Más allá del tiempo

Capítulo 5

El aire era más fresco de lo que Evangeline recordaba. Había una dulzura extraña en los aromas del campo, una mezcla de tierra húmeda, flores silvestres y viento limpio. Caminaba sin rumbo, desorientada, como si cada paso que daba la alejase más de su realidad. Su vestido —que no era el suyo— crujía con cada movimiento, y el silencio del lugar parecía susurrarle secretos que aún no entendía.

Fue entonces cuando lo vio.

Estaba de espaldas, junto a una fuente antigua cubierta por enredaderas. Vestía con elegancia sobria, pero lo que más llamó su atención fue su postura: erguida, pero no rígida. Como si estuviera contemplando el mundo desde una distancia que no era del todo física.

Evangeline se detuvo. No sabía si debía acercarse, pero algo en su interior la empujó hacia él. Su corazón empezó a latir con fuerza, y una extraña mezcla de vértigo y familiaridad la invadió.

—¿Quién eres? —preguntó él, sin girarse del todo.

La voz la atravesó. Grave, serena. Había algo en ella que la descolocó. No por lo desconocida, sino por lo contrariamente íntima.

—Evangeline —respondió ella, con un hilo de voz.

Él se dio la vuelta con calma, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.

Tenía los ojos oscuros como tormentas lejanas, y una expresión que oscilaba entre la curiosidad y la desconfianza. Pero cuando sus miradas se cruzaron, hubo un silencio que lo dijo todo. No se conocían. Y sin embargo… algo en el aire crujió. Como si sus almas hubiesen chocado.

—No eres de por aquí —afirmó él, sin rastro de duda.

—Tampoco tú pareces ser como los demás —replicó ella, sorprendida por su propio atrevimiento.

Una leve sonrisa apareció en el rostro del muchacho, como si esa frase hubiera tocado una cuerda vieja y olvidada. Dio un paso hacia ella, y por un segundo, Evangeline sintió que el aire entre ellos se había vuelto más denso, más íntimo.

—Mi madre solía hablar de personas que aparecían sin explicación —dijo él—. Decía que el tiempo podía ser un capricho cruel… y también un puente.

Evangeline parpadeó, desconcertada.

—¿Y tu madre… cómo se llama?

Él la miró como si eso fuera un secreto demasiado precioso para decirlo en voz alta.

—Catherine —respondió al fin—. Catherine Ravensdale.

Evangeline tragó saliva. Un escalofrío le recorrió la espalda. No sabía si era el viento… o el destino despertando.

—Yo… conocí ese nombre hoy —murmuró, más para sí que para él.

El hijo de Catherine inclinó la cabeza, intrigado.

—Tal vez… no fue por casualidad que apareciste aquí, Evangeline.

Ella lo miró, perdida. Él le ofreció su mano.

—Soy Theodore.

Sus dedos se rozaron. Bastó ese contacto para que una electricidad suave le subiera por los brazos. No era una sensación cualquiera. Era como si algo olvidado, algo imposible, hubiese vuelto a encontrarse.




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