Memorias de un corazón roto

Parte 1: El cumpleaños que lo cambió todo

—¡Feliz cumpleaños, campeón!La voz profunda de su padre irrumpió en la habitación, haciendo eco en la penumbra.

Segundos después, su madre comenzó a cantar con dulzura mientras encendía la pequeña lámpara sobre la mesa de noche.

Elian se incorporó de golpe, con el corazón todavía desacompasado por la sorpresa. Se frotó los ojos, encandilado por la luz repentina, pero sin borrar la sonrisa que se formó en su rostro al ver a sus padres allí, irradiando la misma alegría de siempre.

—¡Muy feliz cumpleaños, Elian! —dijo su madre, abrazándolo con cariño antes de dejar un beso cálido en su mejilla—Tienes que pedir tus deseos antes de que la vela se apague —agregó su padre con una sonrisa cómplice.

Fue entonces cuando Elian notó el platito que sostenía en una mano. Sobre él, una porción de torta de crema y frutilla—su favorita—y, en el centro, una pequeña vela cuya llama danzaba tenuemente.

—Y también antes de que la cera caiga sobre la torta… o no podrás comerla —bromeó su madre, dejando espacio para que su padre se acercara.

Elian rió por lo bajo mientras tomaba el plato con ambas manos. Cerró los ojos con determinación y se concentró en sus deseos, los mismos que pedía cada año.

El primero: que sus padres siempre estuvieran con él. Eran su mundo, y nada le hacía sentir más seguro que saber que podía contar con ellos en cualquier momento.

El segundo: convertirse en trapecista del Circo Clown. Apretó los puños con fuerza, como si ese gesto pudiera hacer que su sueño viajara a donde fuera necesario para cumplirse. Sabía que el día en que eso ocurriera, sería el más feliz de su vida.

El tercero…Ese le costó admitirlo, incluso a sí mismo.

Pero desde pequeño, soñaba con encontrar un amor como el de sus padres. Por más que tuvieran diferencias, siempre sabían comunicarse, apoyarse, reírse juntos. Eran felices. Y él, en el fondo, esperaba algún día experimentar lo mismo.

Sí, de niño ya era un romántico. Un secreto que apenas había sido revelado.

Sopló la vela entre los aplausos de sus padres y, apenas la llama se extinguió, sus ojos se dirigieron al regalo envuelto que habían colocado sobre la cama. La caja era grande, lo suficiente como para que no pudiera adivinar qué había dentro.

Se apresuró a destaparla, pero antes de descubrir su contenido, encontró una carta sobre un delicado papel que cubría el interior del paquete.

—Más vale que no hagas trampa y te la saltees. Primero tienes que leerla —advirtió su padre con fingida severidad.

Elian sonrió y asintió. Sabía que si había un mensaje antes del regalo, debía ser importante.

Con cuidado, desplegó la carta y dejó que sus ojos recorrieran cada palabra:

"Feliz cumpleaños, hijo. Nunca dejes de soñar y vuela tan alto como puedasñ ppara alcanzar las metas que te propongas.

Estamos orgullosos de ti, y hoy queremos celebrarlo dándote este pequeño presente, pero estamos seguros de que te encantará.

Disfruta de tu pasión y toca el cielo con las manos.Mamá y papá estarán siempre cerca para cuidarte.

¡Te amamos y que seas muy feliz!"

Elian tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta, pero lo ocultó con una sonrisa tímida y un simple “gracias” que sus padres recibieron con ternura.

Sus dedos ansiosos retiraron el papel que cubría el regalo y, en cuanto vio la tela blanca con rayas rojas, sus ojos se iluminaron.

Sacó la prenda con cuidado, extendiéndola sobre la cama. No era un traje de payaso como los que usaba para recibir al público en las funciones. Era diferente.

El pantalón celeste con tiradores de botones amarillos y los guantes blancos le indicaron de inmediato de qué se trataba.

Un traje de acróbata.

Un traje para volar.

Elian sintió un escalofrío de emoción.

—El domingo podemos tener nuestra primera clase en los trapecios —anunció su padre con un guiño.

Elian sintió una explosión de felicidad en el pecho.

—¡Es una idea genial! ¿Me verás entrenar, verdad mamá? —preguntó, con la esperanza reflejada en su voz.

Su madre suspiró con una sonrisa.

—Aunque me dé vértigo y me preocupe que te lastimes, sí. Te estaré viendo y apoyando.

Elian la abrazó con fuerza.

—¡Genial! ¡Nos verás trabajar juntos en el circo! ¡Ya verás que haremos un show increíble!

—Por supuesto —dijo ella, acariciándole el cabello—. Serán mi dúo favorito.

El domingo llegó más rápido de lo que esperaba.

Cuando por fin tuvo el trapecio en sus manos, supo que había encontrado su lugar en el mundo.

El precalentamiento pasó en un abrir y cerrar de ojos. Apenas tuvo el permiso de su padre, escaló con agilidad, listo para su primer salto.

El vértigo en el estómago llegó en el instante en que quedó suspendido en el aire. Era una sensación indescriptible.Su corazón latía a toda velocidad.

La adrenalina lo invadió.

Elian liberó un grito eufórico, dejándose llevar por la emoción del momento. Pero olvidó la primera regla:

No pierdas la concentración.

Cuando abrió los ojos, ya era tarde. Sus manos resbalaron del trapecio y su cuerpo cayó al vacío. Sintió el impacto contra la red de seguridad, rebotando con fuerza mientras el mundo giraba a su alrededor.

—¡Elian! —La voz de su padre resonó antes de que sintiera sus manos sobre él—.¿Estás bien?

Elian parpadeó, mareado, pero una carcajada escapó de su boca.

—¡Fue increíble!

Su padre lo miró con el ceño fruncido.

—Casi me matas de un infarto.

—Lo siento. No presté atención. Ahora lo haré mejor.

Antes de que pudiera responder, Elian salió disparado hacia la escalera para intentarlo de nuevo.




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