Juanjo al que la borrachera parecía haber abandonado, justo en el preciso momento de ver el charco de sangre en el que estaba tendido el cuerpo del Aldo, ahora se veía intranquilo, como si se sofocara.
Era un vago de mierda, su familia no pierde nada de nada, ¡lo sabés, flaco! Nosotros tres perdemos más si esto se llega a saber. —escupió el Juanjo, y era la verdad, o al menos era lo que todos creíamos, pero que no nos atrevíamos a decirnos a la cara.
Pibebank se opuso con firmeza.
—No sé ustedes, pero yo soy inocente, no tengo nada que ver con esto, ¿estamos? Pero estuve pensando que..., si esta mina dice que no lo hizo ella, por lógica fuiste vos. ¡Vos! —Ahí de nuevo el flaco me señalaba. Ahora vos sabes que detesto con toda mi alma que me señalen con el dedo.
—No sé ustedes, pero ahora mismo me voy directo a dar parte a la policía. —sentenció el flaco, y volvimos a lo mismo, de los insultos pasamos a los golpes y todo se fue al infierno, yo tenía que hacer algo al respecto, mirá que acusar a esa piba, eso no se hace, no es de buena gente. A mí me parecía una nena indefensa, ¿tenía que hacer algo no? ¿Vos tenés hermanas? Yo no, pero si tuviera, la cuidaría. Sabés cómo son los hombres. Pero al Aldo, yo no lo maté, y ese flaco me acusaba, a mí, ¡A mí! Soy nervioso, qué querés que te diga, en ese momento el flaco no se calmaba, no entendía. Se lo prometí a mi viejita, que pase lo que pase yo no iba a regresar a la cárcel.
—¡Dije que no llamaremos a la policía! No pienso volver a la cana, ¿te queda claro? ¡Te quedó claro! —estaba nervioso, y por eso salté sobre él, aunque el flaco me superaba en tamaño me prendí a su cuello con las manos. El flaco trataba de soltarse, pero era torpe, no llegaba a lastimarme, por la falta de aire su cara se estaba poniendo colorada. Juanjo y Luisito trataban de hacer que lo soltara.
— ¿Qué haces loco? ¡Lo estás matando! ¡pará! ¡Pará! —trataban de detenerme, pero mis manos se aferraban al cuello de ese flaco, desgraciado, lo odiaba, cómo lo odiaba, mirá que acusarme a mí, ¡a mí!
—¿Pero no entienden? Quiere llamar a la policía... ¡No pienso volver a la cárcel ni en pedo!
—Bueno, andate loco, lo solucionaremos nosotros, no tenés que quedarte. Soltalo ya... que se muere. —Luisito, mi amigo del alma me daba palmadas en el hombro, como lo hacía mi viejo cuando yo era un nene, por eso nomás traté de calmarme.
—Pero no me fio de él... de vos sí, —le dije—te conozco, sos leal, pero a este flaco no lo conozco, no me agrada.
—Dejá de hablar pavadas, ¿cómo que no lo conocés? Es el Pibebank de siempre. —reclamó molesto y fastidiado Juanjo.
Soy un poco nervioso, lo admito, pero no estoy loco, el flaco, seguía mirándome como si fuera el culpable, yo no soy asesino, no, no, no lo maté yo.
Solté al flaco.
—Grandísimo hijo de p.... —escupió furioso el Pibebank, mientras se ahogaba en la tos se fue para la kombi. El desgraciado trataba de largarse. ¿Cómo no lo había pensado antes? No tenía que dejarlo ir, capaz y se iba directo a la policía, como amenazó antes, iba a denunciarnos, o qué se yo. Tenía que detenerlo. Junté del suelo la botella de cerveza que se me cayó cuando vi al Aldo muerto, con esa botella en las manos fui hecho un demonio detrás del flaco y con todas mis fuerzas le asesté un fuerte golpe en la cabeza.
¡De acá no se va nadie! —dije.
El flaco cayó pesado al suelo. Luisito se acercó a verlo.
—Che, lo mataste.
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Editado: 11.10.2020