“Ojala algún día te quieras lo suficiente,
para que te des cuenta de que tú eres la única persona que puede salvarte”.
-César Poetry.
Iridian creyó haber encontrado al definitivo, aquel con el que compartiría el resto de su vida. Jeremías era el nombre del chico que la tenía cautivada y con el cual llevaba cerca de un año de relación. Había ocasiones en las que Iridian salía de noche al porche de su casa y se tendía en el pasto verde que adornaba el jardín, para contemplar el cielo estrellado que amenazaba con caerle encima y acariciarla con su bella oscuridad. Era en esos momentos en que se cuestionaba qué había hecho para merecer a un buen hombre. Nadie le daba respuestas, así que después venia ese sentimiento de culpa, ese remordimiento de conciencia que la atormentaba diciéndole que no era del todo sincera con Jeremías, que definitivamente no lo merecía.
Sí, Iridian guardaba un secreto que pronto tendría que revelar, pues los planes de vivir juntos ya empezaban a tomar forma. Pero tenía miedo, era muy probable que él la dejara. A pesar de estar siempre para ella, de apoyarla en todo y ser muy comprensivo, las voces en su cabeza le decían todo lo contrario: al saberlo, huiría. ¿Quién querría a alguien así para madre de sus hijos? Ni la misma Iridian.
Desde que conoció a Jeremías, unas tres veces se había pensado dejar todo atrás, recomenzar de nuevo siendo su esposa y después, solo después, cambiar ese concepto de no querer ser madre. Sin embargo, aún no actuaba, no había otro trabajo en el que pudiera ganar bien. Casarse con Jeremías no sería la solución, pues aunque era un buen hombre, jamás podría darle, materialmente, todo lo que creía merecer. Si, ese trabajo la saco de pobre y temía dejarlo, ya que nadie ni nada le ofrecería lo que allí. Era un pecado el que cometía, pero siempre calmaba su alma diciéndose que era un sacrificio y un riesgo que estaba dispuesta a correr. Desde hace mucho tiempo creyó que el precio de su error era la infelicidad, el no encontrar nunca el amor verdadero, pero cuando llegó Jeremías silenció todas esas palabras. Se había enamorado por completo y así mismo se sentía amada, querida, deseada.
Una mañana de febrero despertó con la firme decisión de hablar con Jeremías y contarle lo que sucedía. Las primeras palabras que pronuncio ese día mientras miraba fijamente el abanico que giraba en el techo, fueron: “tengo un ángel y le pediré que me rescate”. Su amor por él crecía cada vez más, a tal grado que ya no quería vivir en la miseria en la que estaba, exponiéndose a perder todo. Él era su todo.
Sabía que estaba por hacer lo correcto cuando en su mente aparecieron esas imágenes tormentosas de la crueldad con la que había tratado ayer a varias mujeres, todo por no hacer bien su trabajo, siendo ella quien pagara los platos rotos, económicamente hablando. No habría ganancias. Frente al espejo contempló su abdomen teñido por un morado oscuro que se burlaba de ella —había tenido un mal entendido con un cliente—, recordándole el infierno en el que estaba.
Así que lo planeó todo. Invitó a Jeremías a cenar a su casa, le preparó su platillo favorito y sacó la mejor botella de vino que tenía. Sería una noche especial, por fin revelaría a la verdadera Iridian, por fin se despojaría de esa doble vida que llevaba. Mientras preparaba la cena, no pudo evitar fijar la mirada en una fotografía de los dos; dio gracias al cielo por el buen hombre que tenía a su lado. A pesar de la incertidumbre y el temor de no saber cómo reaccionaría su chico, confiaba en que ahora más que nunca, la apoyaría.
Todo estaba listo. El timbre sonó y apresurada se quitó el mandil de cocina para ir a abrirle la puerta a su amor. Los nervios comenzaban a aparecer. Le abrió. Lo recibió con un beso —como siempre lo hacía— y lo llevó hasta el comedor. Cenaron tranquilamente, todo parecía normal. Entonces Jeremías sacó a colación el tema de la mudanza, lo cual le recordó a Iridian el motivo de la cena.
—Amor, necesito que me prestes atención. Mucha atención —dijo nerviosa—. Lo que te diré no es fácil de procesar, pero si me animo es porque te amo, porque estamos por cruzar a otra etapa en nuestras vidas y no quiero que comencemos con secretos. —Jeremías se volvió a ella, escuchando atentamente lo que salía de su boca—. Las preguntas son hasta el final, solo escúchame.
—Está bien. —Asintió.
—Siempre he confiado en ti. Te he contado casi todo sobre mí. Conoces a la Iridian buena, tierna, cariñosa, y eso es porque te has sabido ganar ese lado. Sé que me amas. Pero tienes que conocer la otra cara de la moneda, el ajeno lado de Iridian, el que se acabará ahora que vivamos juntos. Sabes que tuve una infancia difícil, que no sé quienes fueron mis padres y que mi único familiar cercano es mi tía Carlota. Para empezar, Carlota no es mi tía, solo se hizo cargo de mí cuando era niña y después me puso a trabajo para ella. No era un trabajo sencillo para mi corta edad, sin embargo logré sobresalir, era quien más ganancias generaba. Cuando murió Carlota, me heredó el negocio. Tuve la oportunidad de dejarlo, que ahí muriera todo, pero el sabor del dinero fue mi perdición.
—Iri, da gracias que tu tía te heredó el negocio del vino, no te lamentes, es tu sustento. —Sí, he mantenido el negocio tras la fachada de la venta de vinos y licores.
—Pensándolo bien, no todo es mentira, si existe ese negocio, pero detrás de él… —enmudeció—. Prométeme que seguirás amándome a pesar de todo. Prométeme que si te molestas y quieres tu espacio, hablaremos en otro momento.