Memorias de un corazón roto

Parte 34: Aceptar el sentimiento

Elian caminaba por el pasillo del circo con paso lento, todavía con la respiración agitada del ensayo. Al entrar en su camerino, cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella, como si necesitara detener al mundo por un instante.

La imagen de Naomi volvió a él sin pedir permiso: su risa suave, sus ojos azules que parecían iluminar incluso lo que él más intentaba ocultar. No era solo que la recordara, era que la sentía todavía allí, como si hubiera dejado una huella invisible en su piel.

Algo dentro de él lo sabía: ya no era simple admiración ni un vínculo pasajero. Era algo más hondo, más verdadero. Un calor que nacía en el pecho y lo desarmaba con solo pensar en ella.Y, sin embargo, junto con esa certeza apareció el peso de un miedo antiguo. El recuerdo de María, de lo que había perdido, de cómo el amor podía convertirse en dolor en un abrir y cerrar de ojos. Ese fantasma lo detenía, le susurraba que no debía arriesgarse, que volver a amar era poner el corazón en la línea otra vez.

Elian cerró los ojos y pasó una mano por su cabello húmedo. No quería nombrarlo, no quería aceptar que lo que empezaba a sentir era amor. Un amor puro, inesperado, que le hacía feliz… y que al mismo tiempo lo aterraba. Pero tampoco podía negarlo del todo, porque cada instante con Naomi le recordaba que era posible volver a sentirse vivo. Que, pese a las cicatrices, había alguien capaz de despertar en él una felicidad que creía enterrada para siempre, también la ilusión, el deseo, la ternura. La palabra amor le quemaba por dentro como un riesgo demasiado grande.

La contradicción lo atravesaba como un hilo tenso: el deseo de entregarse a lo que nacía entre ellos y el temor de perderlo todo otra vez. Y, aun así, en medio de esa lucha, había algo indiscutible: Naomi lo hacía sonreír de una manera distinta, más genuina. Tan distinta, que por momentos hasta el miedo se rendía.

El resto de la mañana pasó entre ensayos y pequeñas conversaciones, pero la frase de Amelie no dejaba de resonar en la mente de Naomi:

“Ya era hora de que ambos tuvieran algo de luz en sus vidas”.

Al principio había querido ignorarla, tomándola como una de las exageraciones teatrales de su amiga. Pero cuando se detuvo un instante en el vestuario, secándose el sudor después de practicar, se dio cuenta de que la sonrisa se le escapaba sola cada vez que pensaba en Elian.

No era solo admiración y tampoco el respeto que sentía por el artista que había iluminado sus sueños desde niña. Era otra cosa.

La forma en que se le aceleraba el corazón al verlo, cómo su timidez se mezclaba con un deseo genuino de acercarse más a él, de descubrir cada parte que se escondía detrás de esa sonrisa que tanto había anhelado en silencio.

Se miró al espejo y bajó la vista con un leve rubor en las mejillas.

"¿Será esto… amor?"

La sola idea la estremeció. Durante años había creído que ese sentimiento estaba reservado para los cuentos que leía o las canciones que escribía. Que ella, marcada por un pasado de rechazo y de silencios, no sería capaz de sentir algo tan grande. Pero ahí estaba: un cosquilleo en el pecho, una calidez que la envolvía cada vez que pensaba en él, y la certeza de que quería hacer todo lo posible por cuidar esa sonrisa que él mismo parecía haber perdido en algún momento.

Quizás Amelie tenía razón. Quizás sí había amor en el aire. Y Naomi, con el corazón temblando de ilusión, empezaba a reconocerlo en sí misma.

Y aunque todavía no se atrevía a decirlo en voz alta, sabía que lo que sentía era verdadero. Porque cuando lo miraba, todo lo que alguna vez la hizo dudar de sí misma desaparecía. Porque en los ojos de Elian no veía juicio ni exigencias: veía un lugar seguro, un hogar.

Naomi cerró los ojos y sonrió, con la respiración tranquila. Amar a Elian no le daba miedo. Lo único que temía era no saber cómo demostrarle que estaba dispuesta a amarlo para siempre.




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