Memorias de un corazón roto

Parte 32: La felicidad de Naomi

Naomi llegó a su departamento con el corazón todavía acelerado. Apenas cerró la puerta detrás de sí, apoyó la espalda contra la madera y dejó escapar un suspiro largo, como si necesitara liberar de golpe todas las emociones que llevaba dentro.

Había sido solo una cena, se repetía una y otra vez. Una cena sencilla, con pasta, risas y una conversación cálida. Pero por dentro sentía que algo más se había encendido, como un fuego pequeño que empezaba a crecer.

Dejó su bolso en el sillón y caminó despacio hasta la ventana.

La noche caía sobre el mar, y las luces del complejo del circo brillaban a lo lejos. El recuerdo de Elian, con su sonrisa iluminada por la luz tenue de la cocina, volvía una y otra vez a su mente. Había en él una mezcla de fuerza y fragilidad que la conmovía profundamente.

Recordó sus palabras durante la cena: la forma en que habló del hogar, del circo como un refugio y, al mismo tiempo, de las ausencias que pesaban en su historia. Naomi no había querido insistir, pero había visto claramente el dolor escondido en sus ojos.

Y entonces pensó en lo que Amelie le había dicho horas antes:

“Me alegra verlo con ganas de disfrutar la vida de nuevo.”

Esa frase había quedado grabada en su memoria. ¿Qué habría significado exactamente? ¿Qué oscuridad había atravesado Elian para que ahora lo consideraran alguien que estaba volviendo a vivir? Naomi apenas podía imaginarlo, pero algo en su interior le gritaba que quería ser parte de esa luz que lo ayudara a salir adelante.

Se mordió suavemente el labio, y su rostro se sonrojó al recordar el instante en el auto. Ese silencio lleno de algo inexplicable. Elian la había mirado de una manera distinta, como si no necesitara palabras. Por un segundo, sintió que un gesto más —un roce, un acercamiento— habría cambiado todo. Y sin embargo, no había sucedido. Quizás porque los dos sabían que todavía era pronto.

Se dejó caer sobre la cama, con los cabellos extendidos sobre la almohada. Cerró los ojos y sonrió con ternura. Nunca había creído merecer momentos así. Durante años se había acostumbrado a sentirse invisible, a pensar que nadie se fijaría en ella más allá de sus errores y sus inseguridades. Y ahora… allí estaba: recordando cada detalle de una cena que, para muchos, podría parecer normal, pero para ella era un sueño hecho realidad.

Naomi abrazó la almohada y cerró los ojos. El murmullo lejano del mar le acompañaba, pero en su mente lo único claro era la certeza de que quería volver a verlo, hablar con él, compartir instantes como los de esa noche. No porque soñara con un cuento de hadas, sino porque su corazón le decía que, por primera vez en mucho tiempo, alguien había llegado para quedarse.

Y entre luces y silencios, Naomi se durmió con una sonrisa, sintiendo que el destino la había llevado al lugar donde realmente pertenecía




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