Más allá del tiempo

Epílogo

La carta de Eva descansaba junto a su cama, como un secreto cálido. Theodore no podía dejar de releerla. Cada palabra suya era un hilo que lo enredaba más en algo que no sabía cómo nombrar.

Esa noche, mientras la casa dormía y la luna arrojaba su luz pálida sobre el escritorio, él tomó pluma y papel.

Y escribió.

Eva,

No sé si estas palabras alguna vez llegarán a ti. Sé que el tiempo no siempre es justo, y que a veces nos roba lo que más anhelamos. Pero necesito escribirte, aunque sea para llenar el vacío que dejaste con tu partida.

Leí tu carta. Y desde entonces, algo dentro de mí no ha dejado de temblar. Dijiste que yo sonreía como si el futuro no me diera miedo. La verdad es que sí lo hacía… pero contigo, por primera vez, deseé que ese futuro me alcanzara. Que no nos faltara tiempo.

Desde que te fuiste, los días tienen otro color. La casa guarda tu risa entre los pasillos, y cada vez que veo un tulipán blanco, siento que podrías aparecer justo detrás.

Me cuesta aceptar que no volverás. Pero aún así, quería que supieras esto: también te amé. Aunque nunca lo dije. Aunque tal vez era tarde. Aunque fuéramos de siglos distintos.

Y si alguna vez el tiempo es generoso contigo, y encuentras esta carta… recuerda que, en algún rincón perdido de una época ajena, alguien pensó en tí cada día.

Te pienso, Evangeline.

Te esperaría una vida entera, si el reloj me lo permitiera.

—Theo.




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