Una noche, se había quedado en la sala, en silencio con la suave luz de la lampara. Trataba de recordar la sensación del viento en su piel al impulsarse en el trapecio. El vértigo en el estómago antes de un salto y el estruendo de los aplausos. Y, por un instante, casi pudo sentirlo otra vez.
La emoción. La adrenalina. La vida.
Pero esos recuerdos parecían pertenecerle a alguien más.
Suspiró y recostó la cabeza contra el respaldo del sofá. Fue entonces cuando vio sobre el mueble, entre papeles y libros, una fotografía en un delicado portaretrato.
Se levantó y la tomó con cuidado. La imagen tenía muchos años, pero la reconoció de inmediato. Era él. Un niño de seis años, disfrazado de payaso.
Llevaba un traje rojo con parches coloridos y una peluca rizada de un naranja chillón qué hacía juego con su nariz roja y redonda. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue su sonrisa. Una sonrisa amplia, sincera, radiante. Una sonrisa que no veía en su reflejo desde hacía demasiado tiempo.
Se quedó mirando la foto por largos minutos.
Ese niño tenía un sueño. Creía que podía volar y llevarse el mundo por delante y nunca habría dejado que la tristeza lo atara al suelo.
Casi pudo escucharlo en su cabeza.
"¿No quieres volver a intentarlo?"
Sus dedos temblaron al apretar la fotografía. Tal vez sus padres tenía razón. El circo no se trataba solo del pasado, sino también del futuro.
Pasaron varios meses antes de que Elian reuniera el valor para volver al circo.
El duelo era un peso sobre sus hombros, uno que lo mantenía atrapado en su casa, en su rutina vacía, en un presente que no quería afrontar. Sin embargo, con el tiempo, un pensamiento se instaló en su cabeza:
María hubiera queria que él volviera al circo.Habían planeado compartir escenario para crear un futuro juntos. Lamentablemente el accidente había destruido ese sueño, pero si algo tenía claro era que María nunca habría querido que él se rindiera. Por eso, una mañana, después de meses de encierro, salió de su casa y caminó hacia el Circo Clown, porque, si María estuviera allí, le habría tomado la mano y lo habría llevado de vuelta. Y aunque ya no estuviera, él podía hacerlo por ella.
—¡Miren quién volvió! —gritó alguien desde el otro lado del escenario.
Las miradas se volvieron hacia él. Algunos corrieron a abrazarlo, otros lo saludaron con sonrisas tímidas, como si temieran romperlo.
Elian sonrió por reflejo, pero la verdad era que se sentía fuera de lugar.
El circo había sido su hogar, su vida. Y ahora solo se sentía un extraño.
—Te necesitamos para el próximo show —le dijo el jefe una tarde, después de verlo entrenar en silencio—. Tienes tiempo para prepararte.
Elian asintió, pero, ¿cómo volver a brillar cuando todo dentro de él seguía apagado?
Era una estrella en el escenario, pero una estrella sin brillo. Suspiró y se dejo caer sobre la colchoneta.
Durante las prácticas, las voces a su alrededor parecían lejanas, distantes, como si estuviera viendo la escena a través de un vidrio empañado.Todos hablaban con entusiasmo sobre la nueva temporada, sobre las historias que contarían en el escenario, sobre la emoción de volver a presentarse ante el público. Pero él no podía sentir lo mismo.
—¡Detente!Elian se giró con calma, sin sorprenderse por el tono autoritario de la voz.
El entrenador avanzaba hacia él con pasos firmes y la mirada cargada de frustración. El resto del equipo se detuvo, expectante, observando la escena en un tenso silencio.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó con dureza.
Elian sintió el peso de todas las miradas sobre él. Bajó la vista hacia sus manos, buscando una respuesta que pudiera justificar lo que le ocurría. Pero no había palabras para explicarlo.
—Nada —murmuró, sin demasiada intención de convencer a nadie.
Sabía que su desempeño era impecable, que su técnica seguía siendo perfecta, que cada uno de sus movimientos tenía la precisión de quien ha practicado toda su vida. Pero el circo no era solo acrobacias y técnica. El circo era emoción, magia. Era transmitirle al público esa chispa que hacía que cada acto cobrara vida. Y él ya no tenía nada de eso.
—Si no puedes comprometerte con el show, dime ahora mismo —sentenció el entrenador, cruzándose de brazos—. No quiero perder el tiempo con alguien que ya no pertenece aquí.
La frase lo golpeó como un puño en el estómago.
¿Ya no pertenecía al circo?
Por un instante, pensó en darle la razón. Quizás era cierto. Quizás era momento de dejarlo todo atrás.
Alzó la vista. A su alrededor, había preocupación en algunos rostros. Pero lo que más lo perturbó fue la lástima en los ojos de otros. Ese tipo de mirada era lo peor. No quería que lo compadecieran. No lo soportaba. Sus dedos se cerraron en un puño.
No. No iba a permitir que lo vieran como un hombre roto.
Respiró hondo y levantó la cabeza, obligándose a sostener la mirada del entrenador.
No iba a dejar que lo echaran. No iba a dejar que la tristeza lo desterrara del único lugar que había sido su hogar. Tal vez había olvidado cómo se sentía volar, pero aún recordaba la disciplina. La técnica. La fuerza. Y eso, por ahora, tenía que ser suficiente.
Sin decir una palabra, dio un paso atrás, se sacudió las manos y caminó hacia la plataforma.
El entrenador lo observó en silencio, esperando su decisión. Elian tomó impulso, se sujetó del trapecio y saltó al vacío.
No sintió emoción. No sintió la adrenalina de siempre. Solo sabía que seguiría intentando, por el niño que alguna vez soñó con volar.