El celular descansaba en el centro de la mesa, inmóvil. Cada tanto, Naomi lo miraba con ansiedad, como si pudiera adivinar el momento en que aparecería un mensaje, una notificación, una llamada. Pero la pantalla seguía en silencio. Ni una alerta en el correo electrónico que había dejado para contactos. Nada.
Aquel día debía abandonar el hotel. Si bien no había comprado el pasaje de regreso, no podía permitirse una noche más sin hacer una nueva reserva. La incertidumbre apretaba su pecho. No quería irse sin una respuesta, sin saber si su sueño de pertenecer al Circo Clown seguiría esperando o, peor aún, si se habría desvanecido.
Jugaba con un lápiz entre los dedos cuando, de pronto, la pantalla del teléfono se encendió. El timbre de una llamada rompió el silencio y su corazón dio un vuelco. Era un número desconocido.
Sin pensarlo, atendió.
—¿Hola? —preguntó con voz temblorosa.
—¿Naomi Mattiussi?
—Sí, soy yo —respondió conteniendo la respiración.
—Te llamamos del Circo Clown.Necesitamos que vengas urgente a llenar unos datos que faltaron en tu planilla.
—Claro, iré en seguida —respondió, preocupada por si ese detalle podía jugarle en contra. Pero antes de que pudiera disculparse, la voz al otro lado continuó:—Cuando llegues, preséntate con tu nombre y aclara que eres la nueva cantante del Circo Clown.
Naomi parpadeó, como si no hubiera comprendido bien.
—¿Perdón? ¿En serio? —preguntó, incrédula.
—Por supuesto. Fuiste seleccionada con un puntaje del cien por ciento. ¡Felicitaciones!
Un grito escapó de su pecho, cargado de emoción y alivio. Las lágrimas le nublaron los ojos y apenas alcanzó a agradecer antes de que la llamada finalizara.
Apenas cortó, se puso de pie de un salto. Empezó a girar por la habitación como una niña, aplaudiendo y riendo sola.
El aire le faltaba, pero no importaba. Sentía cómo una energía nueva la recorría, como si el pasado doloroso que tanto la había limitado se fuera disipando con cada lágrima de felicidad. Por primera vez en mucho tiempo, la vocecita de la inseguridad se había quedado callada.
Tomó su valija con una agilidad que no sabía que tenía, y con una sonrisa que no podía borrar del rostro, salió del cuarto para cancelar su estadía. Ya no necesitaba quedarse en un hotel. Ahora tenía un destino, un propósito. Iba a trabajar en el Circo Clown.
Mientras caminaba hacia el lugar indicado, el vértigo la invadió. Pero no era miedo: era adrenalina. El comienzo de algo nuevo. La Naomi que había sido estaba quedando atrás, y una nueva versión, más valiente, más libre, estaba por nacer.
Marcó el número de Elisa con manos temblorosas.
—¿Naomi?
—¡Lo logré, mamá! ¡Soy parte del Circo Clown! —gritó, sin contenerse.
—¡Ay, Naomi! ¡Qué felicidad me das, hija mía! ¡Mis felicitaciones!
Rieron juntas, como si pudieran abrazarse a través del teléfono.
—Gracias por el empujón —dijo Naomi, más tranquila—. Sin ti no lo hubiera logrado.
—No tienes que agradecerme nada, mi amor. Lo lograste por tu esfuerzo, por tu coraje.
—Pero tú fuiste la primera que creyó en mí. Si no fuera por vos, tal vez estaría encerrada escribiendo canciones sin animarme a mostrarlas.
—Es cierto que te alenté —respondió Elisa con dulzura—, pero si no hubieras dado el paso, mis palabras no habrían servido de nada. Estás madurando, Naomi. Y eso se nota. Pronto confiarás más en ti misma y en los demás. Y ya verás que harás amigos, que no estarás sola.
—Sé que se viene un gran cambio… —murmuró Naomi, sintiendo cómo se le apretaba el pecho.
—Tal vez ya no vivamos juntas —añadió Elisa con suavidad—, pero eso no significa que estemos lejos. Vamos a seguir en contacto. Podrás visitarme, yo también iré a verte. Nada va a cambiar entre nosotras.
Naomi asintió, aunque su madre no pudiera verla. Su voz aún vibraba en sus oídos cuando llegó a la calle donde se alzaba la gran carpa del Circo Clown.
Se detuvo un momento.
La carpa se erguía majestuosa contra el cielo despejado, con sus colores intensos de rojo, azul y dorado brillando bajo el sol. Las telas ondeaban con elegancia, sostenidas por mástiles altísimos que parecían tocar las nubes. A su alrededor, pequeñas luces colgaban como luciérnagas dormidas, listas para despertar con la noche.
Pero el circo no terminaba allí.
Alrededor de la carpa se extendía un complejo vibrante y vivo. Edificios bajos, de líneas modernas y colores suaves, rodeaban patios verdes donde se entrenaban acróbatas, músicos y bailarines. El aire olía a sal del mar cercano, a cuerda, a esfuerzo, a sueños. Y también a hogar.
Naomi cerró los ojos un instante. Sentía que ese lugar la estaba esperando. Ya no era la chica que miraba desde la butaca con los ojos llenos de anhelo.
Ahora, por primera vez, iba a formar parte de la función.
Sonrió y dio el primer paso hacia su nueva vida.
—Buenas tardes, Naomi —la saludó el jefe del circo con una calidez que la desarmó de inmediato. Su sonrisa franca y el tono sereno de su voz le hicieron sentir que podía confiar.
El despacho era sencillo pero acogedor. A través del gran ventanal se veían los jardines y los entrenamientos en marcha.
Una parte de ella quería quedarse mirando ese paisaje humano y colorido para siempre, pero el jefe la invitó a sentarse frente a su escritorio, y ella obedeció, algo nerviosa.
—Todavía sigo sorprendido —dijo él, sin quitarle los ojos de encima—. Nunca antes había escuchado algo igual. Nos dejaste sin palabras, Naomi. Tu interpretación fue mágica.
Ella bajó la vista, avergonzada y emocionada a la vez.
Le costaba aceptar elogios, pero había algo en su voz, en su forma de hablar, que no sonaba a cumplido vacío.
—Sé que hice alboroto… que no fue la mejor forma de presentarme —dijo ella, jugando con sus manos—. Pero no podía irme sin intentarlo. Era mi única oportunidad.
—Y lo lograste —aseguró él—. No solo por tu talento, sino por tu determinación.