Desde el primer entrenamiento juntos, todo cambió para Elian.
Había trabajado con muchos compañeros antes, pero nada se comparaba con lo que sentía con María. Era como si sus cuerpos estuvieran sincronizados desde siempre.
Cada salto, cada giro, cada contacto entre ellos tenía una armonía natural. No había torpeza, ni inseguridad.
Solo fluia.
—Confía en mí —dijo Elian en una de las primeras prácticas, extendiéndole la mano.
María dudó un segundo antes de tomarla, pero en cuanto lo hizo, sintió cómo su cuerpo se relajaba al instante y desde ese entonces, confiaron en el uno y en el otro.
Día tras día, practicaban hasta el agotamiento para pulir cada detalle de su coreografía. Era una rutina ambiciosa: una mezcla de acrobacias aéreas, saltos desde la cama elástica y movimientos sincronizados en las telas. Cada ensayo era una danza en el aire, y con cada movimiento, su cercanía crecía.
Había momentos en los que sus rostros quedaban tan cerca que podían sentir la respiración. Otros en los que sus manos se buscaban instintivamente; y en los que se perdían en la mirada y el mundo desaparecía.
El amor estaba naciendo, aunque ninguno lo decía en voz alta, pero lo sentían en cada sonrisa después de un aterrizaje perfecto, cuando se quedaban mirando el techo después de un ensayo agotador, sin decir nada, pero sabiendo que no hacía falta porque ya se habían elegido.
En el día de la segunda ronda eliminatoria, Elian se impulsó en el trapecio, elevándose en el aire mientras que María saltó desde la cama elástica, girando en el aire hasta alcanzar las telas. Sus cuerpos se encontraron en un punto exacto del escenario, como si hubieran calculado cada segundo con la perfección de un reloj suizo.
Era una coreografía llena de riesgo.
Cada movimiento estaba diseñado para transmitir una historia: dos almas que se buscaban, que jugaban con la distancia, que se acercaban y se alejaban hasta que finalmente se unían.
Elian atrapó a María en pleno vuelo, girando con ella antes de soltarla en una caída controlada hacia la red.
El público contuvo el aliento.
María volvió a impulsarse en las sogas, alcanzando el trapecio donde Elian la esperaba con los brazos abiertos. Se sujetaron con firmeza y en el clímax del acto, antes del último salto, se miraron, y en esa fracción de segundo María tomó la iniciativa una vez más.
Con una suavidad temblorosa, se acercó más y lo besó.
Fue un beso dulce, suave, pero cargado de todo lo que no habían dicho en palabras y cuando se separaron, sonrieron con complicidad.
—No es parte del acto —susurró Elian.
—No—María negó con una sonrisa—. Es real.
Elian apenas escuchó el anuncio de que habían ganado la ronda y la ovacióndel público.
Solo podía mirar a María, que lo observaba con una emoción que brillaba más que cualquier reflector.
Y en ese instante, supieron que lo que había comenzado como un simple equipo, se había convertido en algo mucho más grande.