Más allá del tiempo

Capítulo 9

Evangeline regresó a la biblioteca al día siguiente. No sabía muy bien por qué, pero algo la impulsaba a volver allí. Como si la habitación la estuviera esperando.

La lluvia golpeaba los cristales con suavidad, como dedos tamborileando en una melodía triste. El ambiente estaba más oscuro que antes, apenas iluminado por la luz grisácea del exterior. Caminó entre los estantes hasta el mismo rincón donde había encontrado la hoja anterior, y entonces... lo vio.

Otra hoja, esta vez cuidadosamente doblada, asomaba entre dos libros. No parecía haber sido colocada al azar.

Con el corazón apretado, la deslizó entre sus dedos. La tinta estaba un poco corrida en una esquina, como si hubiese sido manchada por una lágrima vieja. Comenzó a leer.

"Su aliento estaba tan cerca del mío que el mundo pareció detenerse. No supe si era deseo, temor o simplemente la certeza de que no habría marcha atrás.

Sus labios rozaron los míos con una suavidad que dolió, como si me prometieran algo que nunca podrían cumplir.

Fue solo un instante. Un beso tembloroso, robado al tiempo… pero juro que sentí que mi alma lo había esperado durante siglos.

No sé si era correcto. No sé si era real.

Pero esa noche, en ese jardín dormido, supe que el amor podía desafiarlo todo... incluso al destino.”

Evangeline se quedó en silencio. El papel temblaba levemente entre sus manos. Pudo imaginarlo con dolorosa claridad: Catherine y su padre bajo un cielo oscuro, rodeados de rosas dormidas, compartiendo ese primer beso lleno de miedo y verdad.

Sintió un nudo formarse en su garganta.

Papá.

Los recuerdos la golpearon sin piedad. Su risa cálida. La forma en que le hablaba de los libros, de la belleza de lo invisible. Las historias que le contaba de joven, siempre envueltas en ese aire de fantasía, como si hubiese vivido más de lo que jamás dijo. Las veces que la abrazaba sin motivo, como si temiera no tener más tiempo.

Y ahora, todo cobraba sentido.

Él había amado de verdad. Había perdido de verdad.

Una lágrima cayó sobre la hoja, manchándola apenas. Evangeline la apartó con cuidado, pero era demasiado tarde. Catherine no era solo una figura del pasado. Era parte de ella. Y Nathaniel… Nathaniel ya no era solo su padre.

Era un hombre que había amado con todo lo que tenía, y había dejado atrás un amor imposible para que ella pudiera existir.

—Te extraño, papá —susurró, bajito, como si él pudiera oírla a través de los siglos.

El reloj de bolsillo latió contra su pecho. Otra vez.

**

Pasaron unos días. Evangeline intentó concentrarse en todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, pero cada pensamiento terminaba en lo mismo: las palabras de Catherine, los silencios entre líneas, el amor que parecía gritar desde lo profundo del papel.

Esa tarde, la biblioteca estaba especialmente silenciosa. Casi como si el tiempo, en ese rincón del mundo, se hubiese dormido.

Y entonces la encontró.

No la buscaba, pero ahí estaba: una hoja apoyada con delicadeza en el alféizar de una de las ventanas, como si alguien la hubiese dejado allí a propósito, esperando ser hallada. Esta vez, la letra era más apurada, como si las emociones hubieran vencido a la calma.

"Hay algo en su mirada que me asusta.

No porque mienta, sino porque es demasiado real. Como si en sus ojos no existiera la promesa del “para siempre”, sino el eco de un adiós que aún no ha llegado.

Últimamente, cuando me toma de la mano, siento que lo hace con tristeza. Como si intentara memorizar el tacto de mi piel. Como si supiera que lo va a olvidar."

Evangeline sintió un dolor repentino en el pecho.

"A veces despierto en medio de la noche con la sensación de que no va a estar allí al amanecer. Que esta historia nuestra no tiene un final escrito, solo puntos suspensivos.

Y no sé qué me duele más: no saber si se irá... o saber, en el fondo, que ya lo ha hecho."

Evangeline tragó saliva, los ojos ardiéndole.

Ese vacío, esa certeza silenciosa que Catherine había empezado a sentir… era el mismo que ella empezaba a conocer. Como si el amor verdadero no fuera una línea recta, sino una espiral que regresa una y otra vez, con distintas formas, con los mismos dolores.

Abrazó la hoja contra su pecho y se dejó caer sobre un sillón cercano. Por primera vez, no le temió al dolor. Porque ahí, entre esas palabras tristes y hermosas, estaba la verdad.

Catherine había sentido lo que ella estaba empezando a sentir: el miedo de amar algo que podría desaparecer.

Y sin embargo, lo había amado igual.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.