Los años pasaron, no como un borrón apresurado, sino como un lienzo que se fue llenando poco a poco de colores, risas y recuerdos.
Naomi y Elian habían dejado de ser dos almas que se buscaban entre la multitud para convertirse en un “nosotros” sólido, lleno de matices y sueños compartidos.
Era verano y las vacaciones familiares se habían convertido en una tradición. El mar los recibía cada verano con su rumor infinito, mientras los niños corrían por la orilla y las risas de amigos y seres queridos llenaban el aire.
Bajo una sombrilla, Naomi acomodaba un sombrero sobre su cabeza mientras observaba a Amelie jugando en la arena con los más pequeños de la familia.
La misma Amelie que, con su risa contagiosa, había sido testigo y cómplice de aquel primer amor, ahora disfrutaba de ser “tía postiza”, un título que ella misma se había otorgado con orgullo de los dos niños que habian nacido hacia tres años.
Elian, sentado a su lado, tenía el torso bronceado por el sol y los ojos entrecerrados de tanto reír. Había pasado la mañana enseñándole a un grupo de niños —sobrinos y algún curioso que se sumó al juego— cómo hacer piruetas simples en la arena, improvisando un pequeño taller circense junto al mar.
Naomi lo miraba con ternura, con esa mezcla de admiración y calma que nunca se había desvanecido con los años.
Ambos habían cumplido muchos de sus sueños. Naomi, con su voz inconfundible, se había convertido en una cantante reconocida en todo el país, llevando su música a escenarios que alguna vez parecieron inalcanzables. Y Elian, con su talento y disciplina, había conquistado los cielos de distintos circos internacionales al regresar a las competencias. Ahora soñaba con abrir un estudio de gimnasia artística, un lugar donde transmitir a otros la pasión y la fuerza que lo habían marcado desde niño.
Pero más allá de sus proyectos individuales, había algo que los unía con la misma intensidad del primer día: el deseo de recorrer el mundo juntos. De seguir llevando la magia del arte y del circo a cada rincón, de seguir sorprendiendo con esa complicidad que parecía infinita.
Esa tarde, cuando el sol empezó a caer y tiñó de naranja el horizonte, Naomi se recostó sobre el hombro de Elian. Él entrelazó sus dedos con los de ella y, en silencio, comprendieron que estaban justo donde debían estar. No importaba cuántos escenarios pisaran, ni cuántos aplausos recibieran: lo esencial estaba allí, en la certeza de que nunca más caminarían solos. Tenian una hermosa familia que podia seguir creciendo.
El circo había sido el punto de partida. El amor, su mayor función. Y ahora, en esa playa rodeados de afectos, amigos y nuevos sueños, sabían que lo mejor aún estaba por comenzar.
.....FIN......