Parte 27: un lazo que los une

—¿Sabes? Yo también estudié italiano de chico.

Naomi lo miró sorprendida, con los ojos brillantes.

—¿De verdad?

—Sí. —Sonrió de lado—. Gioia, el patrocinador del circo, siempre decía que para entenderlo de verdad no alcanzaba con escuchar sus indicaciones… había que aprender su idioma. Al final terminé encariñándome con la musicalidad de las palabras.

—No sabía eso de él… —Naomi dejó escapar una risita breve, sincera—. Es lindo. Una coincidencia más, ¿no?

Elian sostuvo su mirada unos segundos, compartiendo esa calidez. Pero, de pronto, como si algo se encendiera y se apagara al mismo tiempo, la chispa en sus ojos se volvió un poco más tenue. Italia no era solo coincidencias para él: traía memorias que no siempre sabía cómo manejar.

Naomi lo percibió enseguida. No necesitaba que él Lo dijera. Bastó con el leve cambio en su mirada para entender que había tocado un recuerdo delicado.

Se quedó en silencio, observándolo con cuidado, preguntándose si debía disculparse por haber mencionado algo que lo había incomodado. Su inseguridad la hizo morderse el labio, temiendo haber hablado de más. Pero al mismo tiempo, dentro de ella nació otro pensamiento: la certeza de que quería conocerlo más allá de sus sonrisas perfectas. Quería entender qué había detrás de esa sombra en su mirada, y si había algo que ella pudiera hacer para ayudarlo a sonreír de nuevo.

Naomi se humedeció los labios, queriendo decir algo, pero dudó. Elian aún tenía esa sombra en la mirada y ella no quería presionarlo. Entonces, buscó otra manera de suavizar el momento.

Ladeó la cabeza, como si buscara la forma de iluminar nuevamente el ambiente. El aroma de la salsa la envolvía, y en un impulso, tomó la cuchara de madera que reposaba junto a la olla.

—A ver… —murmuró, acercándose con una sonrisa tímida pero traviesa.

Elian la miró con un gesto interrogante, hasta que comprendió lo que pretendía.

—¿Vas a juzgar mi salsa antes de que esté lista? —preguntó, con un tono entre divertido y desafiante.

—No es juzgar… es asegurarme de que no me vas a dar algo raro —replicó Naomi, llevándose un poco de la salsa a los labios.

Elian soltó una risa baja, y por un instante la observó con más atención de la que hubiera querido admitir. La forma en que ella probaba la salsa, con ese gesto delicado y concentrado, tenía algo hipnótico.

Naomi cerró los ojos apenas, como si estuviera catando el plato de un chef reconocido y dejó la cuchara en el borde de la olla y lo miró con picardía.

—Sin duda serías un buen rival para mi mamá en la cocina.

Elian arqueó una ceja, divertido.

—¿Rival? —se inclinó apenas hacia ella, con la voz baja y segura—. No sé si estoy listo para enfrentarme a una mamá italiana.

Naomi soltó una risita nerviosa, bajando la mirada un segundo antes de volver a sostenerla.

—Créeme… nadie está listo para eso.

Elian rió, y sin pensarlo, dio un paso más cerca, lo suficiente para que Naomi pudiera sentir el calor que irradiaba su cuerpo, mezclado con el vapor de la salsa que aún burbujeaba.

—Entonces… ¿qué veredicto me darías hasta ahora? —preguntó, señalando la olla con un gesto, aunque su mirada seguía fija en ella.

Naomi mordió suavemente su labio, un gesto involuntario que lo hizo contener la respiración por un instante.

—Diría que… vas bastante bien —respondió con voz baja, casi un susurro—. Puede que incluso… superes mis expectativas.

Él sonrió de lado, dejando entrever esa chispa juguetona que pocas veces mostraba.

—Eso suena a un reto. Y no pienso fallar.

Por un momento, quedaron mirándose en silencio, demasiado cerca, con la cocina impregnada de aromas, calor… y algo más que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. Naomi apartó la vista primero, con las mejillas encendidas, y volvió a revolver la salsa como si necesitara excusa para ocupar sus manos.

Elian, en cambio, se permitió disfrutar de esa pequeña victoria: había logrado arrancarle no solo un elogio, sino también esa timidez encantadora que lo hacía querer descubrirla más.