De nuevo lo mismo, estoy bañada en sudor, frente a la acera. Puedo verme a mi misma del otro extremo pero la diferencia es que soy la yo de hace ocho años, sin el más mínimo avisó me he puesto a gritar con desesperación a mi yo del pasado que no cruce la calle, que pase lo que pase se quede en su lugar y me causa gracia porque, después de tener tantas veces el mismo sueño de siempre, nunca a servido de nada, siempre despertare, abriré los ojos y me encontrare viviendo el futuro de ahora, aun si en mis sueños impido lo inevitable.
—Es hora de levantarse,tienes que arreglar lo que te falta de equipaje— se encargo de recordarme mi madre desde el marco de la puerta, me permití mirar el techo de mi habitación por un par de minutos más, pensando en aquel sueño, era raro, siempre terminaba el sueño antes de que mamá entrara a la habitación para despertarme, ¿Acaso se adelanto en hacerlo esta mañana?
Cerré los ojos por los pocos segundos que duro el suspiro que había dejado escapar involuntariamente para poco después abandonar mi cama y correr las cortinas del ventanal que daba hacia el balcón. Me dirigí hacía el closet de mi habitación, sintiendo como los rayos de sol que se colaban por la ventana hacían presencia en la habitación.
Este día me marcharía de la casa de mis padres para ir a la universidad Woyne, y aunque había muchas cosas que me preocupaba poder olvidar, también deseaba poder dejar atrás otras cuantas.
Aliste mis maletas y baje hasta el comedor, donde ambos padres charlaban acerca del programa educativo que tenía la universidad.
—Siéntate un rato, Azure. Ni siquiera has desayunado aún— Habló mi madre, palmeando la silla que estaba a su lado para que fuera hasta allí, como solía hacerlo cada vez que nos reuníamos en el comedor.
La he observado al tiempo en que me dirigía hacia ella, su cabello rubio demostraba los pasos de los años, lo llevaba a la altura de los hombros, sus ojos azules me miraban con cariño a pesar de todo el cansancio por el cual habían estado pasando toda esta semana por los preparativos de la universidad. Su estatura no pasa de un metro sesenta y síes y uno no tenía que ser tan observador como para notar que había estado haciéndose cada vez más pequeña.
Papá, al contrario, seguía con aquella estatura alta, cabello castaño, tal vez con algunas cuantas canas y aquellos ojos oscuros que lo caracterizaban. La manera en que aquellos dos había sido un poco particular, un extranjero extraviado en Washington por haberse separado mucho de su Tour de excursionistas, y una estadounidense dispuesta a ayudar a cualquiera. Mamá bien pudo casarse con alguien de aquí, o algún canadiense, pero la curiosidad de mi padre por conocer un nuevo sitio lo hizo conocer a la que promete, y parece ser, el amor de su vida.
Al paso de unos cuantos minutos y de haber jugado con los alimentos de mi plato más que comerlos, le he dirigido la palabra a mi padre -Si no nos apuramos llegaremos tarde a la ceremonia de abertura- le he recordado, bastaba con chocar miradas para saber que él no recordaba aquello, lo que terminó por hacerme reír y hacerlo sonreír a él.
—¿Qué haría sin ti? probablemente olvidaría todo de un día para otro— se puso de pie ayudándome con un par de maletas mientras nos dirigíamos hacía la puerta principal.
Camine hasta donde se encontraba mi madre, sin poder apartar la mirada de sus ojos perdidos por divagar entre sus pensamientos.
—Las vacaciones llegaran tan rápido que ni notaras que me he ido— le prometí abrazándola con fuerzas, sus brazos no tardaron nada en corresponderme y estrujarme con la misma fuerza que hice yo.
—...Eso espero— susurró dejándome la maravillosa sonrisa que siempre me daba.
Le di un ultimo abrazo antes de subir al coche. —No llores— solté, tomando sus mejillas entre mis manos y sintiendo como se me complicaba hablar.
—Si no te sientes bien, puedes regresar, no te presiones a ti misma, ¿Entiendes?— murmuró, le he asentido con la cabeza volviéndola a abrazar y esta vez entrando al coche de una vez por todas.
El trayecto no fue ni corto ni largo pero el suficiente para que los nervios me comenzarán a invadir y qué no pudiera dejar de pensar en mamá que se había quedado sola en casa y probablemente con las lagrimas a flor de piel
—¿Estarás bien tú sola?— me preguntó mi padre con la mirada fija al frente.
Reí amargamente —Papá lo dices como si no me conocieras, estaré bien—
—Si se te acaba el dinero que te dimos llámanos ¿Está bien? no tienes porqué preocuparte de por ello—
—Está bien, Papá— le respondí. Después de eso el trayecto a la universidad de Woyne fue silencioso, sin nada más que ver por la ventana como dejaba el pueblo que me vio crecer durante estos largos años.