Ayleen.
Tres días después.
Solte un pequeño suspiro luego de recibir mi tan esperado ramos de rosas rojas, de cada día.
—Me muero por saber quién es el susodicho que te envía, esas veinticuatro rosas rojas todas las mañanas. -gire sobre mis pies y no dude en sonreirle Alexander.
—Es mejor mantener a mi admirador en secreto.
Alex hizo una mueca. E intento tomar el sobre de mis flores. Pero antes de que pudiera hacerlo yo golpee su mano.
—¡Auch…!
—Eso te pasa por atrevido.
Alex, rodó los ojos.
Y yo no dude en sonreír.
—Eres… un gran dolor en el culo Ayleen Salvatierra.
—Y tú eres una gran molestia en el…
Alex entrecerró los ojos, y giro sobre sus pies.
—Contigo no se puede discutir.
—Claro porque siempre tengo que ganar a como de lugar.
—Entre Alexandra y tú me volverán totalmente loco.
—Esa es nuestra meta. ¿O es que desconocías ese dato?
Mi hermano se dejo caer en el sofá y cerró sus ojos tras hacerlo.
Solté una pequeña risa y posteriormente tomé el sobre que traían las rosas, entre mis manos.
Lo abrí con rapidez y empecé a leer la tarjeta.
“No soy perfecto, pero podría darte mi mejor versión. No creo mucho en el amor eterno, pero a ti te quiero como para llegar a viejos. No se si estamos hechos el uno para el otro, pero aquí. En mi corazón y en mi vida nadie encaja mejor que tú.” -J. Wailen.
»Tú admirador secreto.
Aunque diga que prefiero mantener en secreto la identidad del hombre que me envia flores todos los días, es mucha mentira.
Me lleve las rosas a mis fosas nasales y tras olerlas solte un gran suspiro.
—Me estas llevando al límite con tanta suspiradera.
—Entonces vete a tu casa.
—Estoy mejor aquí que en el campo de batalla que llamas mi casa.
—Entonces cierra la boca.
Alex hizo una mueca. Y volvió a cerrar los ojos.
—¡ALEXANDER SALVATIERRA!
Mi hermano abrió los ojos como platos, se levantó del sofá y ergio su cuerpo, tras escuchar la voz de su mujer.
—Estas en problemas… -susurre y luego de un minuto apareció la dama y se veía que tenía las armas dispuestas para pelear.
Alexandra se acercó a él con paso firme y sin dejar de mirarlo.
—¿CUÁNDO ME IBAS A DECIR QUE ESTAS COMPROMETIDO CON OTRA, ALEXANDER?
—YO…
Alex evitó mirar Alexandra a los ojos.
—Si sabias que estabas prometido. ¿Por que me enamoraste? ¿Por qué me embarazaste? ¿Por qué me proclamaste tu señora?
—Alexandra…
La dama negó con la cabeza.
—Espere mucho tiempo en encontrar le hombre ideal para mi. Me mantuve en mi maldita torre hasta tener la suficiente seguridad de mi misma. Evite enamorame a toda costa para que no me rompieran nuevamente el corazón, y justo cuando creí que sería feliz para siempre a tu lado me desepcionas.
—Alex…
—Te di dos hijos, la niña que tanto andabas y un niño identifico a tí, te di los dos mejores años de mi vida Alexander, pero ahora veo que no los valoraste… -la voz de ella para este punto se entrecortó.
—Perdoname mi amor, pero tengo que cumplir una promesa, perdóname.
La dama rompió en llanto luego de escuchar estas palabras.
¿Será que los hombres Salvatierra tienen un concurso para ver quién es el más imbécil?
—No te quiero volver a ver Alexander Salvatierra. -Alex dio varios pasos hacia la dama, pero ella se encargo de retroceder. —Puedes ir cuando gustes a visitar a tus hijos, pero ten por seguro que a mi nunca más vas a colocar tus ojos en mi.
—Alexan…
La dama alzo una de sus manos para que Alex se detuviera.
—Ahora entiendo el porqué nunca pudimos concordar en una fecha para casarnos.
—Yo te amo, Alexandra. Te amo con todo el corazón.
—No te creo. -susurró. —No lo hago porque estas eligiendo casarte con otra mujer por encima del inmenso amor que dices tenerme.
Mi hermano extendió una de sus manos hacia la dama, pero ella retrocedió.
—Desde este momento tu futura esposa puede tomar posesión de tu casa y de todo lo que en ella habíta. Porque yo renunció, renunció a tí, renunció a quedarme tranquila sabiendo que él hombre que creí que era mío, es en realidad de otra.
—Tú siempre seras mi dama, la mujer que gobierna en mi corazón.
Alexandra negó en repetidas ocasiones.
Y un segundo después la sala de mi casa se llenó de los hombres de Alex, y todos ellos iban acompañados de Martín.
—Señora. -inquirió Martín mientras se abría paso entre todos los hombres.
Alexandra giro levemente sobre sus pies. Y las lagrimas empezaron a salir de sus ojos.
—Martín. -susurró Alexandra entre lágrimas.
—Hoy todos nosotros estamos aquí para… -tras estas palabras Martín colocó su arma en el suelo y se inco. —Decirle que toda mi lealtad esta con usted, mi señora.
Después de estas palabras todos los hombres que se encontraban en mi sala imitaron la acción de Martín.
Alrededor de veinte hombres colocaron sus armas en el suelo, se incaron ante Alexandra rindiéndole lealtad a quien consideraban su señora.
—¡Nuestra lealtad esta con usted, señora! -todos los hombres presente en la habitación dictaminaron estas palabras. —¡Larga vida para la dama…!
Alexandra sonrió sin poder creer lo que veia.
—Martín, chicos… levántense.
—Usted para nosotros siempre sera la dueña y señora, nuestra dama. -Martín inquirió estas palabras, las cuales causaron que Alexandra derramara más lágrimas. —Gracias por enseñarnos tantas cosas en estos dos años, gracias por todas las risas que nos dió, gracias por acogernos como parte de su familia.
Alexandra se acercó a Martín y lo obligó a colocarse sobre sus pies.
—Gracias a ustedes por todo el cariño que me han demostrado, gracias a ustedes por acogerme como su dama. -la dama se atrevió abrazar a Martín. —Siempre los recordaré chicos.
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Editado: 20.08.2024