué estaba ocurriendo. El reloj seguía en su mano, una constante en el caos de su mente. Ella misma no podía creer lo que acababa de decir.

—Sí —dijo, de nuevo, esta vez con un toque de confianza—. Nathaniel Blackwood es mi padre. ¿Por qué...? —su voz se quebró por un segundo—. ¿Usted lo conoce?

La mujer, que parecía estar en shock, dio un paso hacia ella, su expresión cambió de la sorpresa a una especie de reconociendo.

– Soy... Yo soy Catherine –dice con un mezcla de confusión y a la vez felicidad–, Catherine Ravensdale.

– ¿Catherine? –pregunta instantáneamente y la mujer asiente–. Por dios, mi padre ha hablado tanto sobre tí.

—¿Tu padre te habló de mí? —preguntó Catherine, y Evangeline asintió sin dudar.

—Sí, siempre lo hacía. Hablaba mucho de usted —Evangeline respiró hondo, tomándose un momento para calmarse—. Él escribió algo para usted. Una carta.

Catherine la miró, sus ojos brillando con una mezcla de incertidumbre y anhelo.

—¿Una carta de Nathaniel? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Evangeline sacó con cuidado la carta del bolsillo interior de su abrigo, la misma carta que había leído tantas veces. La entregó a Catherine, quien la tomó con manos temblorosas, como si estuviera a punto de tocar algo que le perteneciera, algo que había esperado durante mucho tiempo.

Catherine desató la cinta con una mano firme, pero los dedos aún nerviosos. Cuando abrió la carta, sus ojos recorrieron las palabras escritas, y su rostro palideció ligeramente. Parecía que el tiempo se había detenido a su alrededor, mientras leía en silencio las palabras de Nathaniel. El peso de la carta parecía ser más grande de lo que cualquiera podría imaginar.




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