Elian no debía estar allí. Nadie lo había convocado, aun así cuando vio a los aspirantes formados, se había deslizado entre las sombras, esquivando miradas curiosas, y se sentó al fondo de las gradas, donde nadie notaría su presencia. No sabía exactamente qué buscaba, pero al menos, por un rato, podía dejar de pensar en sí mismo.
Uno a uno, los participantes subían al escenario, presentaban su número y luego abandonaban la carpa bajo la atenta mirada del jurado. Algunas voces eran prometedoras, otras correctas pero olvidables. Nada fuera de lo común hasta que la voz de una chica, irrumpió la monotonía de su día.
Una joven discutía con el personal del circo, con una mezcla de desesperación y frustración contenida. Elian giró la cabeza hacia la entrada para entender lo que ocurría.
Elian frunció el ceño. La chica no se movía de su lugar y podía ver su desesperación en la forma en que apretaba los puños, en cómo su respiración se aceleraba cada vez que intentaban apartarla, pero sobre todo, podía ver sus ojos de un azul tan intenso que, incluso desde la distancia, parecían encerrar un océano entero de emociones.
Elian sintió un extraño cosquilleo en la nuca. No era la primera vez que veía a alguien rogar por una oportunidad, pero algo en ella lo hizo sentir incómodo, como si estuviera mirando un reflejo lejano de sí mismo.
Su instinto le decía que se quedara al margen. No era su problema. Se obligó a mirar hacia otro lado, e intentó convencerse de que no le importaba, que debía seguir siendo ese Elian distante, incapaz de sentir nada. Pero el calor en su pecho le dijo lo contrario.
—¿Qué está pasando? —preguntó con calma.
Los organizadores se giraron con sorpresa.
—Elian, esto no te incumbe.
—¿Que pasó? —repitió.
Naomi sintió el corazón martillarle el pecho cuando los ojos verdes de Elian se posaron en ella.
Ella abrió la boca, pero las palabras no salieron.
—No trajo la documentación, llegó después del horario. No cumplió ninguna de las normas...- enumeró uno del staff.
—¿Y? —preguntó.
—¿Cómo que "y"? Las reglas…
—Las reglas no muerden —respondió Elian, encogiéndose de hombros—. Y, ¿qué les cambia si canta alguien más?
—¿Desde cuándo te preocupas por alguien? —intervino uno de ellos, cruzándose de brazos—. Ni siquiera lo haces por ti. ¿Ahora vas a ponerte en papel de defensor?
La frase lo golpeó más fuerte de lo esperado porque era cierto.
Había pasado un año sin preocuparse por nada ni nadie. Sin involucrarse, sin sentir. Y sin embargo, ahora estaba ahí, intercediendo por una desconocida.
Se quedó en silencio por un segundo, asimilando la revelación. Tal vez estaba cambiando, aunque no entendiera cómo. Y si eso significaba dar un paso hacia la luz, no iba a reretroceder.
Elian se cruzó de brazos, observando al organizador con una calma aparente.
—No les cuesta nada —insistió—. Son solo diez minutos más.
El organizador suspiró con fastidio, como si la paciencia se le agotara con cada palabra de Elian.
—El jefe quiere que todo sea correcto. No podemos romper las reglas.
Elian arqueó una ceja y ladeó la cabeza.
—¿En serio? ¿Y qué es lo incorrecto en dejar que una persona cumpla su sueño?
El joven del staff no respondió de inmediato, pero su incomodidad era evidente.
Fue entonces cuando Elian sintió la mirada de la joven fija en él. Era intensa, profunda, llena de una gratitud que lo desconcertó por completo. No era solo agradecimiento por haber intervenido en su favor. Era de esperanza, pero no esa esperanza ingenua de quien solo espera un golpe de suerte. Era la esperanza de alguien que no se rendía, de quien lucha hasta el último segundo por lo que quiere.
Sus ojos celestes lo atraparon con una calidez inesperada. En ellos había emoción, pero también un atisbo de nostalgia… y, si no se equivocaba, una ligera sombra de incertidumbre.
¿Por qué lo miraba así?
Elian tragó saliva. No recordaba la última vez que alguien lo había mirado de esa manera. Con confianza, con admiración… con la certeza de que él era alguien en quien se podía creer.
Naomi bajó la vista, ardiendo por dentro. Sentía que el corazón le subía hasta la garganta. ¿Iba a retarla? ¿A decirle que no valía la pena?
—¿Por qué? —Elian le preguntó.
-¿Qué? -Naomi parpadeó.
—¿Por qué quieres tanto hacer esta audición? —su voz no sonaba dura, ni fría. Solo curiosa… aunque había una sombra de cansancio en ella, como si no entendiera cómo alguien podía seguir soñando cuando le decían que no.
—Porque… —la voz le salió temblorosa, pero no se permitió bajar la mirada esta vez—. Porque necesito intentarlo. Porque… quiero descubrir si puedo hacer algo bueno con lo que amo.
—Basta, Elian —gruñó el organizador, —. Terminemos con esto.
—No. No lo terminen. —Dio un paso adelante, manteniendo la mirada firme—. Si ella quiere presentarse, se presentará.
—Eres molesto, Elian.Le dio un empujón suave, más para marcar su punto que para apartarlo realmente, pero Elian ni siquiera se inmutó. Sabía que había ganado.
Elian le dedicó una sonrisa leve a Naomi, asegurándole en silencio que todo saldría bien. Ella lo observó por un instante más, como si quisiera grabar ese momento en su memoria. Luego, poco a poco, una sonrisa tímida y sincera iluminó su rostro.
—Gracias… —susurró, su voz era suave, pero llena de calidez.
Elian la miró con curiosidad.
—No hice nada que no hubiera querido que hicieran por mí. —Se encogió de hombros con naturalidad.
—Aún así, significa mucho para mí. No quería irme sin intentarlo.
Su voz tenía una dulzura especial, pero también una firmeza que Elian no esperaba.
—Entonces me alegra que no lo hayas hecho —dijo él, con una media sonrisa.
Naomi apretó los labios y jugueteó con los dedos de su blusa. Había tanto que quería decirle: Que lo había admirado desde pequeña. Que lo había visto volar en el escenario y había soñado con ser valiente como él.