Catherine permaneció oculta en la sombra, sus ojos fijos en Evangeline y Theodore. La voz de su hijo, tan similar a la de Nathaniel, flotaba en el aire, pero con una tristeza profunda que ella no había reconocido antes. Cada palabra que intercambiaban parecía resonar en su corazón, como si estuviera reviviendo aquellos momentos con Nathaniel, momentos que había intentado guardar bajo llave por tanto tiempo.
Observó cómo Evangeline, tan parecida a ella, parecía buscar respuestas en los ojos de Theodore, como si estuvieran tejiendo lentamente una conexión que ella misma había sentido con Nathaniel. Y en ese instante, Catherine sintió un nudo en el estómago, el mismo miedo que la había consumido en el pasado, el miedo de que todo se repitiera.
¿Podrán ellos evitar lo que yo no pude? pensó Catherine, su mente desgarrada entre el amor y el miedo. ¿O está escrita la misma tragedia para ellos?
Recordó los días en que estuvo junto a Nathaniel, aquellos momentos de felicidad pura, pero también los temores que acechaban a cada paso. El amor que compartían había sido fuerte, pero también había sido marcado por el temor a lo que podría venir. La verdad de su amor había sido un secreto que ambos sabían que no podían compartir con el mundo, un amor condenado desde el principio por la misma naturaleza del tiempo.
Y ahora, aquí, en este pasillo, lo veía de nuevo. La historia que había vivido, reviviendo con la misma intensidad, con los mismos miedos, pero esta vez con Evangeline y Theodore. El hijo de ella, buscando respuestas, buscando algo en ella. La hija de Nathaniel, tan parecida a ella, buscando algo en él.
El temor creció en su pecho. No solo el temor a que se repitiera la misma historia, sino el miedo de que, de alguna manera, su hijo y Evangeline pudieran vivir el mismo dolor que ella vivió. La idea de que Theodore, su propio hijo, podría perderse en ese amor imposible, ese amor que era a la vez su mayor bendición y su condena, la aterrorizaba.
– No quiero que lo vivas, Theodore... –se susurró a sí misma, como si pudiera protegerlo a través de sus pensamientos, como si pudiera evitar que la historia se repitiera.
– No quiero que ella sufra como yo sufrí.
De repente, la necesidad de protegerlos, de evitarles el mismo destino, se volvió casi insoportable. Catherine dio un paso atrás, alejándose de la escena, pero su corazón seguía allí, atrapado en la memoria de un amor que nunca pudo ser. La angustia que había sentido con Nathaniel, el dolor de la despedida, la incertidumbre de si lo que vivieron alguna vez podría haber sido diferente, todo eso se volvió un eco profundo en su alma.
Catherine cerró los ojos, su respiración agitada. Sabía lo que sentía, lo que estaban viviendo, porque ella misma lo había sentido. Pero también sabía lo que les esperaba si continuaban por este camino. La historia de su vida le había enseñado que el destino, a veces, era un monstruo que acechaba, esperando devorar todo lo que amabas.
Y aunque todo su ser quería advertirles, gritarles que no siguieran este camino, que no se entregaran a este amor que los consumiría, sabía que no podía hacerlo. No podía interrumpir la historia. No podía evitar lo que ya estaba escrito.
Pero su corazón, su madre protectora, seguía gritando en silencio. Quería que su hijo tuviera un futuro libre de esa sombra. Quería que Evangeline no tuviera que vivir el mismo dolor que ella había experimentado.
Por un momento, Catherine deseó que todo pudiera ser diferente. Pero en el fondo, sabía que ya no había marcha atrás.