Todavía no había amanecido de un todo, ni tampoco era hora de sonar las campanas de la iglesia, Lucy estaba despierta en su cama, sabia que era su cumpleaños, y un solo recuerdo le vino en mente, su madre.
Sacó entre sus cosas, un cofre que su papá le había enviado cuando era pequeña, ahí estaban dos fotografías de su madre, era una mujer hermosa, con su cabello castaño y largo, y los ojos del mismo color que los de ella.
Se imaginó cómo hubiese sido su vida si ella estuviera viva, la habría escuchado decir su primera palabra de bebé, su primer balbuceo, sus primeros pasos para aprender a caminar, la ayudaría a vestirse como hasta los siete años, a esa edad se le dificultaba todavía vestirse sola, pero lo intentaba hasta que lo lograba.
Con su madre viva, compartiría sus travesuras, cocinarían juntas, saldrian hacer mercados, a comprar ropa, a pasear en el parque, sobre todo se hubiera sentido amada, llevaba tanto tiempo de falta de cariño, que su corazón se sentía solo y abandonado.
—¡Mamá¡—dice ella con sus ojos húmedos llenos de lágrimas —cuánta falta me has hecho! ¡No sabes cuanto te necesito en este momento!—, sus lágrimas salían, ella las limpiaba, y volvían a salir y no podía pararlas es como si estuviera lloviendo en sus ojos sin parar.
Estaba presa en el convento, después de aquel dia, que llegó borracha le prohibieron salir los domingos, la tenían más vigilada y la madre superiora reforzó la seguridad en las afueras del convento, instaló más cámaras de seguridad, y contrató a dos guardias mujeres para vigilar de noche.
Por la ventana veía a Dominic y a Nicolás que se paseaban por los alrededores de la calle, los saludaba de lejos, y no tuvo más comunicación con ellos.
A su amiga Ana Maria, la enviaron con su familia, como reprimenda por su comportamiento, pero ella iba feliz y contenta ya que eso era lo que ella quería, salir de ese convento.
—¿Qué voy hacer?—se preguntaba —no me quiero rendir mamá, ¡estoy muy triste! ¿porque tenias que irte cuando yo más te necesitaba?, mamá ayúdame para salir de aquí.
se levanta de la cama, ella comparte cuarto con otras niñas, sus camas son camarotes y están distribuidos en una hilera de 10 camas, se va al primer piso todavía con la bata puesta, se arrodilla en la capilla y hace una plegaria al cielo, pedía libertad para su vida, pedía salir del convento.
Estando afuera, buscaría un lugar del otro lado del mundo donde pueda empezar una nueva vida, ella sabe bordar, sabe tejer y sabe hacer tortas y postres, de eso trabajaría y ganaría lo suficiente para sus gastos.
Las campanas sonaron anunciando las seis de la mañana, ya Lucy estaba vestida con su hábito y se encontraba en la cocina ayudando hacer unas tartas de cerezas y un chocolate caliente para el desayuno, solo quiso ignorar su cumpleaños como si fuera un día cualquiera, pero las novicias le tenían una sorpresa.
—Vamos todavía no abras los ojos, unos pasos más y listo ¡ya puedes!—le gritó sor Stefany
Habían organizado el salón de clase, las cortinas de colores y los bombones inflados decoraban el lugar, una gran mesa con muchos pasabocas, y una torta de chocolate, todas las niñas y las hermanas religiosas comenzaron aplaudir y a cantar su cumpleaños en italiano, Lucy reía y a la vez lloraba, ladeaba su cabeza en son de la música una de las niñas tocaba el violín y otra la flauta.
Se movía al compás de la música, el resto de niñas también bailaban, este momento de distracción la sacaron de la tristeza en la que había sucumbido, y de pronto comenzó a saltar, bailar y reír de felicidad.
—Lucy, la madre superiora te necesita en el despacho— le dice una de las niñas que se acerca a ella, se detiene del baile y sale a la oficina.
—Permiso, madre superiora— Expresa Lucy, tocando la puerta.
—Adelante hija, toma asiento, felicidades en tu cumpleaños! Dios bendiga tu día con abundancia de paz y mucha felicidad—. Continuó diciendo —Lucy… se que no ha sido fácil para ti, adaptarte en este lugar, desde niña has demostrado ser quien eres, eso es lo que caracteriza a un ser humano, pero también debes vivir bajo principios morales y espirituales necesarios para resolver lo que la vida te depara— la joven la escuchaba hablar y a la vez reparaba la oficina, en el fondo tenía un cuartico de tecnología, donde se ven todas la imágenes que captan las cámaras a fuera del convento.
—Lucy, tu padre llamó—, Lucy volteo hacia la madre superiora, atrayendo nuevamente su atención.
—Se acordó de mi cumpleaños— replica ella, con la garganta seca, y la voz ronca.
—¡Algo mejor hija!— la superiora le toma una mano— él te manda a buscar!, dijo que empacaras tus cosas, que mañana a primera hora vienen por ti.
Lucy no salía de su asombro, será que su papá por fin se dio cuenta que tenía otra hija, que también necesita de sus cuidados, pero ¿porque ahora? Lucy sollozaba y se limpió las lágrimas, sus oraciones fueron escuchadas, saldría del convento y se iría a vivir con su padre.
La tarde se la pasó organizando todo, escribió un carta, salió al portón y la tiró afuera en la calle, Dominic que estaba pendiente para llevarla al rancho, toma la carta y se va.
Esa carta dice:
Hola Dominic,
Eres un gran amigo, gracias por tu amistad y por todo lo que vivimos juntos, de todos los cumpleaños hoy ha sido el mejor: ¡mi padre quiere que me vaya a vivir con él!, estoy alegre porque me voy de este convento, quizás afuera podemos encontrarnos mejor. Tengo tu número de teléfono, cuando esté en Madrid, te llamo y nos encontramos en algún lugar.
Posdata: Todavía quiero visitar el rancho, cuando nos encontremos, lo conoceré.
Con cariño, Lucy
Al día siguiente las monjas estaban en fila india despidiendo a Lucy, una limusina había llegado y estaba parqueada en la entrada, ella no tenía muchas cosas solo una maleta.