Cuando por fin se separaron, ninguno de los dos necesitó llenar el silencio. Bastó con sus sonrisas, tímidas pero plenas, para comprender que ese instante acababan de sellar un lazo irrompible.
La velada continuó tranquila, entre sorbos de café y pequeñas charlas que fluían con naturalidad. Pero el reloj avanzaba sin piedad y Naomi suspiró al ver la hora.
—Creo que debería volver antes de que Amelie me haga un interrogatorio
Elian rió suavemente, y sin pensarlo demasiado, agarró las llaves.
—Te llevo hasta los departamentos. No me gusta la idea de que vuelvas sola a esta hora.
Naomi quiso protestar, pero la seguridad en su tono le hizo asentir.
—Está bien… gracias.
El trayecto fue tranquilo. La radio sonaba muy bajo, apenas un murmullo que acompañaba el silencio. Ninguno de los dos necesitaba llenar cada segundo con palabras; había algo cómodo en simplemente compartir el mismo espacio.
Naomi, sin embargo, no pudo evitar observarlo de reojo, preguntándose cómo era posible que estuviera allí, junto a él, viviendo un momento que antes solo se permitía soñar.
Al llegar frente a los departamentos del circo, Elian apagó el motor, pero ninguno se movió enseguida.
Afuera, las luces de la calle iluminaban apenas sus rostros, y dentro del auto flotaba un silencio expectante.
—Gracias por la cena, de verdad —dijo Naomi.
—Gracias a ti por venir —replicó él, con esa media sonrisa que la hacía derretirse.
Sus miradas quedaron atrapadas, sosteniéndose más de lo que ambos hubieran planeado. Elian se inclinó apenas hacia ella, como si el gesto hubiera nacido por impulso, y Naomi sintió que el corazón le daba un vuelco, segura de que bastaba un segundo más para que sus labios se rozaran. Entonces, el mundo pareció detenerse en ese segundo.
Pero él no fue más allá. Se detuvo a medio camino, lo suficiente para que Naomi sintiera el calor de su cercanía, pero no el roce de sus labios.
—Buenas noches, Naomi —susurró.
Ella asintió, todavía con el corazón latiendo en un ritmo que no lograba controlar.
—Buenas noches, Elian.
Abrió la puerta despacio, bajó del auto y, antes de entrar al edificio, se giró una vez más. Él seguía allí, observándola, como si no quisiera marcharse todavía. Naomi levantó la mano en un gesto tímido de despedida, y Elian respondió con un leve movimiento de cabeza, guardando en su mirada un brillo que ella nunca olvidaría.
Elian permaneció unos segundos más dentro del auto, con las manos aún sobre el volante pero sin la intención de encender el motor. Miró hacia la puerta por la que Naomi había desaparecido y dejó escapar una exhalación lenta.
Se pasó una mano por el cabello, sonriendo para sí, casi incrédulo. Sabía que no iba a dormirse fácil esa noche: la imagen de Naomi riendo frente a su mesa, la cercanía de sus ojos antes de despedirse, se repetiría una y otra vez en su memoria.
Por primera vez en mucho tiempo, en lugar de sentir el peso de lo perdido, se descubrió deseando lo que aún podía llegar. Y esa sensación lo acompañó en silencio mientras arrancaba el auto, con la certeza de que algo dentro de él había empezado a despertar.