Memorias de un corazón roto

Parte 36: A un paso de ser feliz para siempre

Cuando el ensayo terminó y los aplausos se fueron apagando, el bullicio del patio central volvió poco a poco. Los artistas comentaban detalles, los músicos guardaban sus partituras, pero Elian y Naomi parecían haberse quedado en un mundo aparte. Apenas se hablaron, apenas se tocaron, pero la mirada que intercambiaron cuando todos comenzaron a dispersarse fue suficiente: necesitaban ese instante a solas.

Naomi salió hacia el pasillo lateral que daba al exterior, buscando aire fresco. La noche había caído, y el murmullo del mar se escuchaba a lo lejos. La energía aún vibraba en Naomi como si las notas siguieran vivas dentro de ella. Había recibido elogios, sonrisas y hasta abrazos de algunos compañeros, pero lo que más le había marcado fue la mirada de Elian durante el acto: firme, luminosa, como si él mismo hubiera vuelto a creer en algo que creía perdido.

Caminó hasta la playa cercana, donde las olas rompían suavemente contra la orilla. El sol ya se había escondido, y el cielo se teñía de tonos violáceos y dorados. Naomi se sentó sobre la arena, abrazando sus rodillas, dejando que la brisa marina despeinara su cabello.Cerró los ojos y suspiró.

Gracias… pensó en silencio, como si hablara con la vida misma. Gracias por darme un lugar, por darme una voz, por hacerme sentir que pertenezco…

No escuchó sus pasos hasta que lo tuvo cerca. Elian se detuvo a unos metros, observándola en silencio antes de acercarse. Había algo en la forma en que ella miraba el mar que lo conmovió.

—¿Molesto si me siento? —preguntó con suavidad.

Naomi levantó la vista, sorprendida, y le regaló una sonrisa pequeña.

—Claro que no.

Él se acomodó a su lado, dejando que el silencio inicial los envolviera. El sonido del mar parecía llenar los huecos entre ellos.

—Hoy estuviste increíble —dijo al fin Elian, sin apartar la mirada de las olas.

Naomi bajó la vista, sonrojada.

—Yo solo canté… el increíble fuiste tú. Parecía que volabas de verdad.

Elian negó con un gesto suave.

—No, Naomi… fuiste tú quien me hizo volar. —Su voz era baja, casi un susurro cargado de sinceridad—. No había sentido algo así en años. Era como si tu voz me sostuviera en cada salto.

Ella lo miró entonces, sorprendida, con el corazón latiendo más rápido. La emoción en su mirada era tan intensa que apenas pudo encontrar palabras.

—Yo… tampoco había sentido algo así nunca. —Su voz tembló, pero enseguida se afirmó—. Contigo no me da miedo cantar. Ni soñar.

Hubo un instante de silencio donde todo pareció detenerse. El viento marino trajo un aroma salobre, y el rumor de las olas se mezcló con el palpitar de sus corazones.

Elian, sin darse cuenta, levantó una mano y rozó suavemente el brazo de Naomi, apenas un contacto, pero cargado de ternura.

Ella cerró los ojos un segundo, sintiendo el calor de ese gesto. Cuando volvió a abrirlos, lo encontró tan cerca que la respiración se les mezclaba.

—Naomi… —susurró él, como si quisiera decir mucho más pero no se atreviera.

Ella lo sostuvo con la mirada, con esa mezcla de timidez y valentía que lo desarmaba. Sin embargo, poco después, bajó un poco la mirada, como si la brisa nocturna se llevara consigo el valor que necesitaba. Jugó con el dobladillo de su vestido, nerviosa.

—¿Sabes? —dijo en voz baja—. A veces me cuesta creer que esto sea real… estar aquí, cantar, sentirme parte de algo.

Elian ladeó la cabeza, intentando atraparla con su mirada.

—¿Por qué lo dices?

Ella dudó, mordiendo suavemente su labio antes de continuar.

—Porque cuando era chica… me hicieron creer que no valía la pena. Que todo lo que hacía estaba mal.

Elian frunció el ceño con un gesto de dolor ajeno.

—¿Tus padres?

Naomi asintió apenas.

—Sí. Nunca hubo un gesto de cariño. Solo reproches, gritos… golpes. Y yo… yo me convencí de que era culpa mía. Que no importaba cuánto me esforzara, siempre iba a fallar.

Elian sintió un nudo en la garganta.

-Naomi… —susurró—. Nadie, ¿me oyes?, nadie merece crecer con ese peso encima. Mucho menos tú.

Ella tragó saliva, como si sus palabras hubieran removido algo muy profundo.

—Cuando Elisa me adoptó, descubrí que la vida podía ser diferente. Que había gente buena, capaz de dar amor sin esperar nada a cambio. Pero aún así… el miedo quedó. Ese temor de que, en cualquier momento, alguien vuelva a decirme que no soy suficiente.

Elian negó suavemente, con una intensidad en los ojos que la hizo estremecer.

—No eres “suficiente”, Naomi. Eres mucho más que eso. Eres luz. —Se inclinó apenas hacia ella—. ¿Sabes lo que hiciste hoy? No solo cantaste. Sanaste. Me diste alas. Y no solo a mí: todos lo vieron.

Naomi lo miró sorprendida, con un brillo húmedo en sus ojos.

—¿De verdad crees eso?

—Lo creo porque lo sentí —respondió él, firme—. Tienes una fuerza que ni siquiera ves. Convertiste todo ese dolor en algo hermoso, y ahora lo compartes con el mundo. Y conmigo…

El silencio volvió a tenderse entre ellos, pero esta vez era distinto: cálido, íntimo, cargado de verdad. Naomi respiró hondo, sintiendo que por primera vez alguien la veía de verdad, sin máscaras ni miedos.

Elian levantó la mano y rozó suavemente la mejilla de Naomi, secándole con el pulgar la lágrima que había escapado sin permiso.

—Te admiro, Naomi. Más de lo que puedo poner en palabras.

Ella cerró los ojos un instante ante ese contacto, dejando que el calor de su mano la envolviera. Y en su interior, aunque el miedo al rechazo seguía latente, sintió que tal vez el amor no era un riesgo… sino un refugio.




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