¡ Me urge un heredero! [#3 de la saga Heredero]

Capítulo 25: En tus brazos.

Ayleen.

Después de varias horas en el hospital, Alán fue dado de alta. Pero eso no significa que él está bien del todo. Según lo que el doctor dijo Alán había sufrido una conmoción cerebral, la cual había sido causada por un fuerte golpe en la cabeza. Así que el amable doctor le prescribió que guardara reposo extremo por dos semanas y me encargo personalmente que evitara a toda costa que Alán realizara cualquier tipo de actividad física en ese tiempo. Así que no me quedo de otra que aceptar que Alán se quedará en mi casa, en mi cama y swr yo la enfermera personal de Montero.

—¿Montero se quedara en tu casa por dos semanas?

—No me hagas repetirlo Martín. -comente, y como era de esperar el tonto de Martín sonrió mientras me miraba fijamente.

—Ese Montero tiene todos mis respetos, porque eso me meterse en tu casa, en tu habitación y que la mujer que ama sea la enfermera personal, es de cracks.

Tomé entre mis manos una de las manzanas que tenía en la tabla de picar y sin esperar se lancé. Y para mi suerte la manzana golpeó el pecho del grandulón.

En hora buena.

—Ayleen.

—Eso es para que cierres el bendito pico de cotorra que tienes.

—Si quieres puedes lanzarme todo lo que este a tu paso, pero muy en el fondo sabes que todavía te mueres por ese hombre
Tú, Ayleen Montero Salvatierra, amas con todo el corazón a ese tonto que ahora mismo esta descansando en tu habitación rodeado de todos sus renacuajos. Y más la idea de que él este bajo el mismo techo que tú y que compartan cama después de dos años separados. En este momento podría decir que estas brindando de emoción por tenerlo nuevamente a tu lado. -Martín se encargó de guiarme un ojo. —¿O es que me equivoco?

En este momento podría decir que la presencia de Montero en mi casa me da lo mismo, pero eso sería tratar de mentirme a misma.

Entrecerré mis ojos.

—¿Qué comes que adivinas Martín?

Mi amigo se atrevió a saltar totalmente eufórico tras mi confesión.

—¿Ya lo perdonaste?

—Si. -confirme y el tonto de Martín se encargó de soltar un gran grito.

—Si... ¡Si......!

En este momento Martín parece más afeminados que de costumbre.

—¿Qué sucede aquí? -la voz de Alexander logro que Martín dejara la escena que estaba protagonizando.

Alexander entro a la cocina y como era de esperar Martín se lanzó a por él.

—¡Alex...!

Sonreí al ver como Martín sin medir las consecuencias se lanzó hacia Alex, con la intención de abrazarlo.

Pero mi hermano como todo amargado detuvo en seco la muestra de afecto de Martín.

—Si me tocas, juro por lo más sagrado que tengo que te rompa los dos brazo.

Martín enarco una de sus cejas.

—¡Uy, que amargado...! Desde que la dama lo abandonó el pobre está más agrió que el propio limón. Creo que ha de ser por la falta de sexo.

—¡Martín!

—Es la verdad, por la verdad murió Jesús Cristo y por eso yo defendere a capa y espada la verdad.

—Vete de paseo con tu maldita verdad...

—Me voy no porque tú lo digas, don amargado.

Alex le brindó una mirada fulminante antes de salir de la cocina.

—En verdad no se como lo aguantas...

—Eso deberia preguntartelo yo a tí, Alex. Pero es mejor que deje esa pregunta para después porque estas que matas y comes del muerto, así que es mejor dejar todo en paz.

—No estoy que tan amargado como para matar y comer del muerto Ayleen.

—¿Ah, no?

—No. -respondió Alex sin dudar ni un segundo.

—Puedes engañar a todo el que te de tu regalada gana Alexander Salvatierra, menos a mi, porque yo te conozco como la palma de mi mano, así que suelta la sopa de una vez por todas.

Alex desvío sus ojos hacia algún punto de la cocina, y esta acción logró confirmar lo que ya sabía.

—¿La extrañas, verdad?

—Si. -confesó Alex sin mirarme y con voz entrecortada. —La casa ya no es lo mismo sin ella, mi cama la añora y mis noches son una pesadilla porque no la tengo a ella.

—Antes de que ella se marchara de esta casa te di la oportunidad de impedir que Alexandra se marchará, pero no hiciste nada para evitarlo, te quedaste de brazos cruzados observándola marcharse. Tú eres el culpable de que ella se marchara Alex.

—¡QUÉ QUERÍAS QUE HICIERA...!

—¡QUÉ OLVIDARÁS LA MALDITA PROMESA QUE HICISTE Y DECIDIERAS QUEDARTE CON LA MUJER QUE AMAS...!

—No puedo -respondió Alexander entrecortado. —No puedo.

Por primera vez en mi corta vida observé a mi hermano tan vulnerables, así que no dude en acercarme a él. Lo abrace y deje un beso en la mejilla.

—Alexandra esta cumpliendo a plenitud sus palabras, porque desde el día en que ella se marchó mis ojos no la han vuelto a ver, en todas las ocasiones que he ido a visitar a mis hijos, nunca he podido verla. -Alexander me abrazó, y coloco su cabeza en mi hombro. —Ayleen, tengo miedo. Miedo de nunca volver a verla. Me aterra pensar en vivir hasta la eternidad sin ella.

—Sea lo que sea que prometiste, nunca debiste colocarlo por encima de la mujer que amas.

—No me quedo otra opción.

—¿Qué dices?

—Todo a su tiempo, Ayleen.

Después de esas palabras Alexander se desahogo en mis brazos por unos largo minutos. Y poco después se marchó de prisa tras recibir una misteriosa llamada telefónica.

Seguí contando fruta, con tranquilidad. Pero dicha tranquilidad se esfumó cuando Martín entro a la cocina, nuevamente.

—¿Qué deseas?

—No me digas que Alexander te pedo lo agria cariño.

—Martín, no estoy de humor.

—Ya decía yo que juntarte tanto con el limón d etu hermano, te convertiría en una lima en desarrollo.

Rodé mis ojos y trate de ignorar a Martín.

—Mucho cuidado con intentar ignorarme Ayleen Montero Salvatierra.

—¿Qué desea usted, majestad?

—Me gustaría un poco de juego de limón, con dos tostadas, con jamón y queso.

Oigan a este individuo... ¿Qué él ha llegado a pensar?




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