Me encetaría que lo hiciéramos

Capítulo 26: Recuerdos y felicidad

Tras ver varias fotos de nosotros, Rafael no parece tener una reacción como tal, pero eso no importa y espero que pueda recuperar todo. 

 

— Buen intento, pero no recuerdo nada— dice.

— ¿Qué es lo único que recuerdas de mi?— digo.

— Solo tu rostro además de eso , ¿Qué somos tú y yo?— dice.

 

En ese momento me quedo pensando, si le digo que somos amigos me seguirá viendo igual hasta que recupere la memoria y si le decimos que somos pareja puede que las cosas cambien. 

— Éramos pareja, bueno no sé que somos ahora — digo.

— Vaya, tenía una novia y la olvidé— dice.

 

En ese momento decidimos seguir la cena con mis padres y poco a poco le fui hablando de nuestros recuerdos mientras comíamos. Le dí mi número de teléfono para que siguiéramos hablando y recordando los buenos momentos, al llegar a casa con lo primero que me encuentro es con Sebas sentado en el sofá de la casa de mis padres.

 

— ¿Qué hace él aquí?— digo.

— Vengo a ver a mi hijo— dice.

— Después de un año, recuerdas que tienes alguien que me pregunta todos los días— digo.

— ¿Dónde estabas? — dice él. 

— Dónde no te importa y dónde no te interesa— digo desafiante.

— ¿Por qué actúas de esa forma?— reclama.

— Veamos, no te importo dejarme con tu hijo a solas, estoy trabajando para pagar sus estudios y gustos, además de que no te importo dejarme embarazada— digo.

— Sé que estás enojada, pero no es momento de rencores— dice.

— No es momento, por un año no te preocupamos y bien con el puto descaro de decir que no es momenot de rencores, largaté de mi casa ahora mismo— digo gritando.

 

Sebas se va sin antes dejarme un cheque en la mesa de en medio, sin duda más allá de que es el padre de mi hijo, aún recuerda que tiene la obligación de darle para sus gastos. No me importa el dinero, al menos esto es lo menos que puede hacer y usar el dinero con 

sabiduría. En ese momento subo a mi cuarto y comienzo hacer las paces con la almohada, un día algo pesado y alegre al mismo tiempo. 

 

Al día siguiente llegué a trabajar y recuerdo que tengo una cita pendiente con mi jefe. Finalizando la jornada laboral salgo con él a un lugar casual para discutir con él sobre la vida, sobre nuestras metas, sobre qué haremos para seguir nuestros estudios, pero de un momento a otro se viene el calor de los tragos. No quiero cometer ese error de embriagarme y que pase algo peor, lo mejor que puedo hacer es tomar un taxi e irme a casa, ya soy una madre y tengo que ser responsable.

 

— Oye, tranquila conmigo estás a salvo— dice mi jefe.

 

Lo único que puedo hacer es besarlo y luego irme tranquilamente, me sentí satisfecha y es lo mejor que puedo darle. Antes de pensar en algo lo mejor es cerrar el ciclo con él. No es algo que me duela, pero quiero la oportunidad que debí tomar hace mucho tiempo y que la vida me está dando. 

 

Llegando a mi casa y con la valentía de que cuento con un trago de alcohol en mi sangre llamó a Sebas. 

 

— Hola— dice.

— Hola— digo.

— ¿Qué ha pasado?— dice.

— Te gustaría que fuéramos a la playa— digo.

— Con nuestras familias— dice.

— Solos tú y yo—

 




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