Masa Cerebral

1.

La verdad es que fui con ellos porque tenía cierto interés de índole carnal, no lo voy a negar, seré un vago e inútil, un borracho bueno para nada como mi papá me grita cuando me saca a patadas de su casa, pero eso sí, yo no soy mentiroso. Eso sí que no soy.

Esa maldita noche, como todas las anteriores semanas, pasaba las horas charlando con un par de conocidos, en el boliche que queda en la esquina de mi casa. Cuando salí afuera a respirar aire limpio, me encontré con Luisito, mi amigo del alma y otros pibes amigos del barrio, tenían planeado pasar el rato en la casa de su abuelo, allá en el monte, en Esquiú, que queda a dos horas, y Luisito quería que los acompañara.

—Viene la Wendy. —me dijo, y bueno, como ella me gustaba, yo pensaba que era buen momento para hablarle, pero conociendo al Luisito, y lo chamulla que era, tenía mis dudas, además al día siguiente tenía que laburar. Pero yo pensaba, ¿y si hoy es mi día de suerte? Voy a ser tan boludo y perdérmelo por llorón. Capaz la suerte estaba de mi lado hoy, nadie sabe lo que le va a pasar hasta que le pasa, ¿no? Como le pasó a mi mamá, ¿Recuerdas la tormenta del año pasado? Bueno, ese día estaba allá, en la ruta 3, iba al volante. Por la lluvia, el coche resbaló y atravesó la barandilla y cayó por un barranco, el auto se volteó, no se veía desde el camino, sobre todo por la lluvia, estuvo ahí, colgada todo el tiempo, por horas. Cuando la encontraron tenía el brazo mutilado y el cinturón enredado en el cuello, así es como murió mi viejita linda, ella siempre me daba buenos consejos, lástima que yo no la escuchaba. Y así que al final me animé y fui con ellos.

Y así que al final me animé y fui con ellos.

Luisito iba al volante de la kombi. Me senté a lado del Pibebank, un flaco, que conocía muy poco, al que le debía algo de plata y que no pensaba pagarle. Al otro costado estaba Juanjo, mi amigo de la escuela. El gordo comía papas Lays, por lo que constantemente soltaba gases; no lo soportábamos, por eso lo mandamos a los asientos de atrás.

Recuerdo que en el camino vi nenes disfrazados, le pregunté al Luisito y me dijo que era Halloween. Yo andaba bien perdido con las fechas.

Ya eran pasadas las nueve de la noche cuando la vimos a un costado del camino. Era una piba haciendo al dedo.

Ahora, ¿vos sabes lo peligroso que es andar a esa hora y por esos lados y más siendo mujer? ¡Claro que la dejamos subir! No vaya ser que le pasara cosas malas, ¡ni diosito lo permita!

Mi amigo Luisito preguntó a la piba:

—¿A dónde te dirigís?

La piba estaba calmada, yo diría que contenta, no parecía sentir miedo, ni siquiera parecía que desconfiara de nosotros que éramos cuatro tipos en una kombi. ¿Te imaginas?

—Vuelvo a casa. —respondió ella.

—¿A estás horas? ¿Qué haces sola por estos lados? —ese Pibebank andaba siempre interrogando a medio mundo.

Me fijé detenidamente en ella, era inevitable, no parecía estar al pendiente de ninguno de nosotros.

—Salí a caminar. —Un mechón de su pelo rubio volaba con el viento que entraba por la ventanilla. La piba era algo agraciada.

— ¿A estas horas? —insistió Pibebank. Ese flaco siempre se comportaba como si lo supiera todo, como si fuera Dios.

—Le tengo fobia al sol. —ella respondió bastante relajada, la verdad es que parecía que no era la primera vez que andaba sola por esos lados.

— ¿Fobia al sol? ¡Ja! Nadie le tiene fobia al sol— Juanjo, ebrio desde la noche anterior, según Luisito, abrió su bocota. La piba se veía demasiado tranquila, y no parecía que le preocuparan sus comentarios, como solía ocurrir normalmente con el resto de las mujeres, en ese momento, por eso, ninguno de nosotros lo cuestionamos.

—Y bueno, en realidad me pasaron cosas realmente feas. —nos dijo ella, mientras contemplaba las calles oscuras, como si todo fuera algo nuevo.




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