ARTEMIA.
Alexéi nos da órdenes estrictas y, después de subirnos a mi coche, partimos hacia la capital. Clementina y su pretendiente se acomodan en la parte trasera, mientras que a mi lado, en el asiento delantero, se sienta Damir. No sé por qué, pero este hombre me inquieta demasiado. Su energía intensa parece atravesarme, y eso me hace sentir perdida, como una adolescente.
Durante todo el trayecto, Alexéi interroga a Damir. Le pregunta una y otra vez si recuerda con exactitud las contraseñas para acceder a su cuenta personal. Si está seguro de esto o aquello. Cuando nos detenemos en un aparcamiento cerca del puente de cristal, el pretendiente de mi tía suspira y declara:
— Parece que ya hemos revisado toda la información. Bueno, vamos, que ya deben estar esperando los datos que tengo.
Salimos del coche, y Alexéi de inmediato llama a Damir para que lo acompañe. A nosotras, en cambio, nos ordena esperarlo, asegurándonos que su operación no tomará más de quince minutos. Luego, promete que nos espera una velada romántica al aire libre. Clementina y yo no tenemos más opción que quedarnos allí. Mientras los hombres conversan en el mirador del puente, nosotras contemplamos la capital casi sumida en la oscuridad. La belleza de la ciudad nocturna es hipnotizante.
Tenía diecisiete años cuando estuve en este puente por última vez. Fue cuando escapé de Clementina. Ahora, por culpa del trabajo, nunca tengo tiempo para nada. Tal vez debería dejar de dedicarme tanto a los negocios y simplemente vivir. La vida es hermosa… si tan solo pudiera aprender a vivirla en lugar de correr tras ella como una loca.
Clementina me saca de mis pensamientos con un suspiro. Luego, confiesa en voz baja:
— Yo estuve aquí en los noventa. Siempre quise volver, pero nunca me atreví.
Su tono suena agitado.
— Tía, pero si el puente lo construyeron en 2019… — le digo sin entender.
—Sí, pero el Arco de la Amistad de los Pueblos fue inaugurado en el 82. Solía venir mucho aquí con…
Clementina se interrumpe de golpe. Y yo sé perfectamente de quién habla. Rara vez tocamos este tema, pero ahora que ella misma lo ha mencionado, no puedo evitar hacer la pregunta que me ha rondado por años, aquella que nunca me atreví a formular.
— Tía, ¿todavía lo amas?
Clementina me mira fijamente por un instante antes de desviar la mirada hacia las luces de la ciudad.
— No, Artemia. Hace mucho que dejé de amar a Stepán — dice con un resoplido, y luego añade con ironía —. Aunque, después de lo que me hizo, sufrí por él durante años. Hasta que un día me lo encontré por casualidad: estaba borracho, despeinado, hablando por teléfono. Parecía que su esposa lo llamaba, porque él la insultaba. Le ordenaba que no volviera a marcarle y que no se atreviera a decirle a qué hora debía llegar a casa. Porque él llegaría cuando le diera la gana.
Clementina se gira hacia mí y sonríe con amargura.
— Y ¿sabes qué, querida? En ese momento desperté. Me di cuenta de que todo había sido solo una ilusión. Yo amaba a un hombre que en realidad nunca existió, porque lo idealicé en mi mente. En ese instante, mi amor se desvaneció. Me di la vuelta y me fui en la dirección opuesta, fingiendo que no lo conocía. — Suspira y su expresión se torna sombría —. Desde entonces, me aterra la idea de una relación. Porque cuando termina la etapa del enamoramiento, comienza la vida real. Donde los hombres dejan de ser los románticos que fueron durante las citas. Yo no quiero eso. Quiero que me amen, que me cuiden, que me valoren. No quiero ser una esposa engañada. — Hace una pausa y luego agrega con pesar —. Si cada hombre infiel tratara a su esposa con el mismo cariño con el que trata a su amante, no habría necesidad de buscar fuera del matrimonio.
Un suspiro pesado escapa de los labios de mi tía.
— He visto muchas cosas en la vida, y siempre llego a la misma conclusión: los hombres infieles lo tienen todo resuelto. En casa tienen a la esposa, que les limpia, les cocina y los atiende. Y en la calle, a la amante, que recibe regalos y atenciones. Pero, para la esposa, nunca hay dinero. "Ya se las arreglará", piensan. Claro, no todos son así, pero… me da miedo. Prefiero estar sola antes que vivir algo así.
Estoy atónita. Vaya revelación. Yo siempre había creído que Clementina seguía amando a Stepán con locura, pero ahora resulta que no. Y lo peor es que tiene razón. Esas realidades tampoco me gustan, pero temo que mi destino sea el mismo que el de mi tía. Porque David, sin duda, me será infiel. Y lo peor es que nunca cambiará. Sé que Clementina tiene razón, pero no todos los hombres son iguales. No se puede medir a todos con la misma vara. Tal vez ella simplemente se ha dejado llevar demasiado por sus miedos… aunque, en el fondo, sus palabras contienen mucha verdad.
Fijo la mirada en mi tía y pregunto con cautela:
— ¿Y qué hay de Alexéi?
Ella sonríe y se encoge de hombros.
— No lo sé. Me gusta. Es seguro de sí mismo, serio… Pero el tiempo dirá. No quiero hacerme ilusiones. — Baja la mirada por un instante, y luego me sonríe con dulzura —. Claro, no soy una mojigata. Como toda mujer, quiero ser feliz. Quiero amar y ser amada…
Escucho voces masculinas a mis espaldas y me doy la vuelta. Alexéi y Damir se acercan. Están demasiado serios y parecen preocupados. Algo debió salir mal… o tal vez soy yo quien está sacando conclusiones precipitadas.
Mis ojos se posan en Damir. En secreto, lo admiro. Es un líder nato. Solo tuvo la mala suerte de terminar en una situación miserable. Estoy segura de que, si no se hubiera rendido desde el principio, habría encontrado una salida por sí mismo. Sé que es difícil luchar contra el mundo entero estando solo, pero aun así… es posible.