Durante las vacaciones de verano, Naomi por fin había terminado sus exámenes escolares, lo que le otorgaba un respiro muy necesario. Siempre había sido aplicada con los estudios, pero cada fin de año sentía esa necesidad de detenerse, de respirar hondo y dedicarse a lo que más amaba: la música. Diciembre traía consigo no solo el inicio del descanso, sino también una fecha que la hacía vibrar de emoción: su cumpleaños.
Desde que vivía con Elisa, aquella fecha se había convertido en una celebración especial. Cada año, su madre adoptiva le preparaba una torta sencilla de chocolate con crema —su favorita— decorada con pequeños detalles que reflejaban sus gustos del momento. Pero lo que más disfrutaba Naomi era pedir los tres deseos al soplar las velas. Cerraba los ojos con fuerza, como si el universo pudiera sentir la energía que ella ponía en ese instante.
A los dieciséis, uno de esos deseos cambió. Naomi pidió valor. Quería dejar atrás su timidez, acallar esa voz interior que la llenaba de inseguridades, y dejar de sentir que nunca era suficiente. También deseaba poder abandonar la terapia, convencida de que hasta su psicólogo se habría cansado de escuchar los mismos miedos y pensamientos que no cesaban.
Aquella tarde, después de que los invitados se fueron, Elisa se acercó con una sonrisa dulce y le entregó un pequeño sobre. Dentro, Naomi encontró dos entradas para el Circo Clown. Apenas las vio, sus ojos se iluminaron como si acabara de recibir un billete directo a la magia.
Había visto anuncios del circo en la televisión. Sabía que era uno de los más reconocidos del país, famoso por sus espectáculos deslumbrantes, trajes brillantes y puestas en escena fuera de lo común. Elisa le había hablado de él como un lugar mágico, capaz de sanar las heridas del alma. Naomi soñaba con conocerlo. Y ahora, ese sueño estaba a punto de hacerse realidad.
Viajaron juntas en autobús hasta la capital. Naomi iba encantada con el paisaje, asomada a la ventana, emocionada por ver el mar por primera vez. Elisa había pensado en todo: preparó una canasta con comida para disfrutar de un rato en la playa antes de la función. El sol, la arena y las risas compartidas con su madre adoptiva hicieron de ese día algo inolvidable.
Ya caída la tarde, Naomi se cambió con entusiasmo para asistir al espectáculo. Eligió un vestido pastel con vuelo y se dejó peinar con trenzas y moños de colores. Caminaban rumbo al Circo Clown entre turistas y familias. La fila para ingresar era larga, pero Naomi apenas podía quedarse quieta. El corazón le latía con fuerza.
Cuando entraron a la carpa, se encontró con un escenario como nunca había visto. Flores gigantes, hongos brillantes, luces suspendidas… Era un bosque encantado. Una voz femenina comenzó a relatar la historia de fondo con un tono dulce y envolvente. Naomi la escuchaba hipnotizada. Quiso cantar con ella, pero se contuvo por vergüenza. Aquella voz no solo contaba un cuento: despertaba algo en su interior.
Cada acto superaba al anterior. Pero cuando la tormenta ficticia se apoderó del escenario y la luz iluminó el punto más alto de la carpa, Naomi sintió cómo su cuerpo se paralizaba.
Un joven descendía con cintas de tela, girando con una seguridad y elegancia que la dejó sin aliento. Lo observó moverse con fuerza y gracia en medio del agua que caía simulando lluvia.
Parecía un ángel domando el caos.
Fue en ese instante que algo cambió dentro de Naomi.
Su papel representaba al héroe que alejaba todos los males, y no había dudas de que había sido su propio héroe. Sin saberlo, le estabdabnndo las alas que tanto necesitaba para volar.
Naomi aplaudió con todas sus ganas, felicitando a cada uno de los chicos y chicas que hicieron sus actos. Había sido increíble y su cabeza había explotado con todo lo nuevo y la maravillosa magia que había descubierto del Circo Clown.
En ese momento entendió a qué se había referido Elisa cuando le había hablado de las emociones que se arremolinaban en su interior cada vez que veía una función.
Estaba eufórica cuando salió, quería saber más sobre los artistas, cómo hacían esas acrobacias, cómo eran tan seguros, tan valientes, y por sobre todas las cosas necesitaba saber el nombre del trapecista principal que me había encantado.
—Se llama, Elian Ivanov —respondió Elisa a la pregunta.
Estaban parada delante del cartel de la obra donde estaban expuestas los rostros de cada artista que formaban el personal del Circo Clown.
—Elian Ivanov. —Atesoró ese nombre como otro de los mejores recuerdos de su primera visita al circo.
—Si vamos por este lado podemos ver a los artistas. ¿Quieres tenerlo más de cerca? —Elisa giñó el ojo, y enseguida Naomi captó su mensaje y se sonrojó.
Al parecer ella había entendido que Elian sería un amor platónico para su hija, pero en realidad Naomi solo lo había visto como su héroe y ni se le ocurría pensar en el tema del amor.
Era impresionante la gente que se juntaba para saludar a los artistas. Había muchos fans que se sacaban fotos o pedían sus autógrafos. La simpatía del elenco se percibía en el aire, pero Naomi quedé deslumbrada cuando vio la hermosa sonrisa que Elian desprendía.
Podía darse cuenta la felicidad que él sentía por estar rodeado de sus admiradores que lo felicitaban por el show que había dado. Seguro se sentía realizado por haberlos hecho felices gracias a su talento.
Naomi también quería acercarse y expresarle lo mucho que le había gustado su acto, pero también necesitaba decirle que la había motivado a ser valiente. Pero la vergüenza la obligaba a quedarse quieta. No quería hacer nada que fuera vergonzoso delante de él.
Elisa se dio cuenta de la lucha que tenía dentro y la motivó a que se acercara con un suave empujoncito. Tragó saliva y confió en que todo estaría bien.
Dió unos pasos para atravesar un par de chicas que todavía no querían alejarse del lugar. Eran más altas, y estaban muy eufóricas. En el momento en que estaba a punto de pedir permiso, sus ojos se quedaron clavados en los de Elian. La mirada de color verde la hechizaron, y contuvo la respiración, con miedo a que su corazón estallara.