Elian apoyó los codos en la mesa y entrecerró los ojos, examinándola con fingida sospecha.
—¿Y eso por qué?
Naomi jugueteó con el mango de su cuchara antes de alzar la vista. Sus ojos brillaban con algo más que diversión; había sinceridad en ellos.
—Porque siempre te admiré. Desde la primera vez que te vi en el escenario, cuando era una niña. Me impresionó cómo te movías en el aire, como si volar fuera lo más natural del mundo. Parecías libre… y feliz.
—Ir al Circo Clown siempre fue especial para mí. Era mi lugar seguro, el espacio donde todo parecía posible. Y tú eras parte de esa magia. Yo no podía dejar de mirarte. Había algo en la forma en que te movías, en cómo sonreías… No lo entendía del todo, pero pensé: “quiero ser así de valiente, quiero subir al escenario y brillar como él”. Sin saberlo, me diste el valor para perseguir mi sueño, para querer formar parte de este mundo y hacer lo que amo. Así que, sí… si hubiera sabido del club de fans, me habría anotado. No por idolatrarte, sino porque, sin conocerte, marcaste mi vida de una manera que nunca imaginaste.
Elian tragó saliva, sin apartar la mirada de ella. Naomi bajó un instante la vista, temiendo haber dicho demasiado, pero ya era tarde: sus palabras flotaban entre ellos como una confesión inevitable.
—Y cuando te vi en mi audición… —añadió Naomi en un susurro— sentí que todo cerraba. Que mi sueño estaba frente a mí.
Elian se quedó en silencio, sin saber qué responder. Inspirar a alguien nunca había estado en sus planes. Él solo había hecho lo que amaba, lo que lo hacía sentir vivir y, de repente, descubría que su presencia había significado algo para alguien más. Pero lo que más lo desconcertaba no era solo el impacto que había tenido en Naomi, sino la extraña sensación de familiaridad que sentía con ella. Como si, de algún modo, siempre hubieran estado conectados.Tal vez era porque, mientras él actuaba sin darse cuenta de su mirada, Naomi había estado allí, en cada función, acompañándolo en silencio. Admirándolo de una forma que iba más allá de la fascinación del público. Entendiéndolo sin necesidad de palabras. Y, sin siquiera proponérselo, ella seguía haciendo lo mismo. Solo que esta vez no lo miraba desde la distancia, sino sentada frente a él, con una calidez y una claridad que lo hacían sentir seguro.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que su existencia no había sido solo una acumulación de errores y pérdidas. Que, tal vez, lo que pasó con María no había sido un castigo, sino solo una parte de la vida. Un capítulo doloroso, sí, pero no la historia completa.
Respiró hondo y dejó el postre a un lado. Su mirada se encontró con la de Naomi, y en ese instante, comprendió algo: ella había estado en su vida mucho antes de que él la notara. Y ahora, había llegado en su momento más oscuro para recordarle que todavía podía brillar.
—No sabes lo que significa para mí que me digas eso… —murmuró con una voz cargada de emoción contenida—. Nunca me vi de esa manera. Nunca pensé que alguien pudiera mirarme así, mucho menos inspirarse en mí.
Naomi abrió los labios para responder, pero se quedó en silencio, atrapada en la intensidad de su mirada.
—Yo… —Elian respiró hondo, buscando las palabras—. He pasado por momentos en los que dudé de todo, incluso de mí mismo. Y escuchar que, de algún modo, pude darte fuerza, me hace pensar que tal vez… no lo hice todo mal.
—Tal vez no lo veas… pero sí lo hiciste bien. —Alzó los ojos y sostuvo la mirada de Elian—. Porque si no hubieras estado en ese escenario aquella vez, yo no estaría aquí hoy. Por eso supongo que… todos necesitamos un motivo para seguir. Tú fuiste el mío, incluso sin saberlo.
Elian la miró en silencio, conmovido hasta lo más profundo. Las palabras de Naomi habían abierto algo en su interior que creía muerto, un rincón de su alma donde todavía era posible creer en la luz. Y, sin pensarlo demasiado la abrazó.
Naomi lo observó sorprendida, con los ojos muy abiertos, hasta que sintió cómo él la envolvía en un abrazo fuerte, sincero, sin máscaras. Era como si necesitara ese contacto para sostenerse, para asegurarse de que ella realmente estaba allí.
Naomi parpadeó, y enseguida sus brazos lo rodearon también, con la misma ternura con la que hubiera querido sanar todas sus heridas. Cerró los ojos, dejándose llevar por el calor que emanaba de él, por esa sensación de que, en ese instante, nada malo podía alcanzarlos.
Para Elian, aquel abrazo fue más que un gesto: fue el momento en que los fragmentos rotos de su corazón comenzaron a encajar, como si la calidez de Naomi los uniera uno a uno con infinita paciencia. No recordaba la última vez que se había sentido tan en paz, tan protegido, tan completo.
Ella también lo sintió. Ese lazo invisible que se había ido tejiendo desde la primera vez que se cruzaron ahora latía con fuerza, palpable, innegable. No hacía falta decirlo en voz alta: ambos sabían que estaban unidos por un sentimiento especial, distinto, que los envolvía con suavidad, prometiéndoles que lo peor había quedado atrás.