Masa Cerebral

6.

Soy un poco nervioso, lo sé, lo sé, ¿pero para qué carajos corrió el flaco? ¡Yo tenía que hacer algo para detenerlo! ¿Me entiendes? Le juré a mi viejita que nunca pisaría de nuevo la cárcel, no pensaba fallarle, y más en ese momento que me veía desde el cielo.

—No me mires así Luisito, vos sos mi amigo, vos no sabes lo que es estar encerrado día y noche en una celda.

—Está bien, está bien, vamos a hacer lo que dijimos que haríamos. —Juanjo se sonó los mocos—. Luisito, ayúdame a subirlo al Aldo.

—¿Y qué hacemos con esta mina? Parece ida...

—Déjala que se vaya... total no ayuda en nada. —dije yo.

—No. Ella va a hablar. Mejor la llevamos ¿no? —Juanjo así relajado como era, era desconfiado el gordo, haciendo ruidos ridículos, se sonaba de vuelta los mocos.

Nos costó mucho subir al Aldo a la Kombi, estaba muy pesado, no cooperaba, más que todo porque su cabeza se movía de acá para allá, como un tic tac, sus ojos de sapo me miraban, parecía que el desgraciado se reía de mí. Lo sentamos atrás, de lado de la ventanilla, Juanjo le puso la capucha en la cabeza para que pareciera que se echaba una siesta. Al flaco del Pibebank lo pusimos al lado, para que entre ellos se apoyaran.

—Vos ponete al lado. —le dije a Juanjo.

—¿Yo por qué? —protestó.

—Porque si no, tendrá que hacerlo la pibita y no es buena idea, ¿acaso vos no sos caballero? Mírala, no para de llorar.

La piba lloraba y lloraba, me preguntaba de dónde sacaba tantas lágrimas.

—Te dije que te fueras. Mirá en lo que te has metido... —le dije más por su situación. Seguro tenía una familia que la estaba esperando, pero la pibita no dejaba de llorar, me daba lástima, la verdad, quería dejarla marchar, total no me parecía que fuera de las que delatan.

—¿Vos me juras que no vas a ir a la policía? —si me decía que sí, estaba dispuesto a dejarla irse.

La piba me afirmó insistentemente con la cabeza.

—Dale, lo tenés que prometer con palabras...

El Luisito, al oírme, se dio la vuelta.

—Che, como que no conviene dejarla ir...

El Juanjo soltó al aire un fuerte gruñido.

—¡Maldita sea! Nos quedamos sin Pibebank, ahora ¿quién compra los tragos?

Luisito siguió manejando en silencio, mientras tanto Juanjo se puso a chatear por el teléfono.

—No estarás hablando demás, ¿no? —le pregunté, porque sabíamos que solía irse de la lengua, más que todo con las minas.

—Nomás le digo a mi vieja que voy a llegar tarde... Quiere que le compre leche para la nena.... Le estoy preguntando de cual marca.

Estábamos pasando por las casuchas hechas de barro, cuando una patrulla pasó de largo, pude ver que en el asiento del copiloto, el agente, que era mujer miraba la pantalla del celular y por suerte no se fijó en nosotros, media hora más tarde llegamos al fin a la casa del abuelo de Luisito, pero no estaba vacía.




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