El viaje al Circo Clown le cambió a Naomi la forma de ver la vida. Haber conocido un mundo tan bello y mágico le había abierto la mente, mostrándole que era posible mirar más allá de sus miedos y empezar a alejarse de lo que siempre consideró negativo.
Apenas regresaron a casa, Naomi se encerró en su habitación. No importaba el cansancio ni la voz de Elisa pidiéndole que se duchara antes de cenar. Había algo que debía hacer primero: abrir su cuaderno de los deseos y escribir las nuevas metas que ese viaje había despertado en ella.
Eran sueños grandes, tal vez demasiado para alguien como ella, que tantas veces se había sentido pequeña e insegura. Pero por primera vez, el valor —ese bichito que llevaba tanto esperando— comenzaba a hacer su trabajo.
Uno de esos deseos era trabajar algún día en el Circo Clown. Sabía que no sería fácil; ese lugar estaba reservado para artistas de verdad. Aun así, se aferraba a la esperanza. La voz de la cantante que había escuchado en la función también le había dejado huella. Naomi soñaba con estar en un escenario, con regalar emociones y conectar con las personas a través de la música. No quería guardar su don solo para ella, sino compartirlo con quienes necesitaran un poco de luz en sus vidas.
Y claro… estaba Elian.
Nunca antes un chico había rondado tanto sus pensamientos. Ni los compañeros de la escuela ni los de la academia de música. Solo él. Su agilidad, su fuerza y esa pasión con la que se entregaba al escenario la habían fascinado. Se sentía ridícula al recordar cómo había huido al tenerlo tan cerca, cómo la vergüenza la había empujado a alejarse sin decir una palabra.
Durante mucho tiempo creyó que se trataba simplemente de miedo al rechazo, algo habitual en ella. Pero con el tiempo entendió que iba más allá. Temía que, si llegaba a acercarse, Elian descubriera su fragilidad, la misma que sus verdaderos padres se habían encargado de marcarle a fuego. Por eso nunca se había animado a tener amigos de verdad, ni siquiera a hacer pequeños mandados sin sentirse aterrada.
Sin embargo, cada vez que Elisa conseguía entradas para el circo, Naomi viajaba con una pequeña esperanza. Tal vez, esta vez sí se animaría a hablarle. Tal vez, por fin, podría agradecerle lo mucho que la había inspirado.
—Ya sé lo que quiero hacer cuando termine la escuela—le confesó a Elisa una tarde, justo antes de una nueva función.
—¿De verdad? ¿Y qué es? —preguntó su madre, con la curiosidad brillando en los ojos.
—Quiero trabajar en este circo —respondió Naomi sin dudar, mirando las luces que decoraban la gran carpa.
Elisa se quedó muda por un segundo, pero su rostro se iluminó de orgullo.
—¡Naomi! Me alegra tanto escucharte decir eso —la abrazó fuerte—. Sabés que tenés todo mi apoyo. Vamos a hacer lo que sea necesario para que alcances tu sueño.
—Ojalá un día hagan una audición para cantantes —susurró Naomi, deseando que ese momento llegara pronto.
—Y si no, siempre podés enviar una presentación con tu currículum. Lo importante es mostrar interés. Eso, créeme, suma mucho —la animó Elisa.
Naomi asintió. Sabía que su camino recién comenzaba, pero ya no se sentía tan asustada. Quería cantar con el corazón, como lo hacía la artista del Circo Clown, y hacer que las personas se sintieran acompañadas a través de su voz.
Cada nueva función alimentaba ese sueño… y su admiración por Elian. Con cada aparición de él en escena, sus emociones se mezclaban entre la adrenalina y la ternura. A veces creía que sería incapaz de soportar el impulso de acercarse y decirle todo lo que sentía.
—¿No será que también querés trabajar en el circo… por él? —le soltó Elisa en tono juguetón una noche.
Naomi infló las mejillas y negó, aunque una parte de ella supo que no estaba tan equivocada.
Intentó más de una vez reunir el valor para acercarse a Elian después de las funciones. Incluso llevó un cuaderno para pedirle un autógrafo, convencida de que esa sería la excusa perfecta. Pero siempre le ganaba el miedo. Cada paso hacia él se convertía en un muro invisible. Y cuando Elisa intentó animarla, Naomi terminó alejándola con un mal gesto. Fue la primera —y única— vez que le habló mal a su madre adoptiva.
Quiso disculparse, pero no le salieron las palabras. Se odiaba por ser tan débil. Y se odiaba aún más por no poder dejar de pensar en ese chico que, sin saberlo, le había dado alas.
El golpe más fuerte llegó cuando Naomi se enteró de que Elian había sido seleccionado para participar en una competencia circense internacional. Pensó que sería algo pasajero, que pronto regresaría al Circo Clown… pero los meses pasaron, las funciones continuaron, y él nunca volvió. Naomi esperó… esperó y esperó. Y aunque jamás lo volvió a ver, tampoco se rindió. En lugar de dejarse vencer por la tristeza, se aferró a la inspiración que él le había dejado.
Sabía que algún día lo volvería a encontrar. No porque soñara con un cuento de hadas, sino porque lo necesitaba.
Necesitaba decirle gracias.
Y así, sin darse cuenta, Elian se convirtió en mucho más que un recuerdo. Se convirtió en la chispa que le enseñó a Naomi a luchar por su voz, su libertad… y su sueño.