Era tan agradable para Elian despertar y saber que la vida ya no era un mar de tristeza y enojo. Había logrado cambiar su actitud, y ahora estaba dispuesto a darse una segunda oportunidad para volver a disfrutar de cada día. El duelo eterno que había cargado por María no lo había llevado a ningún lugar bueno; ni siquiera guardar rencor a quienes habían provocado el accidente por haber encubierto el caso con dinero le resultaba útil. Confiaba en que el destino se encargaría de ponerlos en su lugar, del mismo modo que lo estaba guiando a él de regreso al camino.
Ese cambio de humor también había convertido la nueva temporada de entrenamientos en algo menos tortuoso para sus entrenadores.
Cumplía con lo que le pedían y volvía a esforzarse, como si intentara rescatar pedazo a pedazo el talento que se había desvanecido cuando su alma se rompió en mil fragmentos.
Hasta entonces no había comprendido cuánto había afectado a los demás con su forma de ser. Encerrado en sí mismo, no veía el impacto que provocaba su apatía, sus respuestas secas o la ausencia de una simple sonrisa.
Trabajaba en un circo, un lugar que regalaba momentos mágicos, y él no podía seguir con el ceño fruncido. Solo cuando empezó a liberarse del dolor lo entendió realmente.
—¡Elian! ¡Amo tu sonrisa! ¿Lo sabías? —exclamó Amelie, siempre incapaz de disimular su entusiasmo.
Estaban en una pausa. Los entrenadores les habían dado unos minutos para hidratarse antes de continuar. Elian no se había apartado del grupo y se encontraba sentado, bebiendo agua.
—Tu sonrisa también es contagiosa —respondió él, al notar que ella seguía mirándolo con una expresión divertida.
—Me alegra verte bien. Sinceramente, estaba preocupada por ti —dijo, dejándose caer a su lado—. ¿Pudiste perdonar a quienes te hicieron daño?
—Perdonar, no lo sé. Pero alguien me enseñó que la vida tiene muchas etapas, y cada una nos ayuda a construir una mejor versión de nosotros mismos. Es hora de dejar el pasado y mirar hacia el futuro… como siempre intenté hacer.
—¿Acaso empezaste terapia? ¿O hay alguien especial rondando por ahí? —preguntó, girando la cabeza para buscar indicios.
—Lo siento, pero no te lo diré. Tengo la impresión de que lo gritarías a los cuatro vientos, y prefiero evitarlo —contestó, sonriendo con los ojos entrecerrados.
—¡Qué feo que pienses eso de mí! Pero bien, no me lo digas. Puedo averiguarlo por otro lado —rió, con esa picardía que usaba para provocarlo.
Amelie sabía que a Elian no le gustaba que husmearan en su vida privada, pero era cierto que tenía un instinto infalible. Por eso había sido la primera en enterarse de la desgracia que le ocurrió en Italia, aunque nunca lo divulgó. Fue una de las pocas personas que intentaron levantarle el ánimo cuando más lo necesitaba.
—Haz lo que quieras… —murmuró él, desviando la vista al frente y luego regresando a ella.
—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño.
—¿Sabes algo de Naomi? ¿Cómo le está yendo? —preguntó al fin, con un interés genuino.
Desde que Naomi había comenzado a trabajar con ellos, Elian solo la había visto en la fiesta de bienvenida. La felicitó por su logro y recibió un “gracias” que le dejó una sensación cálida, pero la conversación no pasó de ahí porque Amelie intervino para cuestionarlo por haberse involucrado en la audición. Eso lo dejó expuesto como un rebelde y un creído.
Temiendo que Naomi lo percibiera de ese modo, se había retirado a buscar comida en otra mesa. Desde entonces no habían vuelto a hablar, y la curiosidad por saber cómo estaba crecía en él.
—A pesar de que es su primer empleo, y que vino de otra ciudad, se adaptó muy bien. Solo que no es muy sociable, pero estoy segura de que soltará la timidez —comentó Amelie.
—Es cierto que parece distante, pero no da la impresión de ser antipática.
—Para nada. ¡Es un amor! Tendrías que animarte a conocerla.
—Supongo que cuando tengamos que practicar juntos, ahí tendré la oportunidad.
—¡Uff! Ese momento será grandioso. Hay noches en las que canta las canciones que le han dado, y me encanta escucharla. Me siento privilegiada de tenerla como vecina.
—Te entiendo. El día de la audición me quedé con ganas de escuchar más.
—Mmm… ¿será que tendrás que venir a pasar la noche a mi cuarto? —lo codeó con picardía y apoyó una mano sobre su pierna.
—¡Amelie! —exclamó él, cubriéndose el rostro con las manos para apartar la idea.
—¿Qué? ¡Solo bromeo! Sé que no puedo tocarte o las demás fans me matarían —amenazó en falso, extendiendo la mano hacia él.
Antes de que pudiera hacerlo, Elian agitó la botella de agua y le salpicó el rostro. Amelie, lejos de molestarse, rompió en carcajadas y salió corriendo para evitar una revancha mayor.
Él suspiró, sintiendo cómo el calor en sus mejillas se disipaba.
Amelie tenía ese don de hacerle olvidar las preocupaciones, aunque a veces lo incomodara. Su espontaneidad era admirable. Él también había sido así, pero solo con las personas que conocía bien. Por eso le costaba acercarse a Naomi sin una razón clara. Prefería esperar el momento oportuno, conocerla mejor y descubrir si ella veía más allá de la imagen que quizás se había formado: la del rebelde que rompía las reglas del circo.