La hora llegó, los corredores habían regresado y la abertura de la puerta estaba a punto de desaparecer. Las cuatro gigantescas paredes que rodeaban el área contaban con una puerta cada una: Norte, sur, este, oeste. Dichas puertas eran la única entrada al laberinto. Abrían por las mañanas y cerraban en las noches. Una por día, nunca las cuatro al mismo tiempo. Y hoy fue el turno de la puerta del oeste.
Los cinco corredores que salieron, cuatro varones y una mujer, se hallaban agotados y muertos de hambre. El grupo caminaba en dirección de la sala de mapas, pero uno se apartó enderezando su camino hacia el taller. El taller era una de las divisiones de la hacienda dónde se fabricaban todo tipo de nuevas herramientas. Cuatro personas trabajaban aquí, Charles y Marie eran algunos de ellos. La última mencionada contemplaba, con brillo en los ojos, al muchacho que se acercaba.
—Veo que una vez más encontraste la salida larcho. Cómo te tardaste más de lo usual, pensé que te habías perdido en el laberinto —dijo mientras esbozaba una sonrisa pícara.
El chico se detuvo frente a ella. Era alto, 1.80 tal vez, de tez clara y cabello castaño; delgado, pero atlético. Cruzó los brazos y abrió sus ojos celestes.
—¿Qué manera de saludar? —dijo con una sonrisa— Para que lo sepas, el único laberinto dónde me he perdido es tu corazón, y ojalá nunca encuentre la salida de ahí.
Ella borró su sonrisa, se ruborizó unos segundos y luego saltó sobre él para abrazarlo.
—Gracias por regresar con vida Isaac—una lágrima descendió por una de sus mejillas.
—Mientras estés aquí, siempre volveré por ti, larcha.
—Escuché que el laberinto está diferente y que ahora hay más penitentes en el día. Y ...
Marie detuvo sus palabras, algo de timidez le impidió continuar.
—Y ... ¿Estuviste preocupada por mí? Me sorprende tu actitud luego de haber pasado mi último mes lidiando con tus peticiones para que te ayude a convertirte en corredora.
—Claro que me preocupas —lo dijo tan alto que a lo lejos se oyó a alguien contestar: Y a mí que me importa. Bajó el tono de su voz y continuó— Y aún mantengo mi posición de ser corredora. Me aterra el laberinto, pero no soporto vivir ignorando todo lo que ocurre fuera de estas paredes. Tal vez Charles tenga razón, tengo más curiosidad que prudencia.
—Solo bromeaba, entiendo lo que sientes. Detesto la idea, pero contarás con mi apoyo si se presenta alguna oportunidad. Tienes mi palabra.
Tras estas últimas palabras, el silencio gobernó sobre el lugar. Pronto el bullicio de los habitantes esperando la cena lo quebró. No obstante, los dos jóvenes permanecían mirándose fijamente el uno al otro como hipnotizados. Con sonrisas que expresaban lo que no se atrevían a decir con palabras. Como si una fuerza invisible los empujara, ambos acercaron lentamente sus rostros para consumar lo que sus corazones dictaban. Cerraron los ojos y se dejaron llevar. De pronto, podían sentir su respiración y como sus labios se rozaban. Hasta que …
—Oye Isaac … —era Hans y se sintió algo avergonzado por arruinar el momento—Lamento interrumpir, pero conoces las reglas viejo. Debes mapear los cambios que hubo hoy en el laberinto.
Tras esto, el chico de piel canela salió tan rápido como entró.
—Vuelvo en un momento —comentó frustrado Isaac antes de salir tras él.
Una vez que estuvo sola, pudo notar algo que los recientes sucesos le estaban ocultando. El estruendo lleno de chirridos y crujidos, que acostumbra a producir el cierre de las puertas, se oía ligeramente diferente. La curiosidad pudo más otra vez y se encaminó en dirección de la puerta oeste. Mientras más se acercaba, más evidente era el cambio. No sabía cómo explicarlo en palabras, para ella el ruido sonaba como atascado.
Avanzó hasta que estuvo frente al gigantesco muro móvil. Otra aterradora sorpresa no tardó en manifestarse aquella noche. La abertura de la puerta no estaba desapareciendo, un estrecho orificio dejaba ver el enigmático laberinto.
Luego de oír los últimos intentos de cierre de la puerta, metió su mano en el reducido pasadizo y estimó que existía la posibilidad de que alguien extremadamente delgado pudiera cruzarlo.
—¿Qué crees que haces? —interrumpió un muchacho con una mirada de odio.
—Nicolás, yo ... La puerta ... La puerta no ha cerrado completamente.
—Sí, ya lo noté. Regresa a la hacienda ahora. —la tomó del brazo y la retiró hacia atrás.
—Espera. Dime, ¿qué está pasando?
Nicolás no contestó. En ese momento Isaac se acercaba corriendo.
—Marie, ¿qué haces aquí?
Antes de que pudiera contestar, el chico de las ojeras intervino diciendo —: Saca a tu novia de aquí y llama a los corredores.
—No me iré. Estamos juntos en esta cárcel. Merezco saber qué demonios está ocurriendo. —respondió ella con un tono desafiante.
Los ojos de Nicolás irradiaron rabia nuevamente, pero esta vez era eso lo que sentía. Isaac se ubicó en medio de ellos para evitar algún altercado. Y Marie no estaba dispuesta a irse sin respuestas. Antes de pasar a peores, un rugido proveniente del otro lado los detuvo. Se oía antinatural, como sacado del mismo infierno.
Era indescriptible.
Era un penitente.
—¿Ahora entienden la gravedad? Dejen de perder el tiempo y hagan lo que les pedí.
Fue lo último que ella oyó antes de irse.
Pese a que nada grave ocurrió ese día, las noticias se divulgaron y el terror gobernó en la mente de todos. Nadie lo sabía, pero ese bestial gruñido alertaba que las noches de paz habían terminado para los habitantes.