“Lloro la muerte de algo que nunca ha tenido la oportunidad de vivir.
La muerte de un nosotros”.
-Colleen Hoover.
Con esta era la cuarta vez que peleaban en la semana. Casi una pelea por día y eso que todavía no vivían juntos. ¿Qué seria cuando ya compartieran un techo? Ni ellos sabían.
Gabriel y Tamara tenían una relación no muy común para algunos, muy familiar para otros. Él la celaba de una manera sorprendente, cualquier cosita —así fuera lo más insignificante— era motivo para reclamarle y pedirle explicaciones que al final salían sobrando, las escuchaba para después botarlas a la basura e igual desconfiar de ella.
Tamara comenzaba a sentirse cansada, cada discusión le sumaba un peso a su autoestima, que sabía perfectamente no le hacía ningún bien. El estrés del qué pasará mañana le quitaba el sueño. Ya no deseaba que se llegaran las cuatro de la tarde para verlo, incluso había ocasiones en las que inventaba salidas para evitar que Gabriel visitara su casa.
Muchos de los que atestiguaban las escenas de celos que Gabriel le hacía pasar, se preguntaban qué la detenía para dejarlo. Quizá era que el corazón se anteponía, quizá era que ella en realidad lo amaba y le pesaba que él fuera así. Lo cierto es que seguía albergando algo de esperanza, creía que algún día, eso que le decía sobre que sería la última vez, se volvería realidad, pero ya dos años habían pasado y ese momento se disolvía en el aire al día siguiente que se disculpaba.
La última vez salieron juntos a la playa, caminaban por el muelle viendo como el atardecer desaparecía ante sus ojos. Al llegar al final se sentaron uno al lado del otro, entrelazaron sus manos y en el silencio contemplaron el bello cielo que cobijaba su ser. A Tamara le dolía el pecho, había tomado la firme decisión de terminar la relación con Gabriel, pues justo ayer lloraba porque la había dejado en ridículo frente a sus amistades —como muy comúnmente lo hacía—, alegando que estaba coqueteando con quien era su amigo de la infancia y a quien hace años no veía. Gabriel no entraba en razón, después de gritarle frente a todos que era de su propiedad y no bajarla de ser una cualquiera, la sacó a estirones de la reunión. Llegó a casa con un hematoma en el brazo de tan fuerte que aquel ser que se suponía la amaba, la había tomado.
Gabriel ignoraba todo, para él ya se volvía usual faltarle el respeto a su amada y después disculparse. El tiempo de perdonar se había acabado y su seguridad no fue siquiera para avisarle lo que se aproximaba. Tamara se volvió hacia él, lo pudo observar detenidamente por unos minutos antes de encontrara su mirada. Se le escapo una lagrima. Gabriel no la recogió. Se enfrascaron en una plática tan amena, que incluso puso en tela de juicio la decisión que Tamara había tomado. Tomando una de las manos de Gabriel, lo miró a los ojos y le dijo cuanto lo amaba, pero que ese amor no era suficiente para que él pensara las cosas antes de hacerlas. La persona que se suponía debía protegerla, era quien más la lastimaba.
El rostro abatido de Gabriel desorbitó a Tamara, no esperaba esa reacción comprensiva de su parte. Gabriel asintió a todo lo que ella le decía, estaba consciente de su falla y se merecía perder a esa buena mujer y más que eso, el amor sincero que le ofrecía. No puso objeción alguna, pudo ver en sus ojos la determinación, al momento que le decía que ya no podía más, que en lugar de sentirse libre se sentía atrapada, enjaulada.
Le dio un último beso y ni siquiera fue en los labios, sino en la mejilla. El amor que se tuvieron había desaparecido, se había manchado por la culpa de los dos: él por celarla de esa manera, ella por habérselo permitido. Tamara se puso de pie, soltó la mano de Gabriel y caminó sin ver atrás. No debía hacerlo o se vería tentada a regresar. Las lágrimas dibujaban círculos al caer en la madera del muelle. En cada una de ellas, iba un mal recuerdo del que por fin se deshacía. Su corazón estaba en demolición, pero en realidad lo habían demolido desde hace mucho tiempo atrás, dos años para ser exactos, solo que el amor ciega, no te permite ver las cosas como realmente son.
Tamara lloró por los siguientes días. Recostada sobre la cama vio ese morado que le seguía adornando el brazo y pensó, si lo que vivó con Gabriel era amor, entonces prefería, mejor, no ser amada.