Memorias de un corazón roto

Parte 28: Un recuerdo que regresa con dolor

Él sirvió los platos con cuidado, procurando no mirarla demasiado tiempo. Cada vez que lo hacía, tenía la sensación de que el aire se volvía más denso, cargado de una electricidad que no sabía cómo manejar. Naomi, por su parte, se entretenía acomodando los cubiertos con cierta torpeza, como si ese gesto le ayudara a disimular el rubor que todavía le coloreaba las mejillas.

Cuando al fin se sentaron uno frente al otro, el silencio fue llenado por el aroma de la pasta recién servida. Elian inclinó apenas la cabeza hacia su plato y, antes de probar, levantó la vista con un gesto juguetón.

—Bueno, señorita Mattiussi… ha llegado el momento de tu veredicto final.

—Espero que no te ofendas si soy muy exigente… ya sabes, cosas de sangre italiana —rió Naomi suavemente, girando el tenedor entre los dedos.

—Lo tendré en cuenta —respondió él, con una sonrisa que escondía algo más profundo.

Ambos probaron al mismo tiempo. Naomi cerró los ojos un instante, como si quisiera saborear no solo la comida, sino el momento entero. Cuando los abrió, se encontró con la mirada de Elian fija en ella, expectante.

—Está… perfecto —susurró, con una sinceridad que iba más allá del plato frente a ella—. ¿Siempre cocinas?

—La mayoría de las veces —asintió él, apoyando los antebrazos en la mesa—. Cuando me mudé solo no sabía ni hervir agua, pero poco a poco le encontré el gusto.

Naomi ladeó la cabeza, intrigada.

—¿Te mudaste hace mucho?

Elian dejó el vaso sobre la mesa y se tomó un segundo antes de responder.

—Después de regresar de mi última competencia con el circo. Sentí que necesitaba… un cambio.

Hubo un matiz en su voz, que hizo que Naomi lo observara con más atención. Elian esbozó una sonrisa, pero era diferente a las anteriores.

—Quería mi independencia, tener mi propio espacio y… bueno, tampoco quería molestar a mis padres.

—¿Molestarlos? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

Él se encogió de hombros, como si intentara restarle importancia.

—No en un mal sentido. Solo que… ya tenía veinte años asi que que crei que lo mejor era darles un respiro y darme uno a mí también.

Naomi lo observó en silencio. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Esa pausa breve, esa mirada que se perdió sobre la mesa, le hicieron intuir que el “respiro” no era únicamente independencia. Era distancia. Tal vez la manera de proteger a los suyos de un dolor que todavía lo perseguía.

—Se nota que tienes una buena relación con ellos —dijo al cabo, buscando devolverle calidez a la conversación, aunque lo que había visto en sus ojos no se borraba.

—Sí —asintió Elian, recuperando una sonrisa más natural—. Siempre me apoyaron con el circo, aunque al principio tenían miedo de que me pasara algo en los entrenamientos o en el escenario…

—Eso es normal. Se preocupan por ti.

—Sí. Aunque mi mamá preferiría que fuera al revés —rió, con un gesto que alivianó la atmósfera—. Dice que desaparezco demasiado y que debería visitarlos más seguido.

—Suena a una mamá clásica —comentó Naomi, sonriendo con ternura..

—Lo es. Y mi papá tampoco se queda atrás. Pero bueno, supongo que es parte de crecer.

Naomi lo observó en silencio unos segundos más. Había en él una mezcla extraña de fuerza y vulnerabilidad. Y lo entendió: su independencia no había sido solo un paso natural hacia la adultez. Era también un intento de cargar con su dolor sin que otros lo llevaran con él. Y esa idea hizo que su corazón se apretara, deseando encontrar alguna manera de devolverle la sonrisa que, a ratos, parecía escapársele




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