La tarde se deslizaba perezosa entre los ventanales altos de la mansión. El aire olía a polvo antiguo y a rosas que ya no estaban. Evangeline caminaba por los pasillos con pasos contenidos, como si la casa pudiera escucharla. Cada rincón parecía tener una historia que se negaba a morir.
Desde que despertó en aquella época... el tiempo ya no se sentía como antes. Llevaba en el bolsillo el viejo reloj, el mismo que, sin saber cómo, la había arrastrado a aquel mundo. No funcionaba, o eso creía. Y sin embargo, a veces —como ahora— sentía una tibieza inesperada contra su palma cuando lo sostenía. Como si pulsara.
El sonido de pasos detuvo su avance. Al girar, lo vió. Theodore.
Un hombre joven, de porte recto y mirada grave, la observaba desde el final del pasillo. Vestía con elegancia, aunque sin ostentación, y sus ojos —tan oscuros como el cielo justo antes de una tormenta— la recorrieron con una mezcla de sospecha y... algo más.
— Aún sigo manteniendo mi idea de que no parecéis de aquí.
Ella sonrió, apenas. —Supongo que no lo soy.
Él no insistió. Solamente dio un paso más hacia ella.
—Soy Theodore Ravensdale –dijo él, aunque ella ya lo sabía–. Y lamentablemente, una persona bastante curiosa.
Ella lo miró a los ojos, asintiendo. Algo dentro de ella quería que la descubriera, que lo supiera.
Theodore la observó como si pudiera ver a través de ella. Pero en lugar de asentir, giró y se marchó por el pasillo, dejando tras de sí un aroma tenue a libros antiguos y una pregunta no dicha.
**
Más tarde, cuando el sol ya se filtraba apenas entre las cortinas pesadas de la biblioteca, Evangeline se adentró en ese lugar que parecía haber sido olvidado por el tiempo. El aire olía a papel viejo, madera y cenizas apagadas. Las estanterías altísimas la rodeaban como muros silenciosos, repletos de tomos encuadernados en cuero gastado, algunos cubiertos por una fina capa de polvo que parecía nieve antigua.
No buscaba nada en particular. O tal vez sí. Buscaba una señal.
Pasó los dedos por el lomo de un libro sin título, sólo para sentir la textura áspera bajo la yema. Luego otro. Y otro. Hasta que, sin previo aviso, algo se deslizó desde un volumen mal colocado en la segunda repisa y flotó suavemente hacia el suelo.
Una hoja. Sola, amarillenta, frágil.
Evangeline se agachó y la tomó con cuidado, como si un solo movimiento brusco pudiera deshacerla. Al desplegarla, notó la caligrafía delicada y firme, de otra época, pero aún viva. No tenía fecha, ni firma. Solo palabras… cargadas de una emoción que la atravesó.
"A veces, me parece que su existencia es un error del universo. Que no debería estar aquí, y sin embargo, lo está. Hay algo en su voz que me hace dudar del presente, como si perteneciera a un tiempo que aún no existe."
Su corazón latió con más fuerza. No sabía por qué, pero sabía que esas palabras eran de Catherine. Podía sentirlo. Había una sensibilidad en esa escritura, una tristeza contenida… una belleza profunda que reconocía.
Siguió leyendo:
"Y hay algo en su sonrisa que me arde. Como si el mundo entero pudiera detenerse con solo mirarlo. Es una sonrisa que no debería pertenecer a esta época… y sin embargo, aquí está. Mía por un segundo, perdida en el siguiente. No sé quién es. Pero mi alma parece recordarlo incluso cuando mi mente lo niega."
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Evangeline cerró los ojos por un instante. Era como si Catherine le hablara desde el otro lado del tiempo. Como si su historia, su amor, su dolor… la hubieran estado esperando. El reloj de bolsillo, silencioso hasta entonces, se calentó contra su palma como una respiración suave.
Sintió lágrimas en los ojos, aunque no sabía por qué exactamente. ¿Por Catherine? ¿Por ese amor perdido? ¿O porque algo dentro de ella, algo muy profundo, se sentía reflejado en esas palabras?
Afuera, un trueno sonó a lo lejos. Y en ese instante, como si el universo le confirmara sus pensamientos, supo que ya no había vuelta atrás.
El pasado la había elegido.