Matrimonio por Venganza

Capítulo 10

El Gran Salón de Balthazar, el hotel más exclusivo de la ciudad, palpitaba con la luz de mil cristales de Swarovski y el murmullo de la élite. Era la Gala Anual de las Artes, y la primera aparición pública importante de Shiara y Leónidas como pareja comprometida. Ella llevaba un vestido de noche de terciopelo azul medianoche, un color que había elegido a pesar del desaprobador silencio de Vivienne ("El negro o el rojo son más apropiados para su nueva posición"). Era un acto de rebeldía pequeño pero significativo. Un recordatorio de su propio cielo, incluso uno nocturno.

Leónidas, a su lado, era la imagen del poder contenido en un esmoquin impecable. Su mano en la espalda baja de ella era firme, posesiva, un recordatorio constante del papel que interpretaban. Saludaban a banqueros, políticos, magnates. Sonrisas corteses, apretones de mano calculados, miradas que evaluaban a la hija de Rossi, ahora la joya de la corona Ktasaros. Shiara sentía cada mirada como un alfiler, pero mantenía la cabeza alta, la sonrisa serena. Estaba aprendiendo el arte de la fachada.

Fue durante el cóctel, mientras Leónidas hablaba con el alcalde, que Shiara sintió una presencia a su espalda. Un perfume sofisticado, a jazmín y algo amargo, la envolvió antes de que oyera la voz.

—Debes ser la famosa Shiara Rossi. O debería decir, la futura Ktasaros.

Shiara se volvió. La mujer que tenía delante era alta, esbelta, con el cabello rubio platino recogido en un elegante moño despeinado. Llevaba un vestido de seda color champán que se adhería a su cuerpo como una segunda piel. Su belleza era impactante, helada, como una escultura de hielo. Pero sus ojos, de un azul glacial, escudriñaban a Shiara con una intensidad que iba más allá de la curiosidad mundana.

—Sí. Y usted es… —comenzó Shiara, extendiendo la mano por pura educación.

La mujer la ignoró, tomando en su lugar una copa de champán de la bandeja de un camarero.

—Valentina Sterling. Aunque supongo que León no me ha mencionado. —Su sonrisa era una fina línea roja. —Fuimos… íntimos. Hace un tiempo, claro.

El nombre resonó en algún rincón de la memoria de Shiara. Valentina Sterling. La heredera de una fortuna hotelera, famosa por sus romances de alto perfil y su lengua afilada. Y, según algunos rumores antiguos, el único compromiso serio que Leónidas Ktasaros había tenido, y que había terminado de manera abrupta y tumultuosa.

—Leónidas no suele hablar de su pasado, —respondió Shiara, manteniendo la calma, aunque sentía un pinchazo de algo que no quería identificar como celos. Era territorialidad. Sí, solo eso.

—¿No? Me extraña. El nuestro fue bastante… memorable. —Valentina dio un sorbo a su champán, sus ojos recorriendo a Shiara de arriba abajo con una evaluación despiadada. —Veo que tiene un gusto diferente ahora. Más… rustic. Supongo que después del fuego, uno busca algo más sólido, ¿no? Aunque sea de una cantera enemiga.

El insulto, envuelto en la elegancia más vitriólica, hizo que Shiara se secara la garganta. Antes de que pudiera responder, Valentina continuó.

—Debe de ser agotador, ¿verdad? Representar esta farsa. Todos sabemos por qué estás aquí, cariño. No hace falta que finjas esa sonrisa de doncella ilusionada.

Shiara sintió que el calor de la ira le subía por el cuello. Miró hacia donde estaba Leónidas, pero él estaba inmerso en su conversación, ajeno a la escena.

—Mi relación con Leónidas es un asunto privado —dijo Shiara, con una frialdad que aprendió de él—. No veo qué le importa a usted, señorita Sterling.

—¡Oh, me importa! —la risa de Valentina era como el tintineo de cristal fino a punto de romperse—. Ver a León jugar a las casitas con la hija del hombre que más odia en este mundo… es simplemente delicioso. Es su obra maestra, ¿sabes? La venganza perfecta. Y tú, pobre cosa, en el centro, creyendo que es algo más que un cálculo.

—Usted no sabe nada de lo que hay entre nosotros, —replicó Shiara, apretando su copa vacía.

—¿No? —Valentina se inclinó, bajando la voz a un susurro venenoso. —Yo lo conocí cuando el odio era todo lo que lo mantenía vivo. Lo amé, o eso creí, intenté salvarle de ese abismo. Pero el odio es un amante más poderoso, querida. Más leal. Él te está usando. Para herir a tu padre, para probarse algo a sí mismo. Y cuando se aburra, cuando el sabor de la venganza se le pase… te dejará más vacía y rota de lo que nunca imaginaste. Yo al menos me fui con mis joyas y mi dignidad intacta. Tú… ¿con qué te quedarás?

Cada palabra era un dardo envenenado, y algunos encontraban su blanco. ¿Era todo una farsa? ¿Una obra maestra de venganza? Lo que había entre ellos era tóxico, intenso, pero… ¿era real algo, aparte del odio y el desafío?

En ese momento, una presencia grande y sólida se interpuso entre ellas. Leónidas. Su cara era una máscara de granito, pero Shiara, que empezaba a aprender a leerlo, vio el peligroso brillo en sus ojos grises.

—Valentina. No recuerdo haberla invitado.

Su voz era plana, cortante como el filo de un cuchillo de hielo.

Valentina no se inmutó. Al contrario, su sonrisa se amplió.

—Querido León, siempre tan directo. No hace falta invitación para saludar a una vieja amiga. Y felicitar a tu… prometida. —La pausa antes de la palabra fue deliberada, hiriente.




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