Memorias de un Amor

El amor no es benigno

“Usó su olvido, una de sus mejores armas, la cual no hizo daño a mi cuerpo…
(Solo me destrozó el alma)”.

-Edgar Pareja.

 

Francia despertó en el cuarto del Pastor Fabián. Al abrir los ojos y darse cuenta, el remordimiento hizo acto de presencia. No se perdonaba aquella barbaridad en la que había participado. Era una malagradecida.

Hace ocho años, después de vagar por las calles, tocó las puertas de la iglesia cristiana que manejaban los pastores Fabián y Cecilia. Ella solo buscaba comida, sin embargo, los pastores la hospedaron y la convencieron de pasar la noche ahí. Era temporada de invierno y los fríos eran realmente congeladores. Le agradó pasar una noche fuera de la intemperie, resguardada bajo un techo y cobijas calientes. No quería irse jamás, la dureza de las banquetas no se comparaba con el confortable colchón de esponja que le habían prestado.  

Por la mañana, cuando la despertaron para desayunar, apenadamente, les pidió que la dejaran quedarse otra noche más o al menos hasta que los fríos se fueran. Fabián no quería, él tenía pensado mandarla al refugio en el que servían, pero Cecilia se compadeció y consiguió convencerlo. Llegaron a un acuerdo: Francia se quedaría, pero a cambio les pagaría la estancia con labores domésticas. Francia, a su corta edad, tuvo que convertirse en ama de casa.

Los años transcurrieron y con ellos la vida de Francia, quien ya se había convertido en toda una mujer. Sabía que con su llegada a la mayoría de edad, su partida se avecinaba, pues los Pastores así lo habían acordado en su momento. Le quedaban unos cuantos meses para que ese día llegara.

Una tarde de verano, mientras Cecilia estaba dando clases de teología a los congregantes, Francia estaba aspirando la casa. Escuchó el azotar de la puerta. Fabián había llegado. Vio como Francia yacía a gatas en el suelo, aspirando por debajo de los sofás. A pesar de lo largo de su vestido, no evitó que Fabián la deseara —después de todo, su humanidad tenía dominio sobre él—. Desde ese día, el Pastor comenzó a verla con otros ojos, conteniendo las ganas de besar esos labios a los que jamás había puesto atención y ahora no podía sacar de su mente. El deseo era palpable. Su única intención era calmar las ansias de hacerla suya.

Después de un par de semanas, se presentó una misión en el país vecino, así que no desaprovechó la oportunidad de mandar a su querida esposa para allá. Tenía un mes entero para planear su cometida. Empezó a mostrarse más atento con Francia, le bajó la carga de trabajo y de vez en cuando le daba algunos días libres. Francia no percibió ninguna mala intención, después de tantos años conviviendo con los Pastores, por su mente no pasaba ningún peligro.

En esa misma semana seria el cumpleaños del Pastor Fabián, motivo por el cual Francia decidió prepararle un pastel para celebrarlo. Cuando Fabián regresó del trabajo, se sorprendió al ver la cena que le habían preparado junto a su pastel favorito. Llamó a Francia y le pidió que sacara el tequila de fiesta. Le invitó una copa, la cual negó, pues no tomaba alcohol. Tanta fue la insistencia para que consumiera, que al final terminó accediendo. La convenció de tomar uno tras otro hasta llegar al grado de no poder sostenerse en pie. Con alevosía y ventaja la llevó hasta su recamara, la desvistió y comenzó a besarla. Frente a los ojos de Dios se tumbó sobre ella y la hizo suya cobardemente.

Francia lloró el abuso. Más que su cuerpo ultrajado, su alma había sido desgarrada.
Un par de meses después los mareos y nauseas la visitaron, anunciándole la llegada de un ser inocente, tal como era ella hasta hace unas semanas atrás. Con una prueba de embarazo casera, corroboró lo evidente. Se armó de valor y fue hasta el estudio de Fabián, sin pensárselo dos veces le dijo que estaba embarazada de él. Poca importancia le dio el Pastor a sus palabras, lo único que salió de su boca impura fue una orden.

—Abortarás.

Los ojos de Francia se abrieron como platos. No, ella nunca acabaría con la vida de su vida. Esa no era una opción. Sabiendo que no podía contar con su apoyo, dio media vuelta para salir de la horrible habitación que guardaba los más oscuros secretos del “ungido del Señor”. Fabián, sin pensarlo dos veces, la tomo fuertemente del antebrazo y la aventó contra la pared. Un tras pie hizo que cayera sobre la mesa del centro, pegando su abdomen en la esquina del tablero. Perdió el conocimiento.

Su siguiente despertar fue en una habitación reluciente con olor a limpio. Llevaba una intravenosa. Sintió dolor en el vientre. Cuando entró la enfermera a revisarla, le preguntó.

—¿Cómo está mi bebé?

La mujer la miró con ternura y de la forma más delicada, le informó lo acontecido.

—Debido al golpe, perdiste a tu bebé.

Perdió al ser que apenas empezaba a formarse en sus entrañas. Fabián se había salido con la suya: asesinó a su primogénito. ¿Qué hombre de Dios podía hacer eso? Lo que estaba claro es que Fabián poseía todo, menos a aquel al que proclamaba.

Dolida por el rumbo que las cosas habían tomado, Francia regresó a casa y empacó. Cecilia volvió antes de lo esperado. Sorprendida, no entendía por qué la decisión tan repentina de su partida.

—¿Por qué te vas? ¿Acaso te enamoraste de alguien y vas tras él? —le preguntó.

Con la mirada baja y los labios apretados, Francia prefirió no contarle nada de lo que Fabián había hecho. Si Cecilia no le creía, solo se echaría una enemiga más.



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En el texto hay: relatos, violencia de genero, mujeres

Editado: 22.05.2020

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