Masa Cerebral

7.

Luisito bajó para ver lo que pasaba al abuelo, por suerte en ese momento la piba ya no lloraba, quizás se le habían acabado todas las lágrimas, miraba por la ventanilla, al igual que nosotros.

—¿Qué pasa? ¿Quieres ir para tu casa? —le preguntó Juanjo, mofándose de ella.

—No la molestes —le dije.

Juanjo alzó los hombros en respuesta. Agarró otro paquete de Lays y las abrió desparramando encima de Aldo y Pibebank, por la posición en los había puesto Juanjo ahora parecían un par de maricas, muy acaramelados.

—Che, ¿eso no es blasfemia? —le dije.

—¿Mucho no importa no? —y el muy cerdo soltó una bomba de gases.

—¿Por qué no comes algo sano? No sé, una manzana, para que seas inteligente. Esa basura te va a matar.

Juanjo eructó.

—Déjame comer en paz, estoy ansioso...

Desde afuera, Luisito nos hacía señas y bajamos. Entre el Juanjo y yo, llevamos al Aldo para adentro, el abuelo de Luisito se nos quedó viendo, murmuraba.

—Estos pibes de ahora no saben lo que es beber, prefieren perder la conciencia...

Al Aldo lo acomodamos en el sofá, de forma que pareciera que dormía. Tuve cuidado, cubrí su cabeza y el cuello, pero en una de esas la cabeza se fue para un costado y pude ver de nuevo sus ojos de sapo burlones, mirándome, riéndose de mí, disimulé la impresión que me daba. El anciano, o tenía mal la vista o no llegó a verlo, porque seguía murmurando a la pared, como si nada fuera extraño.

Luisito y la piba traían, casi a rastras al Pibebank, lo acomodaron en el otro sillón, en el individual. Mientras tanto el anciano seguía vociferando desde las escaleras.

—Traten de no hacer mucho ruido. —nos dijo el anciano, y al ver que estábamos todos, los mismos de siempre se fue para arriba.

Por un largo rato bebimos en silencio, varias botellas de cervezas calientes. Estaba sentado en el suelo y la mano de Aldo se resbalaba cada rato, y yo se lo volvía a acomodar. En eso alguien tocó la puerta. Era la Tina con sus amigas, venían a la fiesta.

Che qué hacemos?

—Hacé que se vayan... —le dije. Luisito aceptó y salió, se quedó afuera, hablando con ellas un largo rato en la puerta. Parecía que la Tina le coqueteaba y que Luisito le seguía la corriente. Esas cosas a mí no me gustan y cuando al fin volvió, se lo hice saber.

—Che vos sos mi amigo, no tenés que hacerte el galante con la Tina. Eso no se les hace a los amigos...

¿Estuviste espiando? Nada más hablamos...—Luisito ponía la cara de cordero inocente, como queriendo convencerme, pero yo sé lo que vi. No me podía engañar, nos conocíamos de toda la vida.

—Los verdaderos amigos no le ponen el ojo a la novia de uno...—comenté resentido.

—Nada más charlamos ¿Qué esperabas que hiciera? Las minas no se iban. Se quedaron ofendidas...

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? ¿No está claro que las hicimos venir desde lejos para nada? Les prometimos fiesta y mirá. —Luisito se hacía al indignado. Vos sabes que esas cosas no se les hacen a los amigos. Y bueno le miré mal. El flaco era más que mi hermano, lo quería mucho al gil, pero no te voy a mentir, en ese momento me hervía la sangre. Estaba celoso. No se traiciona a los amigos. Le tenía que enseñar.

Al verme en ese estado, el Juanjo se me acercó.

—¿Che, a vos qué te pasa?

—Luisito se puso a coquetear con la Wendy. —sin esperar nada, le puse al tanto de lo que había ocurrido. Juanjo en esas cosas era como yo, me iba a comprender, iba a estar de mi lado.

¿No es la mina esa que se acostó con el Nando en año nuevo? Mejor calmate, anda a cocina que la piba prepara mate.

Un mate recién preparado estaba en la mesada de la cocina, pero la piba no estaba por ningún lado. Capaz fue al baño, me dije. Salí a preguntar.




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