Masa Cerebral

4.

Aldo estaba muerto de verdad, y alguien era el responsable. Yo trataba de mantener la calma y la cabeza fría, pero tengo que admitirlo, soy un poco nervioso.

En ese momento giré a encarar al flaco.

—Decís que yo quería verlo muerto, decís que esperé pacientemente hasta hoy, precisamente aquí, y ahora que somos pocos, ¿para qué? ¿Para ser un sospechoso más? ¡Bravo, sos todo un genio flaco! –me mofé devuelta de sus ridículas acusaciones, porque eso era lo que eran, no era algo que pudiera evitar, se lo había ganado, ¿no?

Los humos estaban al límite, y mi amigo Luisito intervino.

—Che, hay que guardar la calma, si vos no fuiste, quiere decir que el que hizo esto puede que ande cerca...

Eso me parecía razonable, pero ese Pibebanck no parecía convencido, no escuchaba razones, y me miraba con mucho recelo.

—Yo no me fio de vos, vos no te cruzas en mi camino, ¿estamos? —me dijo, cortante.

— ¡Hijo de puta no te atrevas a amenazarme! –le contesté. Es que no podía creer que, en verdad, verdad, pensara el flaco que yo era el asesino del Aldo.

—Por mi te podés ir bien a la mierda. Hacé lo que quieras. Asesino. —de vuelta me desafió, el flaco, a la vez que iba poniéndose por adelante. Pero Luisito se puso en el medio, trataba de apaciguarnos para que no nos pasemos a los puños, pero para entonces todo estaba para el culo y cada quien se fue por su lado. A esa hora, en ese lugar, los postes de luz eran los únicos que iluminaban la noche.

Yo me puse a meditar; dentro de todo era lógico que el flaco desgraciado del Pibebank se sintiera nervioso, todos estábamos alterados, ¿cómo no íbamos a estarlo? Pero en ese momento teníamos que pensar en qué hacer con el Aldo, con su cadáver.

En el silencio que se había en ese momento se podía escuchar a Juanjo murmurando algo.

—A los muertos hay que cubrirlos muy bien, no vaya a ser que vuelvan. —se sacó el pulóver con rastros de sus vómitos y trató de taparle la cara.

—Sos un genio al dejar nada menos que tu Adn para la policía. —le señaló, Pibebank, con un tono exagerado.

—Bueno basta de tonterías, habrá que llevarlo al acampado antes del amanecer. —dije yo, para acelerar las cosas. El flaco me miró indignado.

— ¿Pero qué mierda? ¡Tenía familia! —se quejó, con ese tono de sabelotodo, que ya me tenía hasta la coronilla. Ese flaco siempre hacía el papel de moralista, de hipócrita.

—¿Vos decís eso? Mira que no sos un angelito, ¿o ya dejaste de hackear cuentas en el banco? —esta vez Juanjo arremetió contra el flaco, cuando se hartaba el gordo tenía la lengua bien filosa.

Pero, ni corto ni perezoso el flaco se defendió.

—Sos un grandísimo ignorante, no es lo mismo robar a chetos que cagan plata, que matar a los amigos, que son como la familia de uno. Esas sos dos cosas muy diferentes. Que te quede bien claro.




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